Seguramente uno de los momentos más sensibles para los vecinos del barrio fue aquel día en que los militares les entregaron sus casas de plan y derrumbaron aquellas de barro, maderas y chapas que habían construido con sus propias manos sin dejarles tiempo para sacar mucho. Pero los vecinos más antiguos saben que en la historia del barrio los logros llegan si se buscan con paciencia, constancia y hasta algunas concesiones.
Pasando el Parque Industrial, unos mil metros antes del basurero municipal se encuentra el barrio Islas Malvinas. Si uno se quedara con la imagen que se ve desde la calle Vintter imaginaría que son unas pocas cuadras. Pero dentro, y cruzado por una de las pocas diagonales de la ciudad, Malvinas crece.
Julio Sosa llegó en 1938 cuando tenía 10 años, cuando las Islas Malvinas no significaban mucho para los argentinos, y cuando en esta zona de Roca recién se instalaban unas pocas familias. “Vine con mi papá, a mi mamá la perdí cuando tenía cuatro años, y mis cinco hermanos son más grandes. Había un grupo de vecinos acá y en el Parque Industrial. Todo era fiscal y cada cual hacía su casa como quería. Había como 30 vecinos”.
Pero la inestabilidad de la democracia argentina ya había comenzado y en 1955 la llamada Revolución Libertadora derrocó al presidente Juan Domingo Perón y las cosas cambiaron para los vecinos del asentamiento que en ese momento se conocía como “Campamento”. Julio lo sintetiza: “Vino el derrocamiento del 55 y vinieron los de la cárcel a avisarnos a los vecinos que nos daban un plazo de una semana o dos y cada cual tenía que irse donde pudiera”. Y es que esas tierras formaban parte de la gran propiedad de la Colonia Penal. “Nos dijeron: ‘O se van o les quemamos los ranchos’. Eran casitas no tan precarias, de adobe... Así que muchos se fueron para Cervantes y otros a Tiro Federal. Quedamos 15 más o menos. Ellos alambraron y quedamos afuera, al lado del alambrado”.
Su hija, Andrea, también nació en el barrio y conoce la historia en palabras de sus abuelos y sus padres: “Ellos mismos las hacían, cada uno levantó su casa como pudo porque esto era todo campo, sólo estaba el canalito para regar las chacras”, agrega.
Detallada y cronológicamente, Julio cuenta que cuando regresó de hacer el servicio militar comenzó a reunirse con sus vecinos para pedir por las tierras. “Nosotros no queríamos que nos las dieran sino que nos vendieran a cada uno su terreno y nos comprometíamos a pagarlo pero no había caso”.
Y no hubo caso hasta el año 73 cuando llegó la democracia y un nuevo gobierno de Perón. La primer propuesta oficial fue la de hacer un plan de viviendas de 35 casas en esas tierras. “A los dos meses me llaman diciendome que había un plan de viviendas de 80 casas. “Y les dije: ‘Y... si hay 80 mejor’, porque quería que mi barrio fuera grande el día de mañana”.
Y justo cuando las casas estaban casi terminadas, volvió la dictadura al país. “Este plan estaba previsto con salón comunitario, escuela y un mercado pero volvió el derrocamiento en el 76 y a gatas hicieron las casas -cuenta Julio y se ríe con las cicatrices curadas por el tiempo-. El resto quedó en la historia”.
Sin luz, gas ni agua, pero las casas estaban hechas y el nuevo gobierno se las dio. “Un buen día me llaman y me dicen: ‘Mirá Sosa, decile a tu gente que el domingo que viene nosotros vamos con las topadoras, cada cual se cambia a su casa que les damos y esas casitas se las tiramos”.
“Yo en ese momento tenía 3 años -recuerda Andrea- y mis hermanos gemelos eran bebés todavía, nos cambiaron de un momento para el otro y después las casitas las pasaron por encima”.
“Y así nomás vinieron con una topadora y meta voltear casas, todas de adobe eran -sigue Julio-. No nos dejaron sacar ni chapas ni nada. Como yo trabajaba en el aserradero tenía una pila de leña, me prendieron fuego la leña”.
Las casas tenían tres habitaciones, baño y cocina. “Primeramente no teníamos gas. Tuvimos que comprar dos estufas a kerosene para calentar el ambiente porque estas casas son frías por el block, calurosas en verano y frías en invierno”.
“Cuando fuimos a poner el gas, tuvimos que comprar una llave para la esquina para manejar la distribución del gas en todo el barrio. Me acuerdo que cincuenta pesos salía la llave, un montón de plata si el que más ganaba diez pesos por mes, tres o cuatro pesos por día. Yo trabajaba en la chacra y ganaba 65 centavos por día y en los galpones ganaba más, 80”.
“Nos habían dado 30 meses, los que podían las terminaban de pagar antes, y ahí podíamos tramitar el título de propiedad. Muchos vecinos lo hicimos, la mayoría no lo tiene. Y me parece que algunos no pagaron”, dice.
Los Sosa cuentan que en ese momento la mayoría de las 80 familias que vivían en el sector trabajaba en las chacras de los alrededores y algunos, muy pocos, en las empresas instaladas en las cercanías. Primero fue la Primera Cooperativa Frutícola de General Roca, después Liguori y más tarde Agro Roca. Allí trabajaban generalmente los hijos de esos primeros pobladores. Julio no fue la excepción. Hasta los 16 años trabajó en las chacras, a esa edad entró a un aserradero pequeño y a los 20 pudo ingresar en la Cooperativa donde se jubiló al cumplir los 65 años, hace ya unos cinco.
“Después, cuando ya estaba el barrio, hicimos los trámites para que nos pusieran el gas y el agua. Cloacas todavía no tenemos. Ese es un pedido que en aquellos años hicimos pero hasta ahora estamos en la espera. Porque un camión cobra casi cien pesos y hay vecinos que no ganan como para desagotar el pozo y siguen haciendo pozos, otros dicen que a la noche tiran el agua de los pozos ciegos a la calle y viene todo para acá porque está en bajada el barrio”, explica el vecino.
LAS MALVINAS DE ACÁ
Más claro imposible, el nombre del barrio remite a las islas que el gobierno militar intentó conquistar en 1982. “Cuando estuvieron las Malvinas me llamaron y me dijeron que a este barrio le iban a cambiar el nombre: - Conquistamos las Malvinas así que a ese barrio le vamos a poner Islas Malvinas ¿Qué decís vos? -le preguntaron a Julio y él encontró la respuesta súper fácil: “No le iba a decir que no si eran los militares...”, sonríe.
Fue también en esa época cuando el barrio creció y los vecinos vieron nacer a un segundo sector al que comenzaron a llamar “Por esfuerzo propio”. “Se limpió la parte del fondo de barrio, en el límite con las chacras y ahí se hizo ‘Por esfuerzo propio’ -cuenta Andrea-. En ese momento había un plan de la provincia que le daban material a la gente y cada uno lo iba pagando en cuotas, por eso se llama así”.
Hace unos cinco años se agregó un nuevo asentamiento al norte “sobre el campo”, grafica Andrea. Son cerca de seis cuadras nuevas. “De las 15 familias primeras hay hijos que están viviendo en ‘Esfuerzo propio’ y los hijos de esos hijos están allá en el asentamiento. Está grandísimo el barrio. Debe haber cerca de tres mil personas entre grandes y chicos”.
CERCA DEL BASURERO
“Acá es re complicado -introduce Andrea cuando se le pregunta cómo es vivir tan cerca del basurero municipal-. Supuestamente, cuando hicieron los estudios para traer el basurero acá, no había peligro de contaminación ni de enfermedades, pero se sabía porque no está ni a mil metros del barrio. Cuando empezó era un pedazo nada más donde se juntaba la basura y se la reciclaba pero ahora creció mucho”.
Para Andrea hay indicadores claros de la influencia del basurero en el barrio. “Cuando se prende fuego el basurero bajan moscas, mosquitos, arañas, bichos de lo que busqués”.
En el barrio hay distintas teorías. Hablan de que incendian la basura para buscar metales para vender, otros dicen que las incendian por peleas que tienen las personas que buscan en la basura. Lo cierto es que el fuego en el basural se ha convertido en un grave problema para la salud de los vecinos de Islas Malvinas y Parque industrial. “El humo es tan contaminante, tan tóxico, que acá las personas que tienen problemas de alergias viven enfermas y las que tienen problemas de asma cada dos por tres tienen crisis”, concluye Andrea.