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Sábado 29 de Julio de 2006
 
 
 
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  HISTORIA BAJO CERO: El preso
 
 

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Pudo ser realidad. Las ficciones, fantasías y hasta lo fantástico a veces cubren con su manto imaginativo hechos y seres humanos que frecuentan lo cierto, lo posible. En este caso, ni lo uno ni lo otro transitan género muy definido en las letras, pero alguien, hace más de cien años lo concibió y escribió ¿o lo vivió?. Sea como sea, su lectura nos atrapó y lo sintetizamos así. El sargento Claro (Adolfo) tuvo la mala suerte que una metralla en la guerra paraguaya buscara un tobillo. Quedó cojo y como tal usaba muleta. En algún momento existió la posibilidad que un médico porteño le adaptara una "pata de palo". No pasó de eso. Aunque "inútil para el servicio", pero montado, siempre montado, estuvo en la campaña de 1879 y como premio recibió mil hectáreas de tierra en el Neuquén.

A fines del siglo XIX se usaba el ferrocarril vía Mendoza y Chile para llegar al Neuquén y así lo hizo el sargento Claro para ubicar y tomar posesión de su terreno. Años inquietantes por posible guerra con el vecino país. El viaje ferroviario en territorio chileno tuvo inesperadas alternativas, hasta enamoramiento con la jovencita pasajera María. Cerca de Lonquimay cruzarían la cordillera con los caballos ensillados que lo acompañaban en el tren. María pese a la gran diferencia de edad decidió seguirlo. El Jayma (Llaima), no muy lejos, con corcoveos subterráneos, fuego y ceniza en la cúspide mostraba su presencia inquietante.

Cazaron una guanaca para alimentarse y María se hizo cargo de los guanaquitos. Después llegaron a Pulmarí y el sargento le contó a María pormenores y muerte del capitán Cruzeilles, ocurridos años antes no lejos de allí. Seguirían para el "Collomcura" donde estaba el campo a orillas de un afluente pero, casualmente, se encontraron con solitario poblador que resultó ser el cabo segundo Pedro Jiménez quien salvó milagrosamente su vida por un disparo del sargento: les había sustraído un borrico acompañante. "¡Mi sargento Claro!... Gracias niña. Le debo la vida... ¡Es el primer tiro que erra el sargento!... Tan cierto como es el primer robo que yo iba a hacer...". Hacía cuatro años que andaba por el lugar. Herido en el combate de Pulmarí lo habían dejado por muerto. Contó su trágica historia de sobreviviente y se incorporó a la caravana. El 15 de enero de 1887 el sargento Claro tomó posesión del campo "que estaba alternado de lomas y bosques con arroyo naciente en las faldas del volcán de Yayma". Hallaron "una espaciosa gruta natural llena de comodidades que podía dar abrigo a 50 personas". Sería la vivienda, incluso para los animales.

Paradero aborigen pues encontraron puntas de flechas. A poco descubrieron rastros de dos jinetes y un perro. Habían tenido la intención de robarles los caballos. Trabajo de buen rastreador, los descubrieron en un sitio escondido del bosque, sin fuego para evitar humo delator y el perro embozado. Quisieron escapar, "vestían ponchos cortos y sombreros de amplias alas, como los cuidadores de ganado en la tierra vecina". Les pidieron guías de las que arreaban y mostraron una de Carmen de Patagones por diez animales y ...eran doscientos. El sargento-alcalde título que le había otorgado el gobernador neuquino declaró embargada la tropa hasta justificar el arreo. Los chilenos prometieron no escapar. El volcán entró en erupción plena, "se repitieron los temblores y ruidos cavernosos" y de repente "sintieron un tropel que partía del alojamiento de los ganaderos arrestados. El volcán bramaba cundo repentinamente apareció Jiménez con los caballos y un lazo que no era de ellos. Habían escuchado disparo de arma y tras vivir el soberbio espectáculo volcánico descubrieron un cuerpo humano en la otra orilla del arroyo.

Cayó una piedra blanca cerca de la bóveda. No era del volcán, estaba envuelta en papel y tenía mensaje: "Sargento Adolfo Claro: acabo de conocer a usted entre las personas que han estado frente a mi caverna... Sabía que eran argentinos los que estaban instalados en la gruta grande, y sabía que los dos ladrones de poncho corto robaban sus caballos, por eso he muerto al que los llevaba... quiero comunicar a V. el secreto de mi vida bajo estas piedras... La entrada de mi caverna, verala abierta si se detiene cuatro pasos más arriba del sitio donde estaba el cadáver. J. E.".

El sargento Claro decidió conocerlo y "apareció de elevada estatura y cara exageradamente pálida. Tenía un gesto feroz, pero noble, acentuado, con grandes ojos verdosos y sombríos, largo y lacio bigote, pintado de canas, caído sobre una barba muy rala y enteramente gris. El pelo cortado a cuchillo". Apretón de manos y se sentaron "sobre bloques de mármol blanco ablandados con cueros de guanacos". J. E. le contó su historia. Lo recordaba al sargento porque por 1883 no pudiendo cazar por estar enfermo lo socorrió con carne y provisiones. Nunca lo olvidó y se reencontraron. Era Juan Etchegoyen, vasco español naturalizado argentino. Cerca de Bahía Blanca tenía una estancia. Esposa y dos hijas, una casada y su yerno Carlos Suárez vivía con ellos. Cierto día apareció un chileno llamado Justino Navarrete "so pretexto de que se moría de hambre en la calle. Rondaba por los fortines donde los soldados le daban alojamiento y carne. Fue alimentado y vestido por mi yerno durante algunos meses. En el mejor momento desapareció robando un valioso caballo de su protector".

A los tres meses de la fuga de Navarrete, el 15 de junio de 1870 "cayó sobre la frontera Costa Sur una de las formidables invasiones que han asolado las comarcas del sur. Llamas de incendio, clamores de mujeres y niños. La horda la encabezaba Justino Navarrete. Esposa y yerno muertos.Gran arreo de animales. Secuestro de las dos hijas. El vasco argentino narrador de la odisea curó sus heridas y "bajo los escombros de mi infortunado hogar encontré el depósito secreto intacto". Luego, supo que las dos hijas habían llegado a Chile a donde viajó y por cautelosas averiguaciones supo que los ladrones habían llegado a Angol, otros a los Angeles y Chillán. Descubrió ganado con su marca y supo que Navarrete era acompañado "por una joven bien parecida". Era su Lucía, la menor, que terminó en un hospital, donde la encontró su padre; pero falleció. En cuanto a su hermana Clorinda había sido "reducida a prisión" en San Carlos por haber "muerto al rico mayordomo M. M.", cacique indio que participara del malón, y como estaba embarazada, al dar a luz, falleció. Una monja se hizo cargo de la niña. Etchegoyen viajó a Valparaíso en busca de su nieta. Desolado y angustiado compró "el mejor rifle de repercusión y el mejor puñal" y se trasladó a Angol. Ubicó a Navarrete que "paseaba y negociaba ganado y vivía lleno de relaciones y solicitantes: ...no le perdía de vista, fui su sombra".

Una madrugada vio que Navarrete se ponía en marcha "por el camino de Lonquimay". Lo acompañaban tres caciques pehuenches. A la noche "desensillaron los caballos y levantaron gran fogata". "Yo no anhelaba otra cosa que tomar a Navarrete vivo", confesaría Etchegoyen al sargento Claro. Hizo tres disparos, el único "que se levantó ileso y azorado fue Navarrete". Quiso tomar su caballo y le gritó: "¡Justino Navarrete! ¡Los Etchegoyen ordenan que no te muevas...!". Cayó de rodillas suponiéndome un fantasma. Desarmado le pasó una cuerda por el cuello y con las herramientas mineras que llevaban para disimular los arreos exigiéndole cavar una fosa y enterrar los tres muertos. Amarrado de pies y manos cabalgaron hasta la caverna donde estaban. "Hace 16 años que vivimos juntos", dijo el terrible vasco. "Yo soy feliz con la comida de mis cacerías y él come mis sobras. Sólo me cuido de que viva para sufrir y expiar sus crímenes... Soy su juez y carcelero".

Lo escribió con más detalles José Manuel Olascoaga en su libro "El sargento Claro o la guerra de Chile".

HECTOR PEREZ MORANDO

   

HECTOR PEREZ MORANDO

   
 
 
 
Diario Río Negro.
Provincias de Río Negro y Neuquén, Patagonia, Argentina. Es una publicación de Editorial Rio Negro SA.
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