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  Lunes 01 de Septiembre de 2008  
 
 
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  VOCES DE ENTRECASA | LA VIDA EN STEFENELLI
  El pueblo viejo
Con mucha fuerza y amor por el lugar, los habitantes de Stefenelli se saben parte de la historia de la ciudad.
Las primeras construcciones y las casas más modernas se unen en un paisaje que promete paz.
 
 
 
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La historia indica que el pueblo viejo de Roca existió por 20 años en la zona de Stefenelli. Desde su fundación por Lorenzo Vintter en 1879 hasta que, después de la gran crecida en 1899, el coronel Jorge Rohde resolvió trasladarlo hasta su actual emplazamiento. Pero el padre Alejandro Stefenelli, hombre poco sumiso si los hubo, hizo todo lo que pudo para impedir el traslado de la localidad. No pudo convencer a Rohde pero tampoco trasladó el colegio que dirigía.
Desde siempre la zona de lo que hoy es el barrio de Stefenelli se ve a si misma como casi una localidad aparte. No es que los vecinos exijan sin miramientos su independencia ante cualquier organismo que los escuche, sino que silenciosamente se saben “el antiguo pueblo” y si les preguntara de dónde son la mayoría de ellos diría “de Stefenelli” sin verse en la necesidad de aclarar que es un barrio de Roca.
La larga historia de este barrio es conocida por muchos de sus vecinos a partir de la historia de su propia familia.
Juan Carlos Martínez cuenta que su abuelo llegó a esta zona en 1907 y se instaló en la misma chacra donde ahora vive él junto con su esposa, Marta Cerutti, también proveniente de una familia de mucha historia en Stefenelli. “Nosotros vinimos después, en el 48, él mandó una carta de llamada porque le estaban quitando las tierras. Nosotros estábamos pasando una situación terrible porque allá, después de la guerra del 39, mi mamá no veía futuro para sus hijos porque había pobreza, hambre. Allá la pobreza es diferente, vivían como reyes, tenían unas casas que los pisos relucían como si fueran espejos pero no tenían qué comer. Yo los tengo grabados, pómulos salidos, los ojos grandes, flacos de años... es otra cosa. Entonces en una situación límite mis padres dijeron ‘vamos, en todo caso arreglamos todo y volvemos’. Yo tenía seis años y mi hermano 9. Mi otra hermana, que era mayor, se quedó con una abuela para que no quede sola y supiera que un día íbamos a volver... dejando un hijo es como una garantía. Después mi hermana vino cuando mi abuela falleció. Desde entonces que estamos acá. En esta misma casa”.
Juan Carlos se acuerda de que en aquellas épocas, uno de los vecinos más destacados era José Torroglosa. “Fue el que nos cobijó a nosotros porque acá no teníamos a nadie. Realmente todos los problemas que había pasaban por José Torroglosa. Y su esposa era muy servicial, venía a poner inyecciones y muchas veces se quedaba encajada con la camioneta porque había unos salitrales que había que ir con los caballos a sacarla. Tenían un almacén muy grande de ramos generales. Incluso hacían de funebreros y ponían los camiones a disposición cuando había algún entierro y había que llevar gente”.
En ese entonces el sector se dividía en las distintas chacras que luego fueron dando lugar a los barrios dentro del barrio. Maglioni, Alfano fueron loteando y gestando las nuevas denominaciones del sector. Desde la casa de Juan Carlos se ve un plan de 70 viviendas. “Ahora los vemos -dice-, antes no se veía nada porque cada hectárea tenía un cerco de tamarisco que plantaron en la época en que vino mi abuelo que tenía diez metros para un lado y diez para el otro y te cerraban las calles como un túnel. Así que parecía más solo todavía”, sonríe.
El sacerdote que decidió no mudarse fue un gran gestor de la localidad y su mayor obra, el Colegio San Miguel, daba vida al barrio. “Stefenelli era el San Miguel. Porque la vida que tenía Stefenelli era por el San Miguel, que reunía más de 300 pupilos desde Choele Choel hasta Zapala, Cutral Co, de todos lados”.
Pero también funcionaba la escuela 38, que el año pasado cumplió 90 años. “Era una escuela bastante completa -recuerda Juan Carlos-. Tengo amigos que han salido de ahí y son profesionales. Con el sexto grado vos salías capacitado. Tus papás te estaban esperando para que les hagas el recibo, para que les escribas una carta o porque tenías mejor letra. Ellos dependían de uno. Mi mamá había ido sólo tres meses a la escuela. Mi hermano estuvo trabajando de maestro en el San Miguel con el sexto grado, y después, estando ahí le entró la vocación de ser sacerdote y se fue a estudiar a Fortín Mercedes. Torroglosa tiene un nieto sacerdote también. Stefenelli es muy católico. Creo que es por el padre Alejando Stefenelli, ese cartel te daba una tranquilidad porque ese cura todo lo que ha hecho... y cómo lo defendemos nosotros, no nos toquen a Stefenelli. Cuando dicen que Stefenelli es un barrio de Roca los queremos comer crudos, porque este es el antiguo pueblo, ¡qué barrio!”, sonríe Juan Carlos.
Las anécdotas hablan del amor por el barrio: “Me acuerdo que una compañera salió reina o princesa de la primavera y cuando le preguntaron de dónde era dijo de Roca, nosotros la queríamos comer. Muchos decían que eran de Roca porque le daba cosita ser de Stefenelli. Yo quería que mis hijos se quedaran acá porque tenemos seis hectáreas y todo es de ellos. Dos de ellos están acá y el otro se quedó sobre la ruta 22 en lo que era de la mamá de mi señora y otro pensó que éramos muchos y se fue a una chacra al lado del río que era de mi suegra, y otro se fue al lado del hermano. El más chico que está con el tema del vóley y se fue hace seis años. Tengo siete hijos, cinco varones y dos mujeres”.
Cuando toca enumerar qué le falta al barrio, Juan Carlos comienza a contar un ejemplo claro. “Cuando mi hermano me invitó a España para ver a mi hermana, que al final se volvió allá, me dio mucha pena: allá sí que viven bien porque cada lugar tiene todo. Había 2.700 personas en el pueblito, como las 70 viviendas y un barrio más y se acabó, y tienen sala de auxilio, correo, todo lo que tiene un pueblo. Y eso sería bueno para Stefenelli. Lo que me gustaría es que no tuviéramos que ir a Roca para todo. Ahora estamos, rápido además han hecho pasos por todos lados, rotonda por todas partes, ahora es la gloria, pero ir a Roca para la gente de acá es una molestia, te tenés que cambiar, no podés ir así no más. No tenemos farmacia, ni banco, ni correo. Yo decía por qué en otros pueblos más chicos todo funciona, todo lo que los hace pueblo. Pero esto no se toma como pueblo”, recalca dentro de su convencimiento.
El gran barrio, que abarca poco más de dos kilómetros cuadrados, tiene todos los servicios. “El gas lo tuvimos hará como 10 años acá. Antes el frío era terrible. Yo he perdido las impresiones digitales por el frío. Me acuerdo que daba clases en Mainqué y tenía que presentar una declaración jurada, y no me la pudieron hacer porque no tenía huellas digitales porque buscaba ramas para mi mamá y para nosotros, y no hacía otra cosa que bajar leña de los tamariscos que es rugosa y estaba mojada y no te das cuenta y te lastima”.
Juan Carlos se acuerda del día que pudieron conectar la luz en su casa. “La luz llegó en el 69. Ya había por el barrio pero esto era lejos y tuvimos que poner 300 metros más de cable. El día que el hombre llegó a la luna, el 20 de junio, nosotros tuvimos luz. Me acuerdo que fue una gran emoción. Mientras, tuvimos luz de candil, sol de noche, siempre íbamos para adelante porque todo lo que salía se tenía, más tarde pero lo íbamos teniendo”.
Por esos años también fue cuando el barrio creció rápidamente. “La primera oleada grande de gente vino con las 70 viviendas”, explica. “Ahora veo mucha gente que no conozco pero antes nos conocíamos con todos los vecinos. Ahora hay familias nuevas que están desesperadas por venirse, buscan algo que se venda. Sinceramente es un lugar hermoso”, sonríe mientras mira a su mayor cómplice, la tierra.

   
   
 
 
 
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