La idea principal del cultivo bajo cubierta es ofrecer calidad extra. Nosotros arrancamos con este emprendimiento familiar en 1988. Durante el uno a uno funcionó bien por la alta carga de insumos importados: polietileno, semillas, plaguicidas y fertilizantes. Y después del fin de la convertibilidad tuvimos que darle una vuelta de tuerca para seguir.
Empezamos con 1.000 metros cuadrados con tomate (la niña bonita), pimiento y apio. Después tomamos créditos blandos y nos expandimos: con reinversión llegamos a una hectárea y media en producción, en una superficie total de 12 hectáreas. Nos iba bien: el método nos permitía salir antes al mercado con tomate fresco.
Por entonces calefaccionábamos con leña 80 noches al año. Consumíamos toneladas y toneladas: eran necesarias cinco personas durante el día para cortar lo que se quemaba a la noche. En el 2000 llegó el gas rural. Con un préstamo del CFI hicimos una inversión de 50.000 dólares.
Después cambiaron las reglas del juego. Y con la devaluación vino la catástrofe: el precio de los insumos se multiplicó por tres, el de la mano de obra por dos y los precios del mercado interno tardaron dos años en acomodarse. Pasamos de ganar 0,50 por kilo a perder 0,80 sólo por estar en marcha.
Era imposible seguir así. Contábamos con una estructura importante: 8 empleados que llegaban a 12 en la temporada.
Tuvimos que achicar, pagar indemnizaciones, vender vehículos y equipos para pagar los créditos.
La gente me bancó: les hice una propuesta y les pagué en cuotas. Y los bancos, la verdad, no me ahorcaron y me permitieron saldar la deuda. Habíamos invertido 300.000 dólares...
Durante los tres años que siguieron analicé unas 50 alternativas de reconversión.
Mientras tanto me fui a trabajar a Neuquén, a ganarme el mango afuera. Di cursos sobre cultivo bajo cubierta.
Y varios asistentes se interesaron mucho. Algunos me plantearon que no tenían dónde aplicar lo que aprendieron.
Fue entonces que se me ocurrió que entre esos alumnos sin capacidad de inversión y la capacidad ociosa de la chacra, podía haber algo.
SUMAR ESFUERZOS
Fue así como armamos un grupo con la idea de que cada integrante trabajara unos 1.650 metros cuadrados. Con el apoyo de la Comisión de Gas Rural presentamos el proyecto a la Secretaría de Acción Social de Roca, que gestionó un subsidio al Ministerio de Trabajo de la Nación. Salió en octubre del 2007, dos años después.
Con el paso del tiempo el grupo se fue depurando y hoy quedamos ocho. Producimos tomate, pimiento y lechuga mantecosa. Yo volví a dedicarme a la tierra y me asocié con Andrés, uno de aquellos alumnos, que se fue a vivir a la chacra con su mujer Lilian y sus hijos. Los otros integrantes son Marta Acuña, Jorge Hermosillo, Susana Riffo y Delia Triparlao.
Hoy los productores bajo cubierta nos volcamos al pimiento, ya que estamos en una zona libre de la mosca del mediterráneo. La barrera fitosanitaria no permite ingresar pimientos del norte por el tratamiento bromurado, que deteriora su calidad.
Hacerlo acá es nuestra ventaja comparativa: nuestro producto va directo a la góndola sin bromurado.
Tiene un rendimiento de unos 10 kilos por metro cuadrado, e implica aprender de nuevo. El año pasado el virus de la peste negra nos mermó un 35% de la cosecha. Por eso este año nos fuimos a un híbrido con resistencia a ese virus.
Quiero contarte de Andrés, que es un obrero rural que defiende la chacra como yo. Con él incorporamos el riego por goteo y hacemos un manejo integrado respecto al uso de pesticidas: utilizamos productos de baja toxicidad y respetamos los tiempos de carencia, es decir el tiempo que transcurre entre la aplicación del producto y la cosecha. El día que aparezcan los controles a mí no me va a dar miedo. Hoy depende de la conciencia de cada productor.
Este negocio da un margen fino de ganancia. Crecemos hasta donde nos da el cuero y no quiero tomar empleados. Tal vez no quiera tomar nuevos riesgos, ya me fue mal una vez. Hoy prefiero este modelo que creamos, un esquema que nos permite estar en marcha. Esto funciona: el grupo sale adelante”.
OTRO DESTINO
El testimonio de Andrés Riffo: “Cuando surgió este proyecto nos vinimos sin dudar. Estoy contento por la posibilidad de trabajar en algo propio, de planificar, de levantar la visera y mirar más lejos.
Aunque para eso también necesitamos una economía segura, con precios estables. No somos todos exportadores de soja; nosotros vamos al mercado interno.
Dos ejemplos: las bolsitas aumentaron de 0,25 a 0,40 centavos. Y la bolsa de ácido nítrico (se utiliza como insumo de limpieza en la papelera de Botnia), de 1,5 a 4 pesos.
Pero igual le damos para adelante: estamos preparando 5 hectáreas para pastura y una hectárea y media para cultivo intensivo. Uno pone el esfuerzo en algo propio, uno se apasiona.
¿Sabés lo lindo que es eso? Sino me metía acá, yo iba a morir siendo peón...”.
La síntesis de Lilian, la mujer de Andrés y madre de Damián (11) y Andrés (9): “Trabajar en algo tuyo da mucha alegría. Me gusta aprender. Y el papá les va a enseñar los secretos de este oficio a los chicos”.