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Sábado 01 de Septiembre de 2007
 
 
 
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  HISTORIA DE VIDA | MORIO SUITO
  Chacarero a la japonesa
Llegó a la región hace 50 años. Dejaba atrás las penurias de la posguerra y una cultura rígida.
Aquí se casó y tuvo seis hijos. Tres de ellos hicieron el camino inverso: se fueron a vivir a Japón.
El no quiere saber nada con volver a su país. “Acá está mi casa y de acá no me muevo”, dice.
 
 

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Para Yosiho Suito es fácil conseguir yerba en Japón: la venden a 20 minutos de tren bala. También le resulta sencillo leer la edición on line del “Río Negro”: le bastan un par de clicks desde que tienen conexión a internet. Eso, y que las autoridades hayan permitido la venta de la yerba mate argentina luego de cuatro años de estudiar sus componentes, fueron buenas noticias para sus padres: ya no se ven obligados a mandar aquellos paquetes con diarios y kilos y kilos de su yerba favorita.
-Y, hay cosas que mis hijos extrañan... -dice Morio Suito y sonríe. Casi siempre sonríe después de decir algo.
El y su mujer, Irma, viven en una chacra de doce hectáreas y media en las afueras de la ciudad, a un kilómetro de la Ruta 22 y Mendoza. Allí tienen chanchos, conejos, dos vacas y un amistoso grupo de cinco gatos y tres perros que conviven en armonía en los alrededores de la alfombrita ubicada cerca de la puerta de la casa de ladrillos a la vista. Pero las estrellas del lugar son las vacas.
-Si usted tiene una vaca tiene mucho resuelto -cuenta Irma. Esta fría mañana de agosto, un tibio sol de agosto ilumina los álamos, las plantaciones de ajo, las viejas máquinas agrícolas, la casa. Podría ser una hermosa postal, pero no lo es: por alguna extraña razón, vecinos de Roca eligieron el camino de acceso para tirar allí los residuos que no se llevan los camiones recolectores de basura en la ciudad.
-No sé por qué lo hacen. Yo casi me peleo dos o tres veces. Me quejé a la Municipalidad, y pusieron un cartel. Pero tiran de todo igual -dice Suito.
Yosiho, Noriko y Rieko, tres de sus seis hijos, viven en Japón. Nacieron, crecieron, estudiaron y trabajaron en el Alto Valle, pero decidieron irse al mismo país que su padre abandonó en 1951, agobiado por la estrechez de la posguerra y tentado por un tío que le aseguraba que la Argentina era un país grande, hospitalario y con abundancia de trabajo y comida. De los tres hijos restantes, Jiro trabaja en una petrolera en Neuquén, Saburo prefirió ir a probar suerte a Australia, y Mika murió a causa de un accidente automovilístico en la 22 y Mendoza ocurrido en 1992.
-Manejaba una pequeña camioneta por Mendoza. Se asomó a la ruta porque los yuyos altos no la dejaban ver bien. Un camión la embistió de frente. Yo había llamado cinco veces para pedir que corten los yuyos -relata Irma.
-¿Y qué le dijeron?
-Que para qué los iban a cortar si después volvían a crecer...

Morio Suito nació hace 76 años en Toyohashi, cerca de la ciudad de Nagoya y a unos 300 km de Tokio. Allí lo sorprendió la Segunda Guerra Mundial, cuando su día pasaba entre el secundario y el trabajo obligatorio en la fábrica de armas.
-El 16 de junio de 1945 los americanos tiraron bombas incendiarias y quemaron todo el pueblo -recuerda mientras Irma ofrece café. En el living hay fotos de los hijos, de los nietos, de amigos y familiares. La imagen más grande, en blanco y negro, es la de Mika y su radiante sonrisa.
-De la bomba atómica que arrojaron el 6 de agosto nos enteramos por la radio... En realidad no sabíamos que era atómica. Sabíamos que Hiroshima había sido destruida por una bomba nueva. Luego supimos que era de uranio. Y que arrasaba todo...
En aquel Japón devastado que empezaba a emerger de las ruinas Suito terminó el colegio. El 17 de mayo de 1951 llegó a la Argentina con la idea de trabajar en la quinta de Goichi, su tío floricultor, en Don Torcuato, al norte del Gran Buenos Aires.
-¿Qué le llamó la atención?
-La abundancia. Y la libertad. En Japón todo era muy rígido. Estuve ahí seis años, hasta que mi paisano Hasimoto me llamó desde Roca y me dijo que había trabajo. Me subí a un tren en Constitución y me vine para acá.
-¿Cuánto duró el viaje?
-...¡38 horas! Enseguida me gustó lo que vi. Gente tranquila, un clima seco. Me sorprendió la amplitud. En Japón, en 5 metros cuadrados se hace una quinta...
Pocos días después, Hasimoto lo recomendó al doctor López Lima, que buscaba un encargado para su chacra de 44 hectáreas en Mainqué.
-Quiero que me maneje a la gente -le pidió el doctor.
-Pero yo de esto no sé nada -le contestó Suito.
-No importa: usted va a poder.
Y Suito pudo, a la japonesa. Lo primero que hizo fue aprender las tareas de la gente que debía manejar: limpió acequias, podó viñas y frutales, armó los bordos para plantar las viñas.
-Listo, ahora sí puedo -dijo. Y estuvo siete años allí. En el medio conoció a su futura mujer, Irma Moraga. Se casaron el 25 de mayo de 1962.
-¿Fue amor a primera vista?
-... Tardamos un poquito -responde ella-. Teníamos diferencias culturales y problemas para comunicarnos: él todavía hablaba poco español y yo hablaba árabe. Venía de Lonquimay (Chile), donde la comunidad nos había puesto un profesor de castellano. Pero era alemán y nos enseñaba en su idioma...
Su siguiente destino laboral fue la chacra de Nakandakare, un paisano de Cipolletti que había comprado 13 hectáreas y quería que Suito, a esa altura todo un experto, se hiciera cargo de ella. Pero él dudaba y López Lima no quería dejarlo ir. Nakandakare fue a verlo un domingo tras otro, el único día que cerraba su tintorería, hasta que lo convenció.
-Estaba todo por hacer y eso me gustó. Hice las acequias, planté álamos y frutales . Me sentía libre, suelto.
-Es que en Japón hay demasiada disciplina. Y mucha exigencia. Ese esfuerzo es bien recompensado, pero hay que aguantarlo... -interviene Irma.
-Estuvimos en esa chacra 18 años. El patrón me dio confianza, comodidades y me pagaba bien. Allí nacieron los chicos. Los vi crecer a ellos. Y a los árboles que planté -cuenta Suito.
Y los chicos crecieron y los mayores se sumaron al primer emprendimiento familiar, la tintorería “La Japonesa”, sobre la calle Villegas, allá por 1981. Mientras tanto, él empezaba a trabajar en una empresa elaboradora de packs de conservas.
-Suito, ¿de dónde viene la tradición de tintorerías de japoneses?
-Es que es un negocio que se arranca con poco capital. Ideal para empezar en otro país...
En 1989 se decidieron a comprar su propia chacra y llegaron al lugar donde viven hoy, gracias a lo que habían ahorrado y a un programa de préstamos para emigrantes del gobierno japonés.
-Sacamos las viñas, sembramos alfalfa y plantamos nogales, duraznos, un poco de pelón... -cuenta Suito.
-¿No los afectó la hiperinflación de aquel año?
-Sí... vivíamos apretados, pero vivíamos. Usted en la chacra siempre tiene algo para comer. Tiene huevos, verduras, leche. El problema fue que el dólar trepó a 17 australes. Y nosotros nos endeudamos en dólares para comprar la chacra -responde Irma.
 Suito, entonces, volvió a hacer las valijas, pero para recorrer el camino inverso. Voló a Japón con la idea de trabajar fuerte un año, ahorrar y poder pagar la deuda. Consiguió empleo a 30 km de su pueblo, como operario en una usina eléctrica.
Ahorró, volvió, pagó e invirtió en frutales. Y trabajó duro y se levantó mucho antes de que saliera el sol, aún en invierno. Con el correr de los años, tres de sus hijos se fueron. Y ahora, a los 76, ya no se levanta tan temprano. Ganó tiempo para dedicar a una actividad que lo apasiona: escribir poemas de 17 caracteres en japonés. Haiku (naturaleza) y sendiu (personas) son dos de sus temas preferidos.
-¿Cómo están sus hijos en Japón?
- Allá ganan mucho más. Trabajan en fábricas. Allá el obrero tiene un buen sueldo.
-Suito, cuando volvió a su país, en 1990, ¿no lo tentó la idea de quedarse?
-No... Volví a Japón después de 40 años y me sentí un extranjero. Está todo mezclado: la cultura japonesa y la occidental. No me gustó. No, yo estoy tranquilo en Roca. Acá está mi casa, y de acá no me quiero mover.
(J. A)

   
   
 
 
 
Diario Río Negro.
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