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Domingo 11 de Noviembre de 2007
 
 
 
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  EL MILAGRO
  “Le oré a Ceferino y me curé”
A Valeria Herrera le diagnosticaron cáncer de útero en
el 2000 y le indicaron que empezara quimioterapia.
Esa noche le pidió ayuda a Ceferino. Dos días después,
un nuevo análisis determinó que se había sanado.
 
 

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Los ojos de Valeria Regina Herrera (32) demuestran asombro, una sensación que la acompaña desde que su vida sufrió un dramático cambio. Conocida por muchos como “la chica del milagro”, es la protagonista excluyente de la beatificación. Es que la curación espontánea de su cáncer de útero a través del pedido de intercesión de Ceferino ante Dios fue tomada como caso testigo por la Congregación para las Causas de los Santos en el Vaticano. El 15 de mayo de este año, después de cuatro años de estudios, los cardenales y obispos que la integran dieron por cierto que en su cuerpo se había producido un milagro.
“Fueron momentos muy duros –dice Valeria en su chalecito serrano de Alta Gracia (Córdoba) al comenzar el relato–. Tenía 24 años y al mes de casarme, en enero del 2000, quedé embarazada. En mayo perdí el bebé. En la placenta no encontraron nada raro, estaba perfecta. Pasaron los días y empecé con unas hemorragias terribles, vómitos, mareos... la médica pensó en un gran desarreglo hormonal y me recetó pastillas para coagular la sangre, pero no me hacían nada. Seguí con pérdidas varios meses hasta llegar a un estado muy delicado, tenía una anemia enorme.
“Me agotaba hasta respirar sentada en una silla; el pecho me pesaba. Consulté con mi doctora: había que practicar otro legrado, es decir un raspaje quirúrgico de las paredes del útero pero existía el riesgo de dañarlo. Yo deseaba mucho tener hijos y no quise saber nada. Otro médico me dio la posibilidad de hacer un legrado hormonal, pero mi hígado no lo resistió. No quedó otra posibilidad que la de una nueva cirugía. Cuando el doctor terminó de operarme el útero me dijo: ‘Menos cucarachas tenías de todo’. Después pasó el material a anatomía patológica”
Enseguida supo el resultado de la biopsia: “Yo estudiaba enfermería y me di cuenta muy rápido lo que tenía. El médico lo confirmó: ‘Es cáncer de útero muy invasivo, pero con buena respuesta a la quimioterapia’, me dijo. Aconsejó empezar de inmediato con las drogas. Fui a la casa de una amiga y después enfrenté a mi marido, a mis padres. Era un viernes y estaba desesperada. Me fuí a la cama agotada y allí encontré en una revista una reseña histórica de los posibles santos argentinos: Brochero, Esquiú, Ceferino. Me detuve en Ceferino: lo miré y recordé que mi abuela me lo había hecho conocer. ¡Me identifiqué tanto con él! Entonces le empecé a hablar: me salían las palabras del alma, le decía que él me iba a entender porque murió joven con el deseo de evangelizar a los suyos. Le pedí por favor que hiciera un milagro conmigo y me dormí profundamente...”.
Recordar le provoca escalofríos. Se pone una campera de lana. Sigue: “Al día siguiente de mi oración a Ceferino fui a una nueva consulta médica porque me tenían que explicar lo del tratamiento con tres drogas combinadas. Ahí me confirmaron que además tenía necrosis de tejidos en genitales externos. Yo quería volver ese fin de semana a mi casa del pueblo de Bialet Massé. Así que fuimos con mi marido, le pedí ver el río. Después solicité la unción del párroco y el lunes a primera hora me presenté en el hospital de Córdoba para empezar la quimioterapia”.

REVUELO EN LA CLÍNICA

“Hice el ingreso y me revisaron varios médicos. Yo veía que empezaron a hablar mucho entre ellos y de repente, asombrados, me preguntaron qué había tomado ese fin de semana, si yuyos de algún curandero o qué. Les conté que nada, que solo había orado a Ceferino. Entonces me dicen: ‘No palpamos ningún tumor externo y el tejido está rosado... vamos a hacer un dosaje hormonal’. El resultado de ese estudio de los valores hormonales del viernes a ese lunes daban la mitad. Decidieron no empezar la quimio hasta que no se estabilizaran. Todos los días me estudiaban los valores hormonales en sangre y en orina y antes del mes llegué a valores normales. Los médicos me dijeron: ‘¡Gorda, armaste una revolución en la clínica!’. Me contaron que habían mandado a analizar los tacos con las células a varios laboratorios y todos eran coincidentes. Mi historia clínica termina allí, con dos palabras: involución espontánea. Al despedirse, el médico me dijo: “Algo hiciste para que te perdonen la vida de esta forma”.
Y Valeria Herrera empezó una nueva vida junto a su marido Joseph Kova (40), nacido en Costa de Marfil. Lo conoció en ese país africano, en Ferkessedougou, cuando era misionera con votos temporarios de la Congregación Nuestra Señora de los Apóstoles y formaba líderes laicos pastorales en la etnia senoufo.
“Por algo Dios puso a Joseph en mi camino. Yo no quería tener un amor exclusivo sino universal, aliviar el dolor humano, dedicarme a la oración y a la contemplación. Recuerdo el sonido de las ranas y el tam-tam permanente, también los colores de Africa y la gente sin dobleces, tan respetuosa con los adultos...” .
Aparece en el living Sessè, la pequeña de rizos ensortijados y piel de chocolate, la más chica de sus tres hijas. Pide ponerse un vestidito a lunares. De inmediato vuelve al punto de partida: “¡Los médicos casi se mueren cuando empezaron a nacer las nenas! Ellos no me permitían embarazarme hasta que pasaran unos tres años de la curación, pero tuve tres cesáreas continuas con Dèdi (5), Muriel(4) y Sessè (2). Todos me decían que era imposible para un útero como el mío, lleno de cirugías. Siempre estuve segura de que esto era parte del milagro y de que era mi obligación darlo a conocer. Fuí a todos lados con mi carpeta de estudios, ecografías. Del Arzobispado me derivaron a distintos lugares, hasta que un hermano menesiano llevó todo a Roma, a la Congregación de Salesianos. De allí me contactaron con el padre Dante Simón, el vice-postulador de la causa”.

LLORAR DE FELICIDAD

Continúa su largo monólogo: “Pasé un año en observación. Se presentaron declaraciones juradas de médicos y testigos, entre estos últimos había ateos, budistas, evangelistas. El 6 de julio el Vaticano hizo el anuncio de la beatificación de Ceferino. No paro de llorar de felicidad. Siempre tengo la imagen de ese enorme pabellón de enfermas oncológicas por donde pasé... ¿por qué me salvé yo? No termino de responderme esa pregunta”.

LA VIDA COTIDIANA

Joseph trabaja como profesor de francés e inglés en colegios de Alta Gracia y también tiene alumnos particulares. Valeria se ocupa de la casa, las niñas y sus estudios de enfermería que retomó en la Universidad Nacional de Córdoba. 
El teléfono no para de sonar, la gente los visita sin previo aviso, llegan encomiendas con libros y ropa para las comunidades mapuches, le ofrecen dinero le piden estampitas de Ceferino, y le piden mucho más otras cosas.
Valeria confiesa: “No quiero convertirme en ‘milagrera’. Yo sólo me considero un puente. Cuando la gente quiere tocarme o que yo la toque, solo digo que mi compromiso es ponerlos en las oraciones a todos los que tienen el corazón sufriente”.
Hoy estará en Chimpay con la intención de fundirse en la emoción de la multitud que peregrinará hasta la fiesta de beatificación del genuino hijo de esta tierra, el mapuche cristiano que fue declarado venerable hace 35 años, que ahora es beato y que para muchos de sus devotos ya es un santo.

UN SOBRE, UNA SORPRESA

En la mitad de la entrevista en exclusiva con “Río Negro” el cartero deslizó bajo la puerta de la casa de Valeria un sobre con la revista “Ceferino Misionero” con el título  “¡Al fin beato!”. Ella se emocionó, lloró y luego sonrió.

   
   
 
 
 
Diario Río Negro.
Provincias de Río Negro y Neuquén, Patagonia, Argentina. Es una publicación de Editorial Rio Negro SA.
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