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  Martes 01 de Septiembre de 2009  
 
 
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  Una vida sobre dos ruedas
Fue peón rural y soldador hasta que abrió su primera bicicletería. .Después, les puso dos ruedas a varias generaciones de roquenses. .Aquí, en primera persona, cuenta su apasionante historia.
 
 
 
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"Mire lo que son las cosas: Yo era un pobre ovejero que miraba pasar a los ciclistas que corrían carreras por la 22. Cada vez que los veía a lo lejos corría a la ruta. Los miraba de cerca y pensaba: ´Algún día voy a tener una bicicletería´. En aquella época la 22 era de piedra. Pobres muchachos, pinchaban un montón de cubiertas. Yo trabajaba en el campo de un alemán con toda mi familia. Papa, mamá y mis 10 hermanos. Dos murieron chiquitos de peritonitis: en aquellos tiempos las apendicitis terminaban así...

"Mi viejo, José, era español, de Almería, un gallego duro que tenía que regar 100 hectáreas de sol a sol. No existían ni los horarios ni las leyes que vinieron después con Perón. Un tipo recto, derecho: ´Lo de ustedes lo tienen que defender. Pero ni se les ocurra tocar algo que no sea de ustedes´, nos decía. Mi mamá, Ángela, se las ingeniaba para darnos de comer un guiso o una sopa, nos hacía nuestra propia ropa y se ganaba unos pesos lavando la de los peones, que eran como 70, la mayoría chilenos.

"El campo era muy grande, con muchas ovejas y maíz. El alemán siempre andaba a caballo, rodeado por 11 ovejeros y armado: cada vez que veía una avutarda le tiraba con el fusil; esas aves son muy dañinas para la tierra. Todos los Medina fuimos a la escuela, pero no pasamos de tercero. No había más grados en la escuela de la zona. La de Allen llegaba a séptimo, pero... ¿cómo hacíamos para llegar a Allen?

"A los 9 años ya trabajaba en la chacra. Empecé con la azada y le limpié una parte del perímetro, para que quedara bien prolijito un metro de terreno al lado del alambre. ¿Por qué? Y, no le digo, el dueño era alemán: quería todo en su lugar. Me marcó un camino, me enseñó cómo trabajar. Igual le voy a confesar una picardía una vez que me pidió que matara las avutardas. Me pagaba 5 pesos por mes, pero yo las corría y le tiraba a las liebres: se pagaba 7 centavos el cuero. ¿Vio? A los 10 años ya tenía el don del negocio. El problema fue que se avivó. ´¿Le está tirando a las avutardas? Tráigame las cabezas y ahí sí le pago´, me dijo. Chau negocio.

"Después fui ayudante de cocinero durante la esquila. Preparábamos la comida con las ovejas viejas que se sacrificaban después de la séptima parición. A los corderos los mandaban en tren a Buenos Aires. A los 12 ya manejaba una majada de entre 600 y 700 ovejas durante la parición. Usted viene a ser como el partero, tiene que ponerlas en la posición correcta, ayudar a la cría a salir...

"Y así fuimos creciendo. Mis hermanos mayores se empezaron a ir a trabajar a Roca y después los seguí. A los 17 empecé en Salobar, un negocio de Saiz, López y Baraldi donde vendían coches, motos, bicis, repuestos... Me tomaron en el taller de bicicletas y tuve suerte porque Fraportti, el jefe, me enseñó muchas cosas. También entró mi hermano José.

"A esa altura, la familia volvía a reunirse en Villa Andrade: compramos un lote de 10 x 20 y construimos una casita. Poco después pasé a la Bicicletería Berger, de un austríaco que me pagaba el 10% de los repuestos que vendía y toda la mano de obra. Limpiaba bicis, las armaba, lavaba piezas, arreglaba piñones... Ahí también tuve suerte: Antonio Guevara me enseñó a trabajar la chapa, a mantener todo limpio, organizado. Si usted tiene un buen jefe y ganas de trabajar, usted sale bueno.

"Después me tocó la colimba en Neuquén, en el Ejército. Entre en febrero del 52. Ahí sí te cagaban a palos. El problema era el hambre: un subteniente se llevaba siempre la mitad de la comida. Tuve que robar alimentos. No era lo que me había enseñado mi padre, pero tenía que comer...

"Salí de baja a los cinco meses, pero mi puesto en la bicicletería estaba ocupado. Conseguí empleo en el transporte automotor, en la Empresa del Valle. Ahí me hice herrero, chapista, carrocero, aprendí a soldar. En seis años pasé de la categoría 6 a la 2, la 1 era para los jefes. Y me compré un pantalón; tenía un sólo mameluco azul ´Ombú´. Cada vez que lo lavaba lo tenía que revolear al fuego para secarlo rápido...

"En 1955, con el golpe de Estado que echó a Perón, cayó de administrador a la empresa un capitán de la Marina. Y dos alemanes que vinieron a controlar. Como los laburantes eran todos peronistas, nadie les daba bola. Menos yo, que pensé que era mejor hacerse amigo del juez. Llevé a los alemanes a pasear por todo el Valle y ellos me enseñaron técnicas secretas de soldadura que después apliqué en la bicicletería. Un día el capitán me escuchó silbar la marcha peronista.

-¿Qué hace? -me preguntó.

-Silbo, capitán -le respondí. Yo también era peronista, pero no comía vidrios. Me gustaba el radical Balbín, el socialista Palacios. Pero no podía negar que era peronista. ¿Sabe por qué? Porque de chico supe lo que era trabajar de sol a sol, sin horas extras, sin mutual, sin nada. Y eso cambió con Perón, otro estadista así no va a haber. El capitán me dijo que me iban a trasladar a Zapala. Le expliqué que no me podía mudar, que tenía un hogar a cargo.

-O se va o lo echamos -me dijo. Y me fui. Estuve dos años allá, hasta que mi hermano José, que ya tenía una bicicletería, me convenció de volver y abrir la mía. Había otras siete en Roca. Claro, la bici era el vehículo más usado en aquellos tiempos en que la Tucumán era de tierra y tenía farolas cada 100 metros. Se daba la vuelta del perro entre Don Bosco y Roca. Yo me hice mis propias herramientas y compré un localcito de 4 x 4 en Don Bosco casi Tucumán. Abría a las 8 y a las 10 ya no podía aceptar más bicis. Me fue muy bien, compré la propiedad de la esquina, tiré abajo la pared y agrandé el negocio. Me costó 1.000 pesos. Suena poco, ¿no? Pero había que tenerlos....

"Enseguida me agarraron las crecientes. En los años 60 era común que se viniera el agua. Llegamos a tener un metro. Una vez me despertaron a las 4 de la mañana por una creciente que me rompió toda la bicicletería. Por suerte después se hicieron las obras, pero quedaron las rosetas que dejó el agua. ¿Que nos traen más trabajo? No se crea, a nosotros no nos conviene emparchar. En este negocio el secreto es decirle la verdad al cliente: ´Esto te conviene, esto no te conviene´. Trabajar bien, cobrar lo justo, no estafar. Yo siempre le cuidé el bolsillo a la gente. Y la otra clave es comprar bien. Yo creo en Dios, pero factura en Buenos Aires. Si querés buenos precios, andá allá. Nunca le compré a los viajantes. No me gustaba que se quedaran con el 15% de comisión. Viajaba y compraba yo. A la Capital, por los mejores productos importados. A Rosario, la cuna del armado. A Mar del Plata, por la vestimenta y los cuadros especiales.

"Hay que ser un poco pícaro. Una vez fui a Rosario a comprar asientos, pero cuando entré pregunté por otra cosa. Al ratito me ofrecen asientos y yo le digo gracias, no necesito. Me vuelven a ofrecer, me vuelvo a negar. Me insisten y pregunto cuánto valen: 3,60 cada uno. Les digo si me los dejás a 2 pesos me llevo 500 y te los pago ahora. Aceptaron.

" Y siempre, siempre, siempre, compré las mejores revistas extranjeras y nacionales para estar un paso adelante de la competencia. Otra cosa: nunca di un cheque sin fondos, pero tipos que me deben plata hay un montón...

"Yo tengo tercer grado, pero siempre leí mucho sobre política y economía. Leía y sacaba conclusiones. Por eso las grandes crisis no me agarraron mal parado, ni el Rodrigazo, ni el Corralito, ni nada. Hay muchos que dicen que en la Argentina hacer cosas es difícil. No digo que no, pero también creo que hay muchos que quieren ganar siempre. A veces te toca perder o ganar menos y tenés que bancártela. Para qué querés tres casas si van a dormir en una... Entonces, si hay crisis, cargá menos porcentaje, viejo, cargá menos porcentaje.

"Le cuento de mi familia. Mi mujer, Ortensia Debro, nació en Córdoba. Falleció hace poco, pobrecita. Mis hijos trabajan conmigo: Christian Elizabeth y José Luis, que fue un buen ciclista, terrible velocista, un tipo que te arregla un reloj, una radio, lo que sea. Se especializó en bicicletas de competición y ahora lo vienen a consultar de Buenos Aires. En realidad, más que trabajar conmigo manejan ellos el negocio. Yo vengo a hacer alguna rueda, a divertirme un rato. De pibe quería tener una bicicletería y ahora tengo la más importante de la Patagonia, no lo digo yo, lo dicen los viajantes. Tenemos cinco empleados, cada uno con su especialidad, hasta en computación. Mi orgullo es que vinieron secos y ahora tienen su casa y su autito.

"Toda mi vida trabajé. No paré hasta cuando estuve 18 meses enyesado. Iba en moto y choqué con un auto. Me costó siete operaciones, pero salvé la pierna, si al principio me la querían cortar. Después, a los 50, me hicieron cuatro by pass. No me quedé quieto. Una vez, por ejemplo, pedaleé 120 km hasta Chimpay. De joven tenía ganas de ser ciclista, pero no me dio el tiempo: hay que entrenar muchas horas.

"Yo siempre digo que a los 4 años hay que largar las rueditas, sino los chicos se acostumbran y después se les hace más difícil dejarlas. En esta misma calle yo le saqué las rueditas como a 250 pibes. Tenés que decirles que pedaleen mientras corrés y los empujas de la cintura. El pibe va a girar la cabeza y vos le tenés que decir quedate tranquilo que no te suelto.

Cuando lo ves bien afirmadito lo soltás. ¿Hay algo más lindo que ver alejarse a un pibe andando en bicicleta?". (J.A.)

   
   
 
 
 
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