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Viernes 01 de Septiembre de 2006
 
 
 
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  EL ROCAZO | ADELANTO DE UN LIBRO DE PRONTA APARICION
  Una historia que espera ser contada
 
 

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Pronto se cumplirán 35 años del Rocazo. Mucho tiempo para tan escasas páginas escritas en pos de un análisis.  Indudablemente este llamativo vacío historiográfico tiene sus razones.  Razones consistentes y que operaron en un grupo de investigadores, como impulso inicial.  Los periodistas e historiadores Carlos Torrengo, Susana Yappert y Ernesto Bohoslavsky utilizaron este dato como disparador de un trabajo tendiente a reunir documentos y testimonios para echar un poco de luz a este episodio que tocó a esta comunidad para siempre.  El resultado de este esfuerzo, próximo a editarse,  está dando sus puntadas finales y  ya arroja algunas interesantes conclusiones. Dicen sus autores, a modo de anticipo:

¿Por qué volver al Rocazo? ¿Y por qué no? Todo o casi todo está por decirse. Gran cantidad de testigos de los hechos viven. Están ahí. Al alcance de la mano. Y, además, no hay prácticamente nada escrito al respecto. Estas fueron las primeras reflexiones que tuvimos en algún café de la ciudad. Luego, siguieron los primeros bosquejos en un papel y la historia comenzó a tomar forma.
Para miles de habitantes de esta ciudad, el Rocazo fue una experiencia tan inolvidable que aun hoy la recrean con  apasionamiento.  Nunca antes la sociedad se había sentido tan protagonista. Tan unida. Pero tampoco tan sola, tan aislada y encontrada.   
¿Qué pasó aquel largo mes de julio de 1972? La respuesta no es escueta. Ni unívoca.  Removimos la superficie y encontramos mucho más.  Explicar qué fue el Rocazo, de ningún modo puede agotarse en el relato del estopín que desencadenó la violencia. Ese es sólo la puna del hilo de donde hay que tirar.  En este sentido, cuando nos encontramos con este extremo de la madeja, el argumento de la división de la segunda circunscripción judicial “en beneficio” de Cipolletti como causa visible del estallido, resultaría escaso a la hora de explicar una reacción tan desmesurada y extraña para una sociedad históricamente pacífica.
Roca nunca fue, ni antes ni después, una comunidad devota a los extremos ideológicos, ni que apelara a la metodología de la acción directa para resolver sus conflictos. Lo más extremo que tuvo en toda su historia  fue una intendencia socialista a fines de la década del ´20 (sin contar los gobiernos militares, claro)
En 1972,  la Argentina ya había pasado por Perón, La Libertadora, la Resistencia, sistemáticos golpes de Estado, el partido peronista proscripto y una larga sucesión de estallidos sociales que inauguró el Cordobazo en 1969. Todas realidades incómodas que la sociedad rumiaba. Deglutía como una digestión de hechos lenta, dolorosa y traumática (para unos más que para otros) y que todos imaginaron que terminaría en un único final feliz: el regreso del líder en el exilio.
Pero volvamos a Río Negro. La denominada Revolución Argentina agonizaba, mientras que en la provincia, un interventor militar acrecentaba su poder. El general Requeijo, quien había llegado a la gobernación como consecuencia del Cipolletazo (primer levantamiento de vecinos que en 1969 registró la provincia),  dibujaba su proyecto político para seguir en el poder. Y en su intento- dirá uno de nuestros testigos locales- “Roca era un estorbo” y Requeijo habría buscado su base de sustentación fuera de su radio de influencia. Simple y llano ajedrez político.  Roca, en su juego, se siente vulnerada y un buen día sale a las calles. Millares de roquenses toman la ciudad cuando se enteran que Requeijo había firmado un decreto creando un juzgado en Cipolletti. Había caído la gota que derramó el vaso. Los vecinos ocuparon la municipalidad, expulsaron a su titular (Pablo Fermín Oreja) y combatieron cuerpo a cuerpo con las fuerzas de represión especialmente enviadas.
Lo inusitado de estos hechos, dentro de una comunidad que en absoluto estaba acostumbrada a enfrentamientos de esta naturaleza, constituyó un interrogante seductor al análisis. Pero si resultó interesante revisar los hechos, lo fue mucho más el acercamiento a sus protagonistas. Sólo dando lugar a los actores pudimos enfrentarnos a  la singularidad de este caso. 
Movidos por un reducido grupo de dirigentes locales, Colegio de Abogados y CAIC (entre los principales) los ciudadanos enfrentan a las autoridades de facto. La consigna: no permitir la división de la Segunda Circunscripción Judicial. ¿Qué significaba esto para los roquenses? Para algunos, una resta en su acumulación histórica de poder; para otros nada más que la mejor oportunidad que habían tenido para salir a las calles y plantear los términos de su lucha. Porque en estas revueltas siempre hay una figura y un fondo. Y también hay varios momentos que el devenir se encarga de complejizar. En su itinerario, la lucha suma argumentos. En ese sentido, el Rocazo, parece tener dos momentos fuertes: el primero está señalado por el liderazgo de una elite, de larga tradición en la ciudad y con prácticas políticas enraizadas sobre todo en la UCR y el frondizismo. Primitivamente se trató de un conjunto de actos protagonizados por personas “elegantes” de la ciudad. Esta acepción, acuñada por la prensa de la época, se hacía eco de la caracterización “pituca” de la pueblada,  situación que hacía cualitativamente diferente a esta revuelta de las ocurridas en otras provincias. La fortaleza de la convocatoria realizada por este grupo parece haber radicado en la expresión del conflicto en términos simples. Pitucos o no, lograron exitosamente pegar en un lugar sensible: se trataba de una conspiración desembozada en contra de los intereses roquenses.  Por otra parte, y al interior del movimiento, no deja de asombrar el nivel de solidaridad que suscitó el sector acomodado dentro de la comunidad en su conjunto. Transitando por esta línea de indagación, aparecieron sorpresas. Todos estaban en la lucha, pero no todos  tenían iguales objetivos.
Otro de los objetivos del trabajo fue romper con una interpretación general que el Rocazo pueden ser clasificado dentro del amplio grupo de “azos” que ocurrieron en  el país bajo los diversos gobiernos de la “Revolución Argentina”. Los presidentes de facto (Onganía, Levingston y Lanusse) fueron acosados por una serie de explosiones sociales, protagonizados en buena medida por trabajadores y estudiantes universitarios en el período que transcurre entre 1969 y el regreso del peronismo al poder (1973). El “Cordobazo”, “Rosariazo”, “Viborazo”, “Tucumanazo” y demás “azos” se fueron desarrollando en un contexto de escalada violenta y de abierto desafío al orden castrense, presionando por la reapertura política y el retorno de Perón. En este marco, el Rocazo difícilmente pueda ser catalogado entre estos movimientos, aunque su denominación confusamente lo asevere. ¿Por qué? Ante todo, porque aquellos que promovieron el conflicto no se plantearon la lucha contra la dictadura como objetivo de su accionar.
Simplemente pretendían participar del proceso de toma de decisiones, tal como lo habían hecho históricamente. Varios testimonios permiten afirmar que si estos dirigentes hubiesen tenido espacio en el edificio de la gobernación nada hubiese ocurrido en Roca en 1972. Esta posición, ajena al conflicto nacional y de franco enfrentamiento a Requeijo, generó resistencias en varios de los grupos participantes (sobre todo en la más aguerrida Juventud Peronista y sectores de izquierda), promotores de una mayor radicalización en la lucha contra la dictadura.
Claramente, el disparador del conflicto no fue un problema sindical, estudiantil o de trabajadores. Se trataba eminentemente de un problema de orden geopolítico. La elite de Roca se sintió amenazada ante la posibilidad de la creación de una nueva sede de los tribunales en otra localidad, a la sazón,  vista como rival.  La pérdida del monopolio del asentamiento jurídico de la provincia- esto es, la pérdida de una interesante cuota de poder- movilizó a buena parte de la comunidad de abogados y fuerzas vivas (como la CAIC y Colegios Profesionales), enrolando una amplia y heterogénea gama de intereses y sectores sociales, contra una supuesta política de discriminación contra Roca.
 Esta acusación de prejuicio contra Roca aglutinó un variopinto conjunto de voluntades urbanas bajo la dirección de un grupo de profesionales y dirigentes ligados fuertemente al Radicalismo, de posiciones más tibias con respecto al resto del arco político y con base social en las clases medias y alta (profesionales, pequeños empresarios, empleados públicos, chacareros). El radicalismo siempre tuvo en General Roca un sólido bastión desde mediados de la década de 1940. Solidez que se funda en que el sistemático proceso de crecimiento económico generó un espacio político proclive al ideario radical, ajeno a los extremos ideológicos. Sin embargo, el liderazgo del conflicto y el sentido de las acciones a tomar les fueron disputados por otros grupos que pretendían conducir la lucha social hacia objetivos más profundos.

 

   
   
 
 
 
Diario Río Negro.
Provincias de Río Negro y Neuquén, Patagonia, Argentina. Es una publicación de Editorial Rio Negro SA.
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