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Domingo 11 de Noviembre de 2007
 
 
 
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  Desde los pagos de San Ignacio
 
 

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“Un día me vino a ver una señora, no me acuerdo de dónde dijo que era, la cosa es que me dijo 'mire, si usted me firma estos papeles empezamos enseguida los trámites para traer a Ceferino a Neuquén', yo me quedé pensando y me dije '¿No sería más justo acaso que los restos de una persona estén al lado de su familia?' . Y bueno… ahí empezamos con todo el tramiterío y vamos a tenerlo a Ceferino acá con nosotros”.
El lonco Celestino Namuncurá (78) cría chivos, vacas y caballos y vive en San Ignacio (cerca de Junín de los Andes) en plena cordillera, en una casa de adobe, entre aguadas que este invierno se han hecho hielo. No hay allí electricidad ni gas natural.
Es el jefe, el último de la dinastía de los Namuncurá, nieto de Manuel y bisnieto de Kalfulcurá, el mapuche que tuvo bajo su mando a 30.000 lanzas que sucumbieron sólo cuando la carabina a repetición tronó en lucha contra el huinca.
Celestino es amable con las visitas. Tiene cara de gringo y amabilidad de paisano. Es católico creyente y no deja lugar a dudas. Por caso, sobre el hogar de leños ardiendo hay fotos, estampas y rosarios que rodean al tío ilustre, el flamante beato y primer indígena argentino que se ubica en la grilla para ser santo. En su casa, hace un par de meses, recibió a “Río Negro”.
La ceremonia de beatificación es hoy. No le importa. Es que el lonco cree que el momento ha llegado y que al fin su tío Ceferino estará al fin con los suyos, en la cordillera de Neuquén, el destino final de un pueblo que fue corrido de un lugar a otro tras la rendición que siguió a la última avanzada del Ejército Argentino en el cierre de la Conquista del Desierto. Les habían dado tierras en Chimpay junto al río Negro -donde nació el flamante beato- pero el título de propiedad nunca les fue entregado y fue por eso que el lonco Manuel Namuncurá dejó las tierras ribereñas donde su tribu descansó entre cinco y siete años. Así pues, desde principios del siglo XX, la comunidad Namuncurá ocupa la zona de San Ignacio, a 60 kilómetros de Junín de los Andes y a la vera de la ruta nacional 40. Sólo hay un cartel que marca el acceso a tan particular escenario, y también un viejo almacén de Ramos Generales. Allí, en el frente del almacén que atiende doña Margarita Probatto, en 2005 se filmaron escenas de la película “El Aura”, con Ricardo Darín y la dirección de Fabián Bielinsky. “Acá fue donde trajeron el blindado”, explica un parroquiano que escucha a Margarita quien todavía desconfía de que al fin los restos del Lirio de la Patagonia lleguen hasta San Ignacio.
¿Sabe cuánto hace que están hablando de eso? -le advierte Margarita al periodista-. La mujer se rinde cuando le dicen que el santuario está casi listo y tanto el obispo de Neuquén, Marcelo Melani, como el de Río Negro, Néstor Hugo Navarro, están de acuerdo en que así sea.

¿QUÉ MILAGRO HACE?

El viento helado trajo buenas nuevas este invierno. Fue cuando a través de la radio Cordillerana Celestino y su gente (66 familias esparcidas entre valles y pendientes) se enteraron de la decisión papal de declarar beato a Ceferino, el chico mapuche que nació en Chimpay en 1886, murió en Roma en 1905 y que de regreso en la década del '80 descansa en Fortín Mercedes, en cercanías de Pedro Luro (provincia de Buenos Aires). Pues bien, el paraje San Ignacio bien podría llamarse San Ceferino. Es que en estas tierras, lo mismo que en Junín de los Andes, Ceferino es objeto de máxima devoción y el dueño de todos los milagros.
-¿Qué milagros hace?
-“Bueno, hay muchos, esto, lo que está pasando es un milagro; para nosotros, el santuario que estamos haciendo también es un milagro; pesamos que nunca íbamos a poder”, contesta y describe Cirilo Namuncurá (38), uno de los 13 hijos de Celestino y uno de los motores de una iniciativa que le puede cambiar la vida a San Ignacio.
Desde hace más de dos años, la comunidad mapuche, con la asistencia del arquitecto Alejandro Santana, construye un santuario con forma del cultrum al pie de un cerro que, como no podía ser de otra manera, se llama Ceferino. El cultrum es un instrumento musical mapuche, un pequeño tambor achatado que se golpea con las manos y que junto a particulares instrumentos de viento marca el ritmo de las ceremonias.  Pues bien, el santuario tiene forma de cultrum, con un perímetro de 25 metros y sus trece caras  lucen, intercalados, ventanales de vidrio repartido. En ese lugar, antes de fin de año, los mapuches de San Ignacio esperan tener los restos de Ceferino.

 

   
RODOLFO CHÁVEZ
   
 
 
 
Diario Río Negro.
Provincias de Río Negro y Neuquén, Patagonia, Argentina. Es una publicación de Editorial Rio Negro SA.
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