La historia de Elías Castillo es uno de los tantos relatos que merecen ser contados. Hoy está a la cabeza de un emprendimiento que beneficia a más de 40 familias, directa o indirectamente. La Cooperativa el 30, que funciona en inmediaciones del paraje que lleva el mismo nombre surgió desde los pesares de la familia Castillo.
Años atrás, Elías trabajaba en una cadena de supermercados y como consecuencia de un problema de salud en la columna se quedó en la calle. Así fue a parar al basural. Y junto a sus seres más querido recogían por las tardes todo lo que pudiera tener un fin comercial que les permita subsistir. Un día se llevó unos cajones de fruta "por llevarlos porque no servirían para nada", cuenta Castillo.
Angustiado por la situación, partió el cajón y lo rompió en pedazos. Se dio cuenta entonces que esas maderas distribuidas por el suelo de su humilde vivienda servirían para algo. Con muy pocas herramientas desarmó los cajones que se había llevado y empezó a construir unos nuevos. Salió al centro y los vendió en verdulerías. Al día siguiente ya se había propagado la noticia entre los comerciantes del rubro y llegaron para pedirle más. Elías, junto a un grupo de amigos y conocidos, volvió al basural a buscar más madera. Después compraron materia prima y empezaron a producir.
El proyecto iba tomando forma. Pero el grupo de trabajo de "El 30", casi no contaba con herramientas de producción. "Teníamos un solo martillo y nos turnábamos para usarlo. Nos astillábamos, nos raspábamos y al final de la jornada terminábamos todos lastimados pero con los cajones apilados y listos para venderlos", cuenta un integrante de la cooperativa que acompañó el sueño desde sus inicios.
Después de un tiempo de trabajo, un empresa se contactó con los emprendedores y les pidió algo así como 800 cajones. En ese momento la gente de la cooperativa sintió que los esfuerzos habían dado sus frutos y que tenían que ponerse a trabajar en una mayor escala.
Muchos contactos, idas, venidas y proyectos que Castillo no sabía cómo armar fueron los pasos previos para la consolidación de la cooperativa. Hoy trabajan 18 personas en el lugar y poco a poco las instalaciones van adquiriendo un aire mucho más industrial. Maquinarias que consiguieron por medio de subsidios y otras que compraron juntando peso por peso forman parte del paisaje del aserradero.
"Al principio trabajábamos debajo de un árbol, no teníamos nada y hoy podemos desempeñar nuestra tarea con mucha comodidad", cuenta uno de los jóvenes. Los integrantes de la cooperativa hicieron hasta lo imposible para sostener el emprendimiento. "Hubo años que íbamos a la cosecha para juntar unos pesos y en una época cortábamos la madera en otro aserradero en Fernández Oro. Pasábamos días enteros allá sin poder volver a nuestras casas, durmiendo a la intemperie", recuerda Elías.
Antes de adquirir las máquinas, producían unos 800 cajones por día, manualmente. Hoy, ese número se incrementó a las 1.800 unidades diarias que son transportadas desde "El 30" y tienen como destinos grandes empresas comerciales y del sector frutícola.
También, los integrantes de esta cooperativa hacen muebles artesanales y de vez en cuando venden en la ciudad algunas mesas y sillas rústicas.
Pero además, cortan la leña que se distribuye en la zona por el Plan Calor, y trabajan produciendo viruta para un criadero de pollos.
El clima del lugar ha cambiado mucho en este último tiempo. Se respira alegría y ganas de trabajar entre los integrantes de la cooperativa. Ya armaron una huerta para que cada uno se lleve alguna verdura al finalizar la jornada, están construyendo los baños y tienen muchas expectativas de seguir progresando.