| Los personajes de las historias escritas por Paul Auster pueden ser vistos en toda su dimensión y hondura con la finalidad de otorgarles la posibilidad de encontrar su propia identidad, su propio conocimiento de sí mismos y, sobre todo, el bien más preciado: el de la esperanza. Sus obras se desarrollan en un interesante entramado entre la ficción y lo biográfico, y un constante despliegue: del policial al género de aventuras, de las dificultades de las relaciones humanas a la incomunicación, del humor a la mirada melancólica sin dejar de lado la ternura, de su amada Nueva York –y más precisamente su barrio Brooklyn– al cuestionamiento de los falsos valores de la sociedad de consumo, de la ausencia constante de la figura paterna a la sinuosidad de ese largo camino que es el crecimiento, de los misterios del azar a la búsqueda del sentido de la escritura... Por eso el jurado que días atrás le otorgó el Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2006 resaltó que Auster ha explorado nuevos ámbitos de la realidad para dar “un testimonio estéticamente muy valioso de los problemas individuales y colectivos de nuestro tiempo”. Paul Benjamin Auster nació en Newark, Nueva Jersey, en 1947, en una casa donde había pocos libros tal vez porque a su padre la literatura como el teatro y el cine lo aburrían. Por suerte en plena adolescencia, un tío que era traductor se fue a vivir a Italia y dejó cajas repletas de libros que no resistieron la tentación de Paul por saber de qué trataban esos volúmenes. Así fue que se encontró con “Crimen y castigo” de Dostoievsky que lo deslumbró de tal forma que confirmó su deseo de ser escritor. Se graduó en Literatura Inglesa en la Universidad de Columbia pero sus aspiraciones no eran precisamente convertirse en académico y pasar el resto de su vida dictando clases, sino ejercitarse en la escritura de prosa y poesía, y si ganaba dinero mucho mejor para vivir en forma modesta. Después de trabajar como marino en un buque petrolero, Auster se fue a Francia donde vivió cuatro años, traduciendo obras de escritores franceses al inglés, oficio que le permitió encontrarse como escritor porque “traducir grandes poetas del pasado es la forma más completa de experimentar la literatura”, explicó. En 1974 regresó a Nueva York y comenzó a poner su firma al pie de sus poemas y ensayos publicados en prestigiosas revistas como New York Review of Books y Harper’s Saturday Review. La historia de estos primeros veintisiete años de la vida de Auster están volcados en el libro “A salto de mata” (giro hispano similar a “no tener donde caerse muerto”), un conmovedor y divertido relato protagonizado por aquel joven dispuesto a sobrevivir de cualquier modo sin traicionar su ambición más profunda: escribir. También Auster se anima a hablar de la muerte de su padre y reflexionar acerca de la relación con el dinero. Los ’70 fueron para Paul Auster los años en que moldeará su particular universo literario explorando la poesía y el ensayo, materiales que fueron reunidos en “Pista de Despegue”, publicado en 1990. En sus poemas se advierten los ejes temáticos que desplegará posteriormente en su narrativa como el azar, la identidad, los misterios de la vida cotidiana. En tanto, los ensayos le permiten analizar y reflexionar sobre escritores y artistas que marcaron su camino de escritor y su concepción de la literatura: Knut Hamsun, Sir Walter Raleigh, Paul Celan, Giuseppe Ungaretti, Samuel Beckett, Edmond Jabés. Enterado de la muerte de su padre, en enero de 1979, Auster empieza a escribir “La invención de la soledad” (1982), que, según sus palabras, fue el comienzo de su carrera como novelista. El libro se divide en dos partes. En la primera, “Retrato de un hombre invisible”, muestra la complicada relación con su padre, un ser extremadamente distante y avaro, “cuando ponga un pie en el silencio, significará que mi padre ha desaparecido para siempre”, anuncia. En tanto, en la segunda, “El libro de la memoria”, Auster reflexiona acerca de su propia experiencia como padre y la soledad del escritor. “La vida de su hijo la importaba más que la suya, y si su propia muerte hubiese servido para salvar a su hijo, la habría aceptado sin dudar. Por lo tanto, justo en aquel momento de terror se había convertido, de una vez para siempre, en el padre de su hijo”. En 1987 la crítica elogia su primer volumen de cuentos, “Trilogía de Nueva York” que comprende tres nouvelles: “Ciudad de cristal”, “Fantasmas” y “La habitación cerrada”. En la primera, el autor de novelas policiales recibe un llamado telefónico de un desconocido que, confundiéndolo con un detective privado, le encarga un caso que asume y lo envuelve en confusas situaciones. En “Fantasmas” un detective privado debe vigilar a un hombre pero todo se confunde y no se sabe bien quién vigila a quién. En “La habitación cerrada”, un amigo de la infancia del protagonista desaparece y es el inicio de una angustiante confrontación de recuerdos. En síntesis, tres novelas cortas que parten del relato policial para desembocar en cuestiones metafísicas. “El palacio de la luna” (1989) es el libro que lo consagran como narrador emblemático de su generación. Elegido como el mejor libro publicado en Francia en 1990 por la prestigiosa revista Lire, cuenta la historia de un huérfano educado por su tío, un músico frustrado que tocaba el clarinete en mediocres orquestas, y que a través de curiosas coincidencias e insólitas aventuras –bajo el influjo de la omnipresente luna– llega a descubrir los misterios de su origen y la identidad de su progenitor. El azar, las búsquedas de nuevos rumbos, las decisiones de cambiar una vida, son pilares en el mundo de Auster y esto es lo que presenta su novela “La música del azar” (1990), llevada al cine por el director Phillip Haas. El personaje, Jim Nashe, recibe una inesperada herencia de un padre que jamás conoció, y posteriormente es abandonado por su mujer lo que lo lleva a lanzarse a una vida errante gozando del desarraigo absoluto. En medio de ese festivo deambular conoce a Pozzi un joven profesional de poker al que se asocia y tendrán la oportunidad de hacerse ricos si logran vencer a una pareja de curiosos millonarios. Nashe y Pozzi penetran en un ámbito sutilmente terrorífico, y la morada de los millonarios se convertirá en una peculiar prisión, cuyos ilusorios límites y leyes no menos ilusorias deberán descubrir. Después de sus incursiones en el cine con “Cigarros” y “Humos del vecino” (ver aparte), Auster vuelve a la literatura con “Mr Vértigo” (1994), una de sus novelas más leídas en la que presenta una suerte de historia fantástica sin dejar de lado el realismo. “Yo tenía doce años la primera vez que anduve sobre el agua”, comienza diciendo el protagonista de esta novela que es la historia de otro de los niños huérfanos de la literatura clásica, Walt Rawley, a quien el maestro húngaro Yehudi le enseña a volar y lo convierte en niño prodigio. Con Mr Vértigo, Auster reconstruye la vida de ese chico que va perdiendo la magia a medida que crece y le permite recorrer y ahondar en la historia de los Estados Unidos desde los años ’20 hasta la época de la posguerra. Una vez más, Auster se anima con el itinerario personal de un hombre que trata desesperadamente encontrar un sentido a su vida. En “Leviatán” (1999), Auster reitera una vez más algunos de los ejes de sus historias: entrelazar destinos, observar críticamente la vida social y política norteamericana, y reflejar la complejidad de las relaciones humanas. Peter Aaron, especie de alter ego de Paul Auster (las iniciales de ambos son las mismas), escribe la biografía de su viejo amigo (Paul Sachs), también escritor, encontrado muerto en una carretera por haber estallado una bomba en una de sus manos. Una vez más las vidas coinciden y se confunden: un novelista que escribe la biografía de otro novelista. Este libro recibió en 1993 el Premio Medicis a la mejor novela extranjera. Con “La noche del oráculo”, editada en el 2004, Auster trenza una vez más una serie de relatos logrando que realidad y ficción intercambien sus fichas a través de una prosa brillante y vertiginosa. Un escritor, Sidney Orr, en plena escasez literaria crea un personaje, Nick Bowen, a partir del consejo de otro escritor, John Trause (apellido que es anagrama de Auster), es tal la concentración del escritor que se hace invisible a su esposa. El personaje de ficción, Bowen, es propietario de un manuscrito inédito de una reconocida escritora de los años ’20, Sylvia Maxwell, titulado La noche del oráculo. El espacio entre autor y personaje se va estrechando en esos laberintos que tan bien saber armar Auster. Este año se publicó “Brooklyn Follies” en la que Auster vuelve a sus obsesiones: la búsqueda de la identidad, la amistad y la fuerza de la literatura. El protagonista, el sexagenario Nathan Glass, vendedor de seguros, ha sobrevivido a un cáncer de pulmón y a un divorcio luego de tres décadas de matrimonio. Decide volver a Brooklyn, su barrio de la infancia, el lugar donde había empezado su historia, para vivir lo que le queda de su vida pero allí no encontrará la muerte sino todo lo contrario. Nathan conoce y se reencuentra con personas que transitan por diversas crisis existenciales pero que le cambiarán su vida, al tiempo que relacionándose con él, ellas reinventan las suyas. Brooklyn, será entonces, el lugar de renacimiento para Nathan. Pero detrás de la historia de este personaje emerge otra , más trágica: la del mundo antes del atentado a las Torres Gemelas. “Quería hacer el elogio del mundo antes de la catástrofe –explicó Auster en una entrevista–, exaltar la belleza simple de estar vivos, con todos los dolores y las alegrías. Después las cosas cambiaron: entramos en una nueva era y ya no volveremos a ser como antes”. Para escribirla Auster eligió la comedia como medio de contrarrestar el estado de depresión en el que se encontraba a raíz de los acontecimientos del 11 de setiembre. NOVELAS DE CINE Auster llegó al cine más por placer que por vocación ya que disfruta de trabajar con otras personas después de haber pasado tanto tiempo trabajando encerrado y solamente acompañado por su máquina de escribir. Tal vez su relación con el cine se puede rastrear en aquellos años de universitario cuando para afrontar su magra economía escribía notas sobre películas en el “Columbia Daily Spectator”. El texto “Cuento de navidad de Auggie Wren” escrito por Auster y publicado en el New York Times generó el interés del cineasta Wayne Wang quien decidió llevarlo al cine de la mano del guión del propio escritor en una película titulada “Smoke” (“Cigarros”). Entusiasmado por la experiencia del rodaje, Auster escribe otro guión “Blue in the face” (“Humos del vecino”), también llevado al cine por el mencionado cineasta. Ambas películas nos permiten colarnos en la intimidad de Auster y de su obra. Son verdaderas “novelas de cine” con firmes raíces autobiográficas. La maravillosa película “Cigarros” es un homenaje emocional y sentimental a Brooklyn, el barrio de Auster, su ombligo del mundo. La cigarrería de Auggie (interpretado por el actor Harvey Keitel), ubicada en la esquina de la calle Court, es el punto de encuentro de los amigos para contarse sus historias y discutir. El planteo acaso sea que el espacio en las ciudades modernas deben ser hechos con lugares más pequeños construidos a escala humana para poder ser habitados. Hay en ambas obras un retrato de la comunidad en términos de afinidad emotiva. Paul Benjamín, el escritor que interpreta el actor William Hurt, compra cigarros diariamente en la cigarrería de Auggie, quien sobre el final del film le cuenta a su amigo el cuento de Navidad. Seis meses después de “Cigarros”, Auster y Wayne se entusiasman, consiguen el dinero y filman la comedia “Humos del vecino” que también se desarrolla en la misma cigarrería, ubicada a pocas cuadras de la casa de Auster, y por la que desfilan una galería de personajes inolvidables interpretados por Madonna, Lou Reed, Jim Jarmusch, entre otros geniales actores. Respecto a estas dos obras, el escritor aclaró que su objetivo era escribir algo sobre gente común, de alguna manera hacer una película optimista, y a pesar de que aparece gente “angustiada, perdida, abrumada de problemas, como en la vida, se da la circunstancia de que cada uno de los personajes trata de fomentar en el otro lo mejor que lleva dentro, lo que considera lo mejor. Se trata sencillamente de una manera determinada de abordar las cosas, los seres y la gente”. Pero habrá más en relación a esta seducción que es el cine para Paul Auster quien aclara que algunas de las historias que quiere transmitir no pueden ser novelas pero si perfectamente trasladables a imágenes. Algo de eso sucedió con “Lulu on the bridge” (“Lulu sobre el puente”), el primer film que dirigió solo. Una historia llena de misterio romántico en la que otra vez el azar y algunas otras fuerzas extrañas conducen a dos seres solitarios, heridos por la vida. En estos días, mientras recibía la noticia del premio Príncipe de Asturias, Auster se encontraba dirigiendo en un paraje cerca de Lisboa, Portugal, su segundo fil, “La vida interior de Martín Frost”, basada en un relato incluido en “El libro de las ilusiones”, que trata sobre un realizador de cine y su misteriosa desaparición. (PM) FRAGMENTOS “No sé por qué me dedico a esto. Si lo supiera, probablemente no tendría necesidad de hacerlo. Lo único que puedo decir, y de eso estoy completamente seguro, es que he sentido tal necesidad desde los primeros tiempos de mi adolescencia. Me refiero a escribir, y en especial a la escritura como medio para narrar historias, relatos imaginarios que nunca han sucedido en eso que denominamos mundo real. Sin duda es una extraña manera de pasarse la vida: encerrado en una habitación con la pluma en la mano, hora tras hora, día tras día, año tras año, esforzándose por llenar unas cuartillas de palabras con objeto de dar vida a lo que no existe…, salvo en la propia imaginación. ¿Y por qué se empeñaría alguien en hacer una cosa así? La única respuesta que se me ha ocurrido alguna vez es la siguiente: porque no tiene más remedio, porque no puede hacer otra cosa. (…) Yo sostengo que el valor del arte reside en su misma inutilidad; que la creación de una obra de arte es lo que nos distingue de las demás criaturas que pueblan este planeta, y lo que nos define, en lo esencial, como seres humanos. Hacer algo por puro placer, por la gracia de hacerlo. Piénsese en el esfuerzo que supone, en las largas horas de práctica y disciplina que se necesitan para ser un consumado pianista o bailarín. Todo ese trabajo y sufrimiento, los sacrificios realizados para lograr algo que es total y absolutamente… inútil. La narrativa, sin embargo, se halla en una esfera un tanto diferente de las demás artes. Su medio es el lenguaje, y el lenguaje es algo que compartimos con los demás, común a todos nosotros. En cuanto aprendemos a hablar, empezamos a sentir avidez por los relatos. Los que seamos capaces de rememorar nuestra infancia recordaremos el ansia con que saboreábamos el cuento que nos contaban en la cama, el momento en que nuestro padre, o nuestra madre, se sentaba en la penumbra junto a nosotros con un libro y nos leía un cuento de hadas. Los que somos padres no tendremos dificultad en evocar la embelesada atención en los ojos de nuestros hijos cuando les leíamos un cuento. ¿A qué se debe ese ferviente deseo de escuchar? Los cuentos de hadas suelen ser crueles y violentos, describen decapitaciones, canibalismo, transformaciones grotescas y encantamientos maléficos. Cualquiera pensaría que esos elementos llenarían de espanto a un crío; pero lo que el niño experimenta a través de esos cuentos es precisamente un encuentro fortuito con sus propios miedos y angustias interiores, en un entorno en el que está perfectamente a salvo y protegido. Tal es la magia de los relatos: pueden transportarnos a las profundidades del infierno, pero en realidad son inofensivos. Nos hacemos mayores, pero no cambiamos. Nos volvemos más refinados, pero en el fondo seguimos siendo como cuando éramos pequeños, criaturas que esperan ansiosamente que les cuenten otra historia, y la siguiente, y otra más. (…) La novela es una colaboración a partes iguales entre el escritor y el lector, y constituye el único lugar del mundo donde dos extraños pueden encontrarse en condiciones de absoluta intimidad. Me he pasado la vida entablando conversación con gente que nunca he visto, con personas que jamás conoceré, y así espero seguir hasta el día en que exhale mi último aliento. Nunca he querido trabajar en otra cosa”. (Fragmentos del discurso pronunciado por Paul Auster al recibir el Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2006, en Oviedo, España) |