Hay hombres y mujeres que hacen un camino para que luego otros lo transiten con seguridad y conocimiento. Entre ellos se destaca la labor de dos docentes que marcaron una época en la educación local: "Marianita" Inchassendague y "La Señorita" Moreiras.
"Marianita"
Inchassendague confiesa que en principio su vocación era las ciencias exactas porque le gustaba mucho las matemáticas, química y física, pero en aquellos años era muy difícil enviar a una chica a estudiar a Buenos Aires. Entonces se optó por el colegio María Auxiliadora de Bahía Blanca para estudiar magisterio.
A los 17 años se recibió de maestra. "Fue dificilísimo. Venían maestras de San Luis y políticamente se complicaba la cosa porque algunos tenían privilegios que otros no tenían", recuerda.
Su primer trabajo fue una suplencia en la escuela N° 18, donde estuvo a cargo de primer grado inferior. Luego ingresó como maestro titular en la escuela 90 de Juventud Unida, en el edificio que estaba ubicado en la chacra de la viuda de Catani.
Sin embargo, por cuestiones que tuvieron que ver más con las convulsiones políticas del país, Mariana fue dejada cesante en 1952 hasta 1955, año en que fue reincorporada a la escuela 46 de Colonia Juliá y Echarren. Conserva y muestra el decreto que la declaró cesante en su cargo y también la reincorporación tres años más tarde, hechos que quedaron marcados en su memoria.
Meses después llegó a la escuela 91 de Villa Mitre, sin saber aún que allí desarrollaría el resto de su fructífera carrera en las aulas. Llegó a ser la directora del establecimiento, marcando una época en la institución, merced a su incansable dedicación.
Uno de los logros más importante de su prolongada gestión es la implementación de la jornada completa, en la cual además de las clases se complementaba las actividades con el desayuno, almuerzo y merienda para todos los alumnos. "Es cierto que por ello sufrí persecuciones de todo tipo pero me dejó una satisfacción enorme por lo conseguido. En una oportunidad me mandaron 365 pares de zapatos de cuero marrón, que era la cantidad de alumnos que teníamos y ese día cada uno de ellos se llevó un nuevo par de zapatos. Fue un trabajo muy lindo, apreciado por muchos y criticado por otros pero a mí me gustó mucho. Estoy satisfecha por lo que hice; si tuviera la oportunidad haría exactamente lo mismo", concluye.
"La señorita"
Moreiras tiene una mirada profunda y firmeza al hablar, reflejando una fuerte personalidad. La misma que paseó por las aulas de las escuelas del medio, con una dedicación absoluta que rindió sus frutos.
"Yo no tuve hijos, entonces los chicos fueron para mí como si fueran mis hijos. Y ahora que estoy sola, con más razón. A algunos los encuentro en la calle, están cambiados, pero los recuerdo con mucho cariño".
Estudió magisterio en el instituto María Auxiliadora de Bahía Blanca, donde se recibió en el año 1944. Dos años más tarde comenzó a trabajar en la localidad de Luis Beltrán, donde estuvo durante cuatro años hasta que llegó la oportunidad de instalarse en Río Colorado. Sus comienzos fueron en la escuela 90 de Juventud Unida y la fecha es imborrable en su memoria: 27 de marzo de 1950.
A lo largo de su rica historia en las aulas conserva anécdotas que a la distancia son risueñas. Como fue lo ocurrido cuando ocupó un cargo suplente por 45 días en la escuela 52 de General Roca. "El primer día, mientras daba mi clase veía que el director pasaba por el pasillo continuamente. Tenía la puerta abierta y lo observaba que cada tanto pasaba. Al tercer o cuarto día no aguanté más y le dije ´señor, si quiere pasar al aula puede hacerlo y ver la clase. Lo veo que pasa continuamente y quizás le interese como va todo´. Años después lo encontré en Casa Aznarez en Río Colorado. Me conoció enseguida y me dijo: "¿Cómo está? Yo de usted no me olvido más. Me acuerdo del día que me puso en vereda". Tenía 18 años.
Ya en la escuela 18, tras varios años de maestra de aula y más tarde como vicedirectora, se habilitó un concurso por la dirección del establecimiento. Ayudada por su madre, se presentó finalmente al concurso. Primero dio el examen escrito, luego debió realizar una actividad práctica en una escuela, que consistía en presenciar una clase y hacer las observaciones del caso. Por último, al día siguiente, un examen oral frente a varios inspectores.
Luego de tres días recibió el telegrama que le comunicaba que había ganado el concurso y era la nueva directora del establecimiento. Tuvo que ponerse en funciones sola.
"Lo difícil que es salir del grupo de maestros hasta ayer y pasar a ser la superior al día siguiente... Nos adaptamos todas unas a otras pero no es un trámite sencillo" confiesa. Más tarde y por puntaje le ofrecieron la supervisión zonal y le designaron Río Colorado. "En un momento me dijeron que tenía que tomar otra zona, y entonces renuncié porque a mi mamá no la podía llevar y traer. Me quedé en casa. Pasaron unos meses y me pidieron que vuelva a ser supervisora en Río Colorado. Pero siempre retuve el cargo de directora de la escuela 18", afirma con orgullo. En 1985 se jubiló y dio paso a otra etapa de su vida. "Toda la vida tuve vocación de docente y lo que hice lo realicé con cariño, con amor y dedicación", concluye. Río Colorado da fe de ello.