Cuando "Río Negro" me invitó a escribir sobre el museo Olsacher de Zapala y su influencia en mi carrera sentí entre una gran responsabilidad y el recuerdo de las vivencias ligadas a mi vida como paleontóloga. Es imposible abarcar la historia del museo en su totalidad por lo que me restringiré a lo que conozco de mi especialidad. El museo se fundó gracias a la visión a Ignacio Garate Zubillaga.
Falucho, como le decíamos, fue un entusiasta de las ciencias naturales y en particular de las rocas y los fósiles. A lo largo de los años fue acumulando una importante colección de una biblioteca bastante ecléctica, que sirvió de base para la fundación del museo. Desde su nacimiento, el museo corresponde a la Dirección Provincia de Minería de Neuquén y como tal es el único de nivel provincial.
Con el pasar de los años, las colecciones del Olsacher se fueron ampliando con moluscos actuales, documentos históricos y elementos arqueológicos del Neuquén y por supuesto de miles de muestras de rocas del país y el exterior y varios cientos de fósiles. Entre esos últimos predomina la colección de invertebrados de la Era Mesozoica, en particular amonites, bivalvos y otros moluscos del Jurásico. Esta colección es valiosa no sólo por su cantidad de piezas y diversidad de taxones sino porque ha sido estudiada por paleontólogos y geólogos argentinos y extranjeros que le han dado relevancia internacional. En tal sentido una de las personas que más contribuyó y contribuye es el geólogo y paleontólogo Héctor Leanza, investigador del Servicio Geológico Nacional e investigador superior del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet).
A Falucho lo fascinaban particularmente los vertebrados fósiles, los que no le resultaban fáciles de hallar ya que carecía de toda infraestructura para hacer trabajos de campo sistemáticos. No obstante, una de las cualidades de Falucho era saber ganarse el afecto y la confianza de los pobladores y así se enteraba de la localización de restos de vertebrados hallados, en muchos casos, durante los arreos en la veranadas. Falucho les explicaba la importancia de esos huesos y que sólo tenían valor si estaban en los museos donde además de exhibirlos podían ser estudiados. Así logró que muchos donaran los huesos y hoy constituye una parte de las colecciones catalogadas, en las que constan los datos del donante.
Como joven investigadora del Conicet, tuve la oportunidad de conocer a Falucho a mediados de los 70 cuando recorría, apoyada con la infraestructura de YPF, los afloramientos de rocas del Jurásico en busca de reptiles marinos, una línea de investigación inexplorada en el Hemisferio Sur hasta ese entonces. Los contactos de Falucho y los aun escasos reptiles marinos del Olsacher en aquella época resultaron un estímulo para insistir en su búsqueda. Han pasado 35 años y hubo muchos cambios.
Falucho estimuló a numerosos jóvenes de Zapala a sumarse como colaboradores del museo de los cuales quedaron como efectivos los hermanos Sergio y Rafael Cocca. Los hermanos Cocca cooperaron activamente en los trabajos de campo y tenían, cabe señalar, una especial capacidad rastrear bichos marinos. Paralelamente iba creciendo el número de mis discípulos de los cuales la doctora Marta Fernández del Museo de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional de La Plata y el doctor Marcelo de la Fuente del Museo de Ciencias Naturales de San Rafael, Mendoza, ambos investigadores del Conicet, entraron de lleno al estudio de los reptiles marinos jurásicos de Neuquén generando destacados descubrimientos tanto en los estudios sistemáticos como paleobiológicos. Por otra parte, la participación en nuestro equipo del geólogo y sedimentólogo, Luis Spalletti de la Universidad Nacional de la Plata e Investigador Superior del Conicet, y su equipo, fueron los que contribuyeron brindando, entre otros, el marco paleoambiental en el que habían vivido los reptiles marinos descubríamos.
El apoyo económico del Conicet, de la Agencia de Programación Científica y Tecnológica, de los Programas de Incentivos de la Universidad Nacional de La Plata y de la National Geographic Society fueron imprescindibles para financiar campañas, preparar los especímenes, generalmente en el Museo de La Plata, los viajes de estudio al exterior ya que como en todo proyecto sin antecedentes estaba todo por hacer, empezando por la formación científica del equipo de investigación.
¿Y por qué buscábamos reptiles marinos? Una de las razones era que a pesar de que habían vivido en la Era de los Dinosaurios, poco y nada se sabía de ellos en el Hemisferio Sur. Desde el punto de vista del impacto mediático, los reptiles marinos vivieron a la sombra de los dinosaurios. Pero fueron los grandes predadores marinos de la Era Secundaria, a varios de los cuales les cabe el mote de monstruos marinos.
Aunque es imposible en una nota resumir los descubrimientos y los resultados científicos mencionaré sólo los más fáciles de imaginar. Ictiosaurios de nueve metros de largo, ictiosaurios que han conservado parte de su piel y que a partir de las características del anillo óseo que rodeaba al ojo la doctora Fernández y colaboradores han podido estimar la agudeza visual bajo el agua y por consiguiente las posibilidades de bucear en las profundidades del mar neuquino. Asimismo estudiamos a las primeras tortugas que se aventuraron al mar, aun conservando un esqueleto comparable al de tortugas de agua dulce. Comprobamos, sobre varios especímenes de cocodrilos marinos, la adaptación a la vida en ese medio hostil, no sólo por las características de su morfología corporal sino también por el descubrimiento de estructuras (glándulas de la sal) que les permitían excretar el exceso de sales del medio y del alimento que ingerían. Estas maravillosas modificaciones no volvieron a ocurrir en los 140 millones de años que separan a los cocodrilos marinos de los parientes más que lejanos de nuestros días. Entre los cocodrilos hallados en Neuquén hay uno, el Dakosurus andiniensis, que con su cabeza de aspecto de dinosaurio carnívoro bien le valió el apodo de Godzilasuchus. Pero aun los hubo más impactantes y ellos fueron los pliosaurios, los máximos predadores en las cadenas alimenticias de los mares del Jurásico. En Neuquén descubrimos un ejemplar que tenía un cráneo de 2.45 metros de largo, lo que hubiera empalidecido de envidia a Giganotosaurus, quien 40 millones de años después, fue el predador-carroñero más espectacular conocido de ambientes terrestres.
Otra pregunta frecuente es ¿por qué exploramos en Neuquén? Hay razones de infraestructura y la principal fue contactar con el apoyo del museo Olsacher. La otra respuesta es porque Neuquén, también con Mendoza y sur de San Juan, conforman lo que se conoce como Cuenca Neuquina, una ingresión del océano Pacífico que conformó un gigantesco engolfamiento cuando no existía la Cordillera de los Andes. Características especiales de los ambientes marinos que hicieron posible los reservorios de petróleo pero además la preservación de mucha de la biota que habitaba en esas aguas, y entre ellos los reptiles marinos.
En los últimos cuatro años con Marta Fernández hemos incorporado al equipo de investigación en reptiles marinos, otra camada de jóvenes becarios del Conicet, los que están explorando en aspectos paleobiológicos. Paulatinamente vamos extendiendo la formación de becarios en el mismo Neuquén, contando con la colaboración científica del doctor Leonardo Salgado (Universidad Nacional del Comahue-Conicet) y nuestro objetivo próximo es contar con becarios que puedan realizar investigaciones en el propio Museo Olsacher, en el lugar específico donde se encuentran la mayor colección de reptiles marinos jurásicos no sólo de la Argentina sino de todo el Hemisferio Sur.
Recientemente el museo Olsacher ha logrado una destacable renovación. A su magnífico edificio, instalaciones y salas de exhibición, merecen señalarse sus objetivos. En tal sentido, las autoridades de la Dirección Provincial de Minería y el director del Olsacher, Alberto Garrido, tienen bien en claro que ningún museo crece si carece de profesionales bien preparados para llevar a cabo trabajos científicos. No sólo es descubrir. Esa etapa es fundamental pero lo que se descubre es necesario ponerlo en valor y esto sólo se lo otorga el conocimiento que genera. Luego vendrá la transferencia en publicaciones científicas que lo harán conocido en el mundo entero. El Museo Olsacher tiene gran parte de sus colecciones en un banco de datos de uso internacional. Varios de los paleontólogos que trabajamos con sus fósiles tratamos de contribuir a ese ordenamiento que faltó, lamentablemente, por años. El museo es lugar de aprendizaje, y de transferencia a todo público: los alumnos de todos lo niveles educativos y el turismo quedan admirados de este remozado museo.
(*) División Paleontológica de Vertebrados Museo de La Plata.
Investigadora superior del Conicet
