Se ganó el apodo por su parecido con el famoso personaje de historieta, el milico criollo que combatía a los indios en el campo. Es alto, flaco, de pelo negro y cara angulosa como el del cómic, pero no le hizo frente a los malones sino que fue uno de los primeros policías de Rincón de los Sauces. Era cabo cuando le salió el traslado desde Neuquén. Llegó en enero de 1975 después de siete horas de viaje en el colectivo que paraba en todos los parajes y cargaba personas, muebles y animales. Por entonces se acostumbraba atar a los presos en un árbol frente al destacamento: no había calabozos. Después apareció un trailer y los detenidos se quedaban adentro.
-No había sombra y en el verano el calor era mucho. A nadie le quedaban ganas de volver -recuerda de aquellos tiempos de delitos de poca monta. "Algún borracho, algún contraventor, algún robo de animales. Y había que espantar a los perros cimarrones que amenazaban a los chivos", explica.
Primero durmió en la comisaría y después pasó a una casita en el campo con su mujer Mabel Albornoz. "Se trabajaba 24 x 24 y se ganaba poco. Antes ni un comisario tenía auto", dice. Recorría la zona en una bicicleta negra de rodado ancho: prefería pedalear a cabalgar para llegar a los puestos. Se fue en 1976. Cinco años atrás volvió y se instaló en una chacra: plantó manzanos, perales. "Rincón era médanos, era viento, jarillas y 5 ó 6 casitas. Al regresar me encontré tremendo pueblo con asfalto, con hospital, con miles de habitantes. Y con otros problemas de seguridad. Acá viene gente de todos lados. Y ya no nos conocemos todos..."