"Deberían dejar que los curas y las monjas se casen, así hacemos curas y monjitas a rolete", dice el padre Héctor -o "Tano"- un poco en broma y un poco en serio. Es una de esas personas cuya vida parece una novela de aventura, pero de las buenas. Con sonrisa amplia, campechano, acento italiano, una memoria implacable, y esa paciencia que sólo dan los años y la sabiduría, abre las puertas de su casa de Barrio Once. Desde el 65 está vinculado a La Angostura y en 1992 se radicó definitivamente. Tiene 84 años, una vasta cultura, es carpintero, albañil y "guía espiritual" de la comunidad cristiana de la capilla del barrio Las Piedritas y organiza campañas de ayuda para provincias del norte.
En una pared hay varias fotos. "Cada foto tiene una historia, muchas personas han pasado por aquí, creyentes y no creyentes. Acá nunca se pide nada", cuenta. Todas las mañanas muy temprano lee los diarios por internet, intercambia mails, escribe y prepara la "celebración", como llama a la misa de los sábados. Fiel a sus convicciones, nunca quiso ser párroco, no hace bautismos ni casamientos con "papeles".
Su vida es un abanico de matices, experiencias y polémicas: trabajó en las villas miserias más bravas de Latinoamérica, debió exiliarse del país en la dictadura militar, apoyó el movimiento revolucionario sandinista, confiesa haber estado enamorado de una mujer, cuestiona los convencionalismos y políticas de la Iglesia Católica (cree en el celibato opcional y en el bautismo por elección), fue invitado por Fidel Castro para un debate en Cuba sobre "deuda externa" y escribió varios libros y documentos.
Se autodenomina un "cura obrero". Se inscribe en lo que fue el Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo ene las décadas del 60 y 70, una corriente cristiana que bregaba por un cambio "revolucionario" dentro de la Iglesia Católica, con un fuerte compromiso social y político.
Cruzando el charco
El padre Héctor nació en 1926 en un pequeño pueblo de Lombardía (Italia), cerca de la frontera con Suiza. A los 23 años se ordenó sacerdote y en el 64 conoció a don Jaime de Nevares, por entonces obispo de Neuquén, que viajó a Italia en busca de un cura diocesano. Galbiati se había ofrecido como voluntario para trabajar en países del Tercer Mundo y aceptó la propuesta. "No sabía ni una palabra de castellano. De Nevares me dijo: ´Vos que sabés, ¿no querés ser párroco acá?´. Era 1965. Volví en invierno y había 940 personas. En la Avenida principal estaba el ACA, la comisaría y una casa, nada más. Nunca quise ser párroco, siempre quise trabajar con los pobres".
Por eso, volvió a Neuquén y se instaló en la villa del barrio Bouquet Roldán, donde trabajó 25 años y con cuya comunidad aún está vinculado. No vestía sotana y casi "de incógnito" comenzó a reparar una capilla de adobe que había en el lugar. Entre otras cosas, inauguró el primer taller gratuito de computación de la provincia para chicos, formó la Cooperativa de Vivienda para comprar tierras y construir casas, y trabajó con los más pobres.
Desde el 65 y por muchos años viajó a La Angostura trayendo chicos de campamento. En los 80 construyó con sus manos la casa donde hoy vive. "Hasta las mesas y las sillas las hice yo. Antes no había nada, era todo bosque. No valía nada la tierra, ahora vale 40 dólares el metro. Pero a mí el dinero no me interesa para nada", dice. En el 91 trabajó en Bariloche donde montó un taller para enseñar oficios y en el 92 centró su actividad en La Angostura.
Los años de plomo
En la dictadura el "Tano" difundía en las misas las denuncias de familiares de desaparecidos y torturados. "La capilla se llenaba de gente porque yo denunciaba. Lo escribía y después repartía la fotocopia, porque sabíamos que los servicios secretos venían a chusmear", cuenta. Colaboró con las Madres de Plaza de Mayo como nexo para recibir las denuncias y canalizar la información.
Corría 1981. Se sabía que De Nevares y varios sacerdotes estaban en mira de los servicios secretos. Un día una persona que había sido torturada en La Escuelita le envió un fragmento de papel donde decía: "Tano rajá porque te buscan".
Los sacerdotes del movimiento tercermundista realizaban encuentros anuales. El último del que participó Galbiati se hizo en secreto en Carlos Paz. "Estuve con monseñor Angeleli y le dije: ´Mirá que te van a matar´, y me dijo: ´Sí, pero si yo me voy, matan a mis ovejas´. Y lo mataron", relata. "Y como no tengo vocación de mártir, me fui. Dar la buena noticia es anunciar y denunciar la injusticia, yo siempre denuncié la injusticia, por eso me tuve que ir sino era uno más de los desaparecidos", dice.
De Argentina partió a Brasil pero como los servicios también operaban en el país vecino, decidió tomar un colectivo hasta Minas Gerais. De ahí a Venezuela, Panamá, México y Nicaragua, donde tomó contacto con el proceso revolucionario sandinista, participó de encuentros universitarios, campañas de salud y educación, etc. En ese peregrinar, conoció en un encuentro internacional a Rigoberta Menchú, premio Nobel de la Paz, y otros intelectuales. Después de la guerra de Malvinas regresó al país y a su trabajo en la comunidad de Bouquet Roldán.