| A fines de setiembre, Pedro presentó en Madrid y Barcelona, material de “A Roar of Southern Clouds”, CD editado en Europa. Paralelamente, terminó de producir el nuevo disco de Roxana Amed; está en la última etapa de composición de la música de “No mires para abajo”, película de Eliseo Subiela; fue convocado para hacer lo propio en el nuevo filme de Diego Raffecas; y está finalizando otro libro de poemas que se editará el año entrante. Recién regresado de España, la charla brotó recordando una escena de “Una estrella y dos cafés”, largometraje protagonizado por Gastón Pauls, en el que una niña de Purmamarca le cuenta que, cuando está triste o enojada, se refugia en lo alto de un cerro. Desde allí ve su pueblo, su casa a la distancia; puede verse... “Si me subiera a un lugar semejante y observara mi vida artística (largo silencio), vería alguien que busca la manera de expresar una cosa que lo emocionó muy tempranamente, la música; que tuvo varios encuentros felices con esa vibración, no sé si para los demás, por lo menos, para sí mismo. Y sigue tratando de conectarse cada vez más profunda y amorosamente con ella”, dice ahora Aznar. –Al comienzo de esta búsqueda, ¿pensabas que ibas a alcanzar algo definitivo o, con el tiempo, descubriste que el camino es interminable? –Sí, muy bien dicho. Cuando uno empieza cualquier cosa, impulsan el entusiasmo y el deseo. Y... generalmente, cuando es novato, se sostiene en la sagrada inocencia. Ese desconocimiento de todo lo que falta, protege del vértigo que daría comenzar teniendo verdadera conciencia de la inmensidad del camino. Entonces, se entrega con mayor inconsciencia, en el buen sentido de la palabra, a la alegría que produce hacer eso. Yo recuerdo que los primeros tiempos eran así, de ir encontrando la música. Todo lo que hallaba, era fiesta. Cada nueva cosita que descubría en la guitarra, era una alegría, que hoy observo en los chicos que están aprendiendo. Y me da muchísimo placer ver cómo se les ilumina la cara al sacar el acorde aquel del disco tal, que les hacía ilusión saber cómo era; cuando lo encuentran en el piano, viene la sonrisa. Me genera mucha ternura y alegría, porque me recuerda esa primera etapa mía. Después, más adelante, comienzan a tallar otras cuestiones. Empieza uno a buscar algo verdaderamente genuino que exprese, que no sea sólo alegría inocente individual, si no que pueda comunicar a otro la misma sensación. Y no es automático, por suerte, ¿no? No siempre ocurre. No hay una fórmula. Cada vez hay que resintonizar y la gran búsqueda es esa sintonía, es ese sopesar cuando uno está conectado, y tratar de estarlo la mayor cantidad de tiempo posible. –Hace muchos años, charlando con Eliseo Subiela, le consulté si en lo que filmaba, buscaba nuevas respuestas. Me contestó que no, rápidamente, que buscaba nuevas preguntas... –Claro... Bien por él, ésa es la actitud. Respuestas no hay, ya sabemos. Debemos preguntarnos constantemente. Y en el arte, lo que hacemos, lo que se intenta, siempre, es estirar el brazo hacia un nuevo lugar que no conocemos, y preguntarnos por nuestro origen, por nuestro destino, nuestro transcurrir, por cómo estamos acá. Y cómo nos comunicamos la incertidumbre y las certezas, pocas o muchas. Pero, más que nada, la incertidumbre. Me parece un lugar más fértil. Las certezas son cerradas. En realidad, si uno piensa en música, certezas da la intuición, con lo cual ya no son monolíticas; pasan a ser corroboración de que algo está alineado con la emoción. Cuando sentís que, entre comillas, tocaste la tecla emocional adecuada, que conseguiste transmitir una determinada emoción, eso es una certeza. Tu corazón te dice sí, es lo que queríamos comunicar. Y el cómo, no importa tanto. Vale qué estás comunicando. La incertidumbre está buena, es un buen lugar desde el cual arrancar a crear. El no sentirte con la vaca atada, sino simplemente estirar la mano para ver qué aparece. –Cuando tocás algo que te duele, te da miedo, por ejemplo, ¿cómo se resuelve? –Si me provoca miedo es porque toqué un lugar que me conmueve. En todo caso, reviso el miedo. Si la intuición me llevó a un lugar donde estoy sacudiéndome, significa que ahí hay un sitio fértil, que apreté un botón correcto. El lugar que me hace repensar, no querer seguir por allí, es cuando el resultado no me gusta. Si algo me sacude por lo que fuera, porque tocó una emoción oscura, sé que por ahí puedo seguir. En todo caso debo revisar alguna cuestión a título personal, pero no artístico. Cambio la línea de búsqueda musical cuando resulta algo que no me está hablando, no me devuelve lo que busco, esto no es fértil. –En los comienzos, de nuevo, quizá imaginabas que el camino creativo se iría abriendo a medida que el conocimiento se hacía complejo. Y con los años, descubriste que te expresa mejor el lado más sencillo de la música... –Muchas veces se necesita pegar un rodeo muy largo para encontrar algo que se tenía al lado. Es un poco como en los viajes heroicos. En los relatos mitológicos, el héroe hace un viaje tremendo, plagado de problemas inconcebibles, para retornar al lugar del origen, claro que con las alforjas cargadas de experiencias. Ya no mira con los mismos ojos. Los ojos de la inocencia son muy necesarios para todo el camino, pero solos, no alcanzan. Hace falta darse unos cuantos golpes por ahí y llegar un poquito abollado. De lo contrario no estás comunicando cada posible instancia del viaje. Si te quedás solamente en la inocencia, tenés una parte del asunto. Entonces, al pegar ese rodeo corrés el riesgo de quedarte muy pegado a algunas cosas que vas encontrando y tomarlas como verdad inamovible. Uno descubre un recurso y se pasa una temporada insistiendo con él hasta reconocer que hay mucho más por delante. Lo digo, por el lado de la complejidad. A veces, se necesita pasar por el enamoramiento con lo complejo, con la sofisticación y no sé qué más, para pegar una vuelta más mansa, tal vez, y aprender algo esencial, que me llevó cierto tiempo darme cuenta, el servicio a la música es lo que más importa; y no un servicio a mí mismo. Cuando uno está replegado sobre sí, lo único que ve es el propio ombligo, y no dice, ni hace lo que debe. Todo queda en un circuito muy pequeñito que no engrandece nada. |