| La Patagonia es una tierra mágica y legendaria. Personajes singulares ayudaron con sus relatos a conformar los más diversos mitos relacionados con sus habitantes y su geografía. Desde la cosmovisión de los pueblos originarios con su panteón de dioses caídos hasta los viajeros cuyos ojos asombrados la recorrieron y dejaron en carcomidos infolios sus impresiones de viajes, sin desdeñar las leyendas que subyugaron a los conquistadores de rostros torvos y de afiebradas mentes en las que abrigaban la búsqueda del oro y de la plata, la fuente de la eterna juventud o la mítica “ciudad de los césares” que tanto fatigara a los frailes. Los sueños premonitorios de Don Bosco, la malentendida maldición de Darwin, las correrías de verdaderos pistoleros americanos, el plesiosauro que buscaba Clemente Onelli en las aguas del Nahuel Huapi, el Reino de la Patagonia y Araucanía que soñara un oscuro procurador francés para regir con su cetro a todos los aduares del Sur, llegando hasta acuñar moneda y emitir estampillas con su efigie, la “piedra azul” de Calfulcurá, los disparos de arcabuz de los acólitos del padre Nicolás Mascardi, la laguna que “se la bebieron toda hasta agotarla Simón de Alcazaba y Sotomayor y sus hombres, perdidos en su páramo de plantas enanas”, el sueño misterioso de Ceferino trunco como el remanente de su diezmada tribu en los contrafuertes de la cordillera, el filón de oro oculto en el Domuyo, los secretos de Yamnagoo en la alta meseta de Somuncurá que relatara el Perito Moreno, los sueños recurrentes en Turín del padre Stefenelli con sembrados y plantaciones, la gesta del escritor Blasco Ibáñez con sus bravos valencianos en la hoy colonia llamada Cervantes y entre otras fantasías la temeridad del “collón” mapuche para petrificar a su antojo al timorato. Como su espacio, como sus primitivos habitantes, como los escritos de sus cronistas, como sus animales raros, la Patagonia alimenta las fantasías y aún hoy es una tierra que atrae a los aventureros y donde, al decir del escritor Manuel Scorza, sus habitantes “viajan del mito a la realidad”. En ese contexto mágico podemos encuadrar el relato de su viaje alrededor del mundo de Antonio Pigafetta, cronista de la expedición de Hernando de Magallanes. Un aporte fundacional a la trascendencia mágica de la inmensidad patagónica realiza en este fragmento de su ameno relato: “Parece que su religión se limita a adorar al diablo. Pretende que cuando uno de ellos está por espirar se aparecen de diez a doce demonios que bailan y cantan a su derredor. Uno de ellos, que hace más ruido que los demás, es el jefe o gran diablo, que llaman Setebos, los inferiores se llaman cheleule... Nuestro capitán dio a este pueblo el nombre de patagones”. El doctor Ernesto Livón Grosman, a quien debemos este interesante hallazgo, escribe al respecto en su libro “Geografías Imaginarias”, donde se refiere al relato de viaje y la construcción del espacio patagónico: “Esta referencia al dios Setebos fue traducida por el escritor Isabelino Richard Edén quien incluyó una versión abreviada del relato de Pigafetta en The History of Travayle de 1577”. William Shakespeare lee la referencia a Setebos en Edén y lo incorpora a “The Tempest”, cuando Calibán dice, refiriéndose a América: “O Setebos! These be brave spirits indeed”. En el relato de Pigafetta esta primera inscripción del nombre de la zona, de los gigantes y sus dioses, se presenta enmarcado en el diario de viaje con la potencia de lo testimonial. El uso que Shakespeare hace de la referencia a Setebos indica, en cambio, un desplazamiento de lo particular a lo general, de los tehuelches a una realidad continental. Lo que para Pigafetta es un hecho particular y concreto, con clara referencia a la Patagonia, adquiere en la obra de Shakespeare una dimensión general de otredad. “‘La Tempestad’ produce un vaciado del sentido de la narración de Pigafetta, le quita referencialidad a la vez que, irónicamente, ayuda diseminar el mito. Más veloz que los cronistas, el mito obliga a todos los viajeros del siglo XVII y XVIII a volver a él para desmentirlo o confirmarlo. El tema de los gigantes que adoran al diablo y el de un territorio vasto aún sin colonizar, indígenas y paisaje, constituyen las primeras piedras sobre las cuales se construye la historia de la literatura de viaje de la zona, que es también la historia del mito patagónico”. Es así entonces como Setebos, el gran diablo de los tehuelches, según el caballero Antonio Pigafetta, fue un personaje de “La Tempestad”, la famosa obra teatral de William Shakespeare. Una curiosidad más para agregar a las tantas que exhibe nuestra querida Patagonia. |