Sentado bajo el gran sauce, Don Lucho Tapia sintió una extraña vibración. Miró hasta donde le alcanzaba la vista y no descubrió nada. Sin embargo, la tierra seguía vibrando. Escudriñó el horizonte y la nube de polvo ganó en espesura, tomando la forma de un camión colmado de mercaderías que se empeñaba en llegar a su destino. "Buen día Don, ¿Esto es Rincón de los Sauces?". El puestero asintió y se acercó a los recién llegados. Algo cambiaba para siempre desde que la palabra petróleo comenzó a ser cotidiana y multiplicó la llegada de hombres y equipos de perforación.
El paso del tiempo y la promesa de un futuro promisorio ligado a la extracción de hidrocarburos, crearon las condiciones ideales para la fundación de Rincón de los Sauces, localidad ubicada a 237 kilómetros de Neuquén capital y una de las principales generadoras de riquezas para la provincia.
Su importancia a nivel provincial no se ve reflejada como debiera en la ciudad y si el viento hace de las suyas, la tierra hace imposible transitar por las calles, casi como hace 38 años. Como si el tiempo no hubiese pasado y la gente siguiera arribando a la ciudad para "probar suerte" e irse a los pocos meses.
"Éste debería ser el pueblo número uno de la provincia y acá no hay nada. Rincón es la vaca lechera de todo Neuquén, te da el petróleo y el gas, todo sale de acá y no vuelve nada", sostiene más de un vecino cuando se le pregunta sobre el tema.
El petróleo fundó esta ciudad y trajo sueños y esperanzas. También la certidumbre que gracias al esfuerzo propio y al trabajo, se puede vivir con dignidad. Junto a las ilusiones, llegó esa sensación para algunos de "estar de paso", de quedarse por un tiempo, hacer una diferencia económica y abandonar el lugar, invirtiendo poco y nada en su estancia en la capital de la energía.
No todos son así. Hay mucha gente que se queda en Rincón. Y vive, y siente. Como lo prefiguró Pedro Sánchez, primer presidente de la cámara de fomento, el hombre que se propuso fundar un pueblo y vaya si lo consiguió. "El que conoce Rincón ahora no tiene ni idea de cómo era antes. Todo era arena. Y era terrible el viento que soplaba. El de su fundación no pudimos llegar a la plaza", contó alguna vez.
Esos comienzos no estuvieron exentos de dificultades y fueron resueltos con imaginación y audacia, aunque algunas veces el desaliento fuera mayor que la esperanza. "Aquello era el Far West", recuerda Sánchez. "Pero todos éramos jóvenes y teníamos muchas ganas de hacer cosas".
Si alguien afirmara que "se curaba por la radio" siguiendo las instrucciones de los médicos desde Buta Ranquil o que había pioneros recién llegados como Vicente Landete o Raúl Torrecillas, que construían las paredes de sus casas durante el día y el viento se las volteaba durante la noche, pensarían que el cronista exagera, pero ése fue el comienzo de Rincón de los Sauces. El petróleo pareció abarcarlo todo y la gente comenzó a llegar para forjar el mañana, soñando un futuro con escuelas, servicios, y trabajo, sobre todo trabajo.
Así fue creciendo la ciudad. Con una explosión demográfica increíble y los humores de la actividad petrolera. "Cuando escuché por primera vez el nombre de Rincón de los Sauces lo busqué en el mapa y no lo encontré", dijo Carlos Parada, quien llegó en 1978 a instalar un corralón y hoy es uno de los comerciantes más prósperos de la ciudad.
Pero, ¿Qué lleva a una persona a internarse en el medio del desierto a "probar suerte"?; ¿Esperanza? ¿Una nueva oportunidad? ¿Soñar con una vida digna? No lo sé en realidad, pero el aura que rodea a Rincón de los Sauces como tierra de oportunidades continúa vigente y mucha gente la sigue considerando una opción para mejorar su vida. Aunque ya no sea tan sencillo como antes.
Esta fama ha logrado que aquí coincidan personas de diversos puntos del país. Entonces nadie puede sorprenderse cuando nos encontramos con una comunidad boliviana que comparte su cultura e idiosincrasia con el resto de los habitantes o toparse en la calle con un ex integrante de los famosos "Titanes en el Ring", un parapsicólogo muy consultado.
Menos debiera sorprender las historias de trabajadores petroleros que fabrican cuchillos en sus ratos libres o que cuentan la historia de la ciudad en versos. "Aprendí a escribir en papel madera, en papel harinero y con carbón. Después ya pude comprar cuadernos y una goma de borrar blanca", cuenta Bartolomé Hernández, puestero hasta los 19 años y petrolero desde 1971.
Todo es posible en Rincón. Y sorprendente. Neuquinos, rionegrinos, pampeanos, santafesinos, rosarinos, cordobeses, mendocinos, sanjuaninos, todos aportan su grano de arena para que la ciudad siga con su crecimiento sostenido, pese a las adversidades y un año que no ha sido de los mejores. Quizás el secreto de tanta insistencia se encuentre justamente en esta diversidad, en ese tejido social que crea un temple a prueba de desalientos, que obliga a no bajar los brazos y mirar el futuro con esperanza.