El miércoles 14 de abril de 1976 debía subir al avión Avro 748, el bimotor británico de YPF que despegaría a las 15:50 desde Rincón de los Sauces con destino a Cutral Co con 31 empleados de la petrolera estatal a bordo y tres tripulantes. Se acercaba Semana Santa y había ansiedad entre los pasajeros por llegar a casa. Pero algo le dijo al inspector de Seguridad Néstor Figueroa que debía alejarse de la escalera.
-No, yo no subo -dijo en medio de la pista. Y se fue a dormir la siesta.
El avión cayó veinte minutos después del decolaje a 25 kilómetros de Plaza Huincul. No hubo sobrevivientes.
Fue su compañero Funes el que lo despertó con la noticia. Figueroa se desesperó: por sus amigos y porque sabía que su nombre figuraba en la lista de viajeros y quería evitar el mal trance a su familia de creerlo muerto. Las primeras informaciones señalaban que eran 37 las víctimas, aunque pronto se aclaró que eran 34.
En aquella Argentina en la que la dictadura militar llevaba apenas 20 días en el poder pasó a ser un sospechoso. Alguien dijo que había un bolso extraño en el Avro 748 y otros hablaron de una bomba. Lo interrogaron y se acostumbró a ser seguido por uniformados. El padre del campamento de YPF, Pedro Roter lo contuvo y con su apoyo férreo convenció a los militares de que no apañaba a un terrorista. Luego, los peritos determinaron que una falla en el material de las alas causó el accidente y lo dejaron en paz. Pero aquella premonición lo persiguió como una sombra: los susurros, los comentarios, las caras que se daban vuelta. Y la curiosidad de quienes lo habían ungido en algo así como un adivino.
-Me preguntaban de todo -recuerda Figueroa. En los años que siguieron, ninguno de sus compañeros subía al avión si él no lo hacía primero.
Tiempo después una turbulencia puso en peligro al bimotor canadiense Twin Otter de YPF que cubría la ruta Rincón - Cutral Co. Era normal que el viento causara sobresaltos en las cercanías del cerro Auca Mahuida. Pero nunca tanto como aquella tarde. Ninguno de aquellos hombres rudos quería dar el brazo a torcer.
-Se hacían los dormidos y se agarraban fuerte de los apoyabrazos. Pero yo sabía que estaban asustados -relata Figueroa.
El vuelo se volvió dramático cuando el motor derecho empezó a escupir llamaradas. Fue el primero en verlo, porque siempre elegía la ventanilla más cercana a las hélices. Los otros preferían atrás o adelante, para estar lejos en caso de una explosión. Giró la cabeza y le habló al piloto.
-José, fuego en el motor derecho- dijo.
El piloto lo apagó y hubo un estruendo. El avión se puso de costado y ahí también se asustó Figueroa.
-¿Viste cuando en las películas viejas ponían 5, 4, 3, 2, 1 antes de que empezaran? Bueno, eso pasa por tu cabeza. Y la película que ves es la de tu vida -dice.
Pero la pericia de José pudo más. Enderezó la nave, logró aterrizar con un solo motor y después quedó sepultado entre los abrazos petroleros.
El día de la tragedia del Avro no fue la primera vez que Figueroa supo lo que iba a ocurrir antes de que pasara. Le pasó con su propio padre. Estaba enfermo y fue a visitarlo. Cuando volvió a casa, su mujer le preguntó cómo estaba.
-Bien, pero fue la última vez que lo vi.
Y así fue. Después trató de sacar de su mente las premoniciones, a veces un karma, a veces una bendición. Aunque de tanto en tanto no puede evitarlo. Por ejemplo, poco tiempo atrás, cuando pasó por un supermercado y felicitó a la cajera.
-¿Por qué? -le preguntó.
-Porque estás embarazada.
La empleada se largó a llorar. Le dijo que no la molestara, que deseaba hace mucho tener un bebé pero que no podía. Un mes después Figueroa volvió al supermercado y se puso en otra fila. La cajera lo reconoció y le hizo señas con las manos.
-Venga, venga. Usted es brujo: ¡Estoy embarazada! -le dijo.
Figueroa tiene cuatro hijos y le falta un año para jubilarse. Se fue de YPF con la privatización, en el 91. "Fue el peor negocio para el país", dice. Ahora es asesor del MPN en el Concejo Deliberante.
-¿Quién gana las elecciones del 2011?
-Eso no puedo decírselo -responde y se pierde por el pasillo con una sonrisa.
Textos: Javier Avena
Fotos: Matías Subat
Diseño: Andrea Marrazzo