Miguel Repiso, Rep, parece el abuelo andaluz que, en la siesta correntina de Santa Lucía, cerca de Goya, lo inició en las virtudes pedagógicas del caramanchón. "Si te portas mal, viene el caramanchón", recuerda Rep que le decía su ancestro, que hacía honor al frondoso imaginario atribuido a los nacidos en esa provincia española, tan árabe y gitana. Rep es idéntico: salta de un tema a otro, no se detiene en el juego de ingenio que utiliza términos religiosos para definir su arte "la tira es una epifanía", por ejemplo y de inmediato asegura "no creer en las musas ni en que el artista sea un médium de no se sabe quién". Sus opiniones sobre arte y literatura, dos disciplinas que roza desde su actividad como humorista, son polémicas. Y también se define como "distinto" del resto de los dibujantes de humor. Sabe que puede abordar todos los temas, inclusive los que pueden aparecer como un tabú porque "yo acompaño en el sentimiento, salvo cuando tomo distancia". Y, finalmente, recuerda que todo es trabajo y laboratorio, que nada es casual que la inspiración llega "cuando ya hay pensamiento e ideología". Estuvo en Neuquén la semana pasada, invitado por los organizadores de la Feria del Libro empresarios libreros y algún organismo oficial, una edición sin escritores locales que tardó cinco años en gestarse. Allí, Repiso presentó los dos libros editados por Sudamericana: "Rep hizo los barrios" (revisitado) y "Bellas Artes". Dijo que esos dos volúmenes le interesan más que el reciente que trabajó sobre Julio Cortázar, una suerte de introducción a la literatura del escritor, con textos de Carlos Polimeni. Alude a la presión del trabajo en su estudio de Recoleta a 15 cuadras del barrio del Retiro, donde vive en Buenos Aires y recuerda cuando en Página/12 le pidieron una ilustración de Palermo: "Lo hice de memoria, yo estaba en Gesell y mandé el dibujo". Después le pidieron que siguiera, y así tuvo los 47 barrios porteños que no cien para el libro. Luego de agotarse la edición, lo revisó: "Ahora son revisitados, porque en el medio están los noventa. Es decir, el libro empieza antes de la convertibilidad y ahora los ve después de la devaluación: la ciudad es otra desde 2001". En cambio, "Cortázar fue a pedido" a diferencia de los anteriores: Bukowski, "que acepté porque tenía curiosidad por su poesía"; Borges "por adhesión placentera absoluta y porque me sigue dando placer"; luego vinieron Kerouac y Gramsci. Con Borges, "no sé qué pasa, nunca se va a acabar, es como los Beatles". Pero Cortázar "nunca fue de mis elecciones porque yo reniego mucho del ingenio, me gusta más el genio". Se trata de "alguien que jugaba con las formas pero no tanto con el contenido. A la literatura se le pide más rigor formalista; en la historieta es bienvenida la actitud lúdica. Uno se hace historietista o libretista, dibujante de los medios de comunicación para hacer un trabajo de evasión". Y en ese punto afirma no saber "adónde voy a parar. Me reconozco como un dibujante y un humorista distinto de los demás. Soy un rayano a la plástica y a la literatura. No soy Condorito ni Patoruzito". Consideró que "no voy a ser plástico. No sé dónde voy a ir a parar porque mi curiosidad es como un imán, y tuve la suficiente apertura como para que en mí caigan un clavo del ensayo, una tachuela de la plástica, un tornillo de la literatura, van cayendo en mi trabajo, en un imán que no tiene ninguna de esas purezas. Soy una especie de librepensador al servicio de los demás, no tengo una actitud plástica de exponer para unos pocos ni en la literatura para entrar en el canon. Mi formación es la Pequeña Lulú, Anteojito". Se autodefinió como "un dibujante horizontal: barrial y rural" aunque como humorista es "vertical, urbano". La diferencia radica en que "dibujo como un paisano, no como un exaltado urbano Sábat, rayano con la plástica y Quino, que hablan de los demás pero poco de sí, se enmascaran mucho. Hablar de mí es como hablar del barrio, del campo. De esas casitas bajas, agarrables, y un pueblito y un barrio en damero". ¿En qué trabaja ahora? En una selección de las tiras; tienen que quedar 150 de un total de más de tres mil. Van a publicarse pintadas. Con acuarelas, lápiz acuarelable, anilinas, todo menos computadora. Muchas de las tiras que elegí se publicaron en los diarios con colores indicados, que se les pusieron con computadora. Hay una especie de armonía temática y de sabores que va formando el libro. ¿Cómo es eso de los sabores? Claro, no se puede decir que hay una ideología o una temática, hay un sabor. Puede ser un sabor melancólico, o celebratorio, o indignado. Les presto mucha atención a los tonos, a los sabores, a las texturas. A veces hago un montaje, como en el caso de "Postales". ¿Cómo es la génesis de sus historietas? Según el caso. Alguna nace porque escuché una palabra en el subte, otra porque cruzó un pájaro mientras miraba por el balcón, otra puede ser que estaba leyendo un libro y se me ocurrió que podía hacer algo con la revolución francesa. Otra que no tenía ni idea y me metí en la sesión de psicoanálisis de Gaspar el Revolú y lo forcé a decir algo. Hay muy fluidas, otras forzadas y otras te caen; sólo hay que poner la red. Está operando sobre sí mismo... Siempre cuando trabajo lo hago. Se me ocurren cuando me pongo a trabajar. Todo el tiempo me pongo a pensar en algún tema, pero con la tira ocurre una epifanía que hay que concretar enseguida. En cambio, si estoy planeando un libro siempre estoy cambiando el tono, el punto de vista, es como una carga. El libro es distinto. La tira es más instantánea. ¿Dónde trabaja? En mi estudio. Nunca en una redacción. El estudio me permite saltar de una cosa a la otra, sin problemas, atender varios trabajos al mismo tiempo. ¿Siempre hay un vínculo con la realidad social? Es imposible que no lo haya, porque yo tengo vinculación con las distintas realidades porque es algo que me interesa en lo cual estoy inmiscuido. No puedo estar ajeno. Tengo que equilibrar mi mirada hacia adentro con la mirada hacia fuera. Yo me miro mucho por dentro pero también hacia fuera. Hay tiras para afuera y tiras para adentro. Hay tiras para adentro que a veces son incomprendidas. Muchas veces he escuchado "no te entendí" y ya me acostumbré. Cuando ocurre que, por el contrario, hago empatía con la gente por lo social, por lo colectivo, ahí no me dicen nada, salvo que haya dado una vuelta de tuerca muy zarpada a lo que pasa. Uno de los accidentes de mi trabajo es que me digan "no te entendí". GERARDO BURTON gburton@rionegro.com.ar |