Existe una falsa idea de patriotismo vinculada al fútbol de selecciones. O si tal idea de patriotismo es mínimamente sustancial, se trata de un patriotismo barato, de mucho brillo y baja calidad. Mal que le pese a la hinchada, no se dirime ninguna utopía de país sobre el césped de una cancha de fútbol. Una nación no se construye en el campo de juego, como no se edifica el progreso a partir de un torneo de damas. Con la diferencia de que en este segundo caso, absolutamente todos los participantes son conscientes de que el suyo es un acto pasatista. Hay una especie de gran confabulación, de punto de acuerdo entre diferentes organizaciones que alimentan el fuego de la pasión futbolera. Reconozcámoslo: desde las directrices del sistema se impulsa un sentimiento nacional que, en el fondo, tiene como propósito vender televisores, cervezas, gaseosas y celulares. Los afectos nacionales, en todo caso válidos para el corazón de cada persona, pasan entonces a ser parte de la maquinaria del consumo. Un mojón más en las cifras del PBI. Ganar un partido de fútbol no hace más grande a una nación sino apenas más particular. Más suya. Es decir, no se establecen comparaciones de calidad entre el virtuosismo de los guitarristas negros del sur de los Estados Unidos y el de los guitarristas gitanos del sur de España, sino que, para neófitos y especialistas, las músicas se emparentan en un juego de beneficios mutuos. Por supuesto alguien dirá aquello es arte y esto fútbol; sí, lo cual no invalida el pensamiento. La pasión por el fútbol contiene elementos irracionales, al punto de que es inculcada, sin posibilidad de elección, ya desde la cuna. Pero a su vez contiene una serie de piezas lógicas vinculadas al negocio y a la distracción masiva que terminan siendo un golpe bajo, un "foul" para los fanáticos. Vivido así, como una guerra entre naciones, el fútbol hace olvidar las crisis internas y pasa a transformarse en una metáfora cruda de ciertos complejos de inferioridad. Vivido con tal histeria, el fútbol invita al prejuicio y a la intolerancia. Nivela para abajo. Producto de un gol de selección uno podría encontrarse abrazado a su peor enemigo o, incluso, al peor enemigo justamente de la nación. Pensemos en la alegría de Videla durante el Mundial de 1978. Un poco en serio y menos en broma, hemos elaborado una lista de propuestas y reflexiones motivados por el comienzo del próximo Mundial. Dicho esto: ¡Aguante Argentina! Proponemos que el Mundial 2014 no sólo sea organizado por Argentina y Chile, sino que, en un gesto de hermandad, se unifiquen las naciones trasandinas para que el país del vino y los mariscos sienta aunque sea por una vez en su historia lo que significa clasificar sin problemas y estar entre los cuatro candidatos a ganarlo. Es más, estamos dispuestos a que no se incluya ningún jugador chileno en el equipo titular siempre y cuando los trasandinos se ocupen de la contabilidad y el rédito económico del mega torneo. Esto sería beneficioso para ambos: por un lado el Mundial dejaría abierta la posibilidad de "Argentina Campeón", que los chilenos vivirían como propia ("Chile Campeón"), y por otro los cuadernos de egresos e ingresos terminarían en azul y no en rojo. Creemos que en un homenaje a la belleza de su juego y la delicadeza de su cultura (sin mencionar dos estremecedoras geografías: sus mujeres y sus playas), a Brasil debe otorgársele el título de Campeón Vitalicio. Por lo tanto de aquí en más los campeonatos de fútbol se realizarían con el sólo propósito de disputar el galardón de subcampeón. Si esta vez Argentina no clasifica para la final, habrá que explicarlo mediante una canción de Vicentico y no con otra letra llorona producto del tango vernáculo que nos dejará aún más tristes y abandonados a nuestro fracaso. Sarmiento tuvo el placer de conocer una Argentina sin fútbol. Si hubiese sido lo contrario, seguramente algunos tramos de "Facundo" serían distintos. Especialmente en el que se afirma que el mal que aqueja al país es "la soledad, el despoblado". Le tendría que haber agregado: "Y el fútbol"... En su libro "Ataque de pánico", el filósofo Miguel Wiñazki dice que las masas son siempre sodomizadas por alguien, el caudillo de turno, por caso. "Así gozan y sienten que sólo de esa manera pueden vivir, gracias a la potencia de 'El Tigre', de 'El Macho', de 'El Jefe'. Es decir, la masa se define a sí misma y de manera implícita por su impotencia". Así decimos nosotros sodomiza el fútbol a los argentinos. Aunque no coincidimos plenamente con su pensamiento, incluimos una cita de Juan José Sebreli, un clásico del antifútbol. Sebreli sostiene en su muy criticado libro "Fútbol y masas": "El acto de patear una pelota es ya de por sí esencialmente agresivo y crea un sentimiento de poder, amén de que la picardía de vencer al adversario basada en la trampa, la mentira, el disimulo, la zancadilla, tan alabada por todos los apologistas del fútbol como una forma de inteligencia natural y espontánea, no es sino una característica de la personalidad autoritaria". Por último, nos queda aseverar que de ganar el campeonato mundial, Argentina no se convertirá en un país esencialmente mejor. Y su alegría será mucho más pasajera que si, por ejemplo, se pagara la deuda externa en su totalidad o durante los próximos 20 años el crecimiento se "estancara" en un 9% anual (dos motivos verdaderamente significativos para llorar de felicidad). Por el contrario, si la Argentina no pasa de la primera ronda, con el estado de ánimo un poco más golpeado, indefectiblemente habrá que volver a la realidad y a soñar, de todos modos, con un país al 9% de crecimiento anual (al menos por los tres próximos años) y mucho menos violento que el que tenemos hoy. CARLOS TORRENGO CARLOS TORRENGO |