Los hombres viven y construyen, y a medida que los años transcurren se convierten en testigos de la historia de los pueblos. Hay lugares que también se mantienen firmes al paso del tiempo y recrean voces y vivencias. En Neuquén, es el caso de un mítico teatro que hoy se conoce como El Arrimadero, pero que surgió como el Teatro del Bajo.
En ese terreno de Misiones 234, donde funcionó un destartalado taller mecánico, se construyó la primer sala teatral independiente de la ciudad de Neuquén, el Teatro del Bajo. Y se construyeron así las bases de la actividad teatral neuquina.
Corrían los años 70, en plena dictadura militar, y un grupo de inquietos jóvenes iniciaron uno de los emprendimientos regionales que, honrando la mejor tradición del teatro independiente, abrió desde el ámbito del arte el camino de la lucha por la vuelta de la democracia. En la entrada se colgó el cartel que decía Teatro del Bajo y sobre ese escenario se formaron grandes actores que hoy son el orgullo de la ciudad. Sus maestros todavía se recuerdan como los "padres del teatro neuquino", Víctor Mayol, Rosario Oxagaray y por supuesto Alicia Fernández Rego.
Ignorada por la gestión cultural del Estado la sala funcionó sólo hasta 1987 y debió cerrar sus puertas definitivamente. El olvido y el paso del tiempo fue deteriorando las paredes y colmando de basura el terreno.
Pero el destino de ese lugar era perdurar y no faltaron manos que ayudaron. En 2004, otro grupo de amantes del teatro le pusieron el hombro y nació así el Viejo Teatro, un espacio cultural que le abrió las puertas a las obras de teatro, títeres, música y cuanta acción cultural quisiera subir al escenario.
Fueron cuatro años de mucho trabajo y de vientos favorables para los artistas locales, en una época donde escaseaban los espacios para las actividades culturales. El endurecimiento de los requisitos para habilitar lugares públicos, pos tragedia de Cromañón, una crisis económica y la falta de financiamiento obligaron a que muchas salas dejaran de funcionar. Por eso, al ver las puertas del Viejo Teatro abiertas, los artistas veían un camino de esperanza.
Pero esas puertas también debieron cerrarse y el ciclo comenzó nuevamente. El espacio quedo vació, pero sólo hasta el año pasado. Hubo un hombre, de teatro también como los fundadores del Teatro del Bajo, que quiso soplar sobre las cenizas para ver si el fuego surgía nuevamente y surgió.
Manos de pintura, paredes reconstruidas, pisos nuevos, escenario a estrenar, parrilla de luces, cambio de cara y de imagen y un bolso lleno de proyectos a futuro le dieron vida a lo que hoy conocemos como El Arrimadero, la reencarnación del Teatro del Bajo.
Una vez más aquel mítico y entrañable espacio volvió a ver la luz para contar una historia de lucha y tesón.
Una historia que demuestra que cuando se tienen ganas, definitivamente se puede.