La entrevista se pautó con el "doctor Olavego" en su consultorio. El mismo que tiene desde el 65 en la céntrica calle 9 de Julio. Allí recibió a "Río Negro" sentado junto a su escritorio sobre el que había dos copas con agua esperando para una larga charla. La luz tenue de una lámpara hizo del ambiente un lugar más acogedor para compartir anécdotas, recuerdos y una trayectoria difícil de sintetizar en poco tiempo. Y menos, en pocas líneas.

Por las dudas, antes de empezar la nota estampó su sello en el anotador. "Dr. Ariel Olavegogeaescoechea. Médico", marcó la tinta sobre la hoja en blanco. "Para que sepas con quién estás hablando", le dijo a esta periodista con su sentido del humor que lo caracteriza.

Se sabe que su apellido es kilométrico, aunque toda la ciudad lo conoce como "doctor Olavego", un apodo que ya es casi marca registrada.

Pasaron 52 años desde que llegó a la ciudad con su especialidad de cirujano. Fue en 1957, cuando aún era soltero.

¿Por qué vino? Repasemos su historia.

Ariel Olavegogeaescoechea nació un 3 de febrero de 1928 en un pueblo colindante entre La Pampa y Córdoba, llamado Coronel Hilario Lagos. Su padre compraba hacienda y conoció a su madre en esa zona. Cuando tenía unos 10 años se fueron a vivir a Capital Federal.

"Recuerdo que había una exposición en la Sociedad Rural en Buenos Aires y había una globa muy grande. Iba con mi madre. Tendría unos 11 ó 12 años. Estaba iluminada y había una imagen de un hombre vestido de blanco con una mujer que se colgaba del delantal, y él con la mano, le acariciaba la cabeza. Yo miré esa imagen y le dije a mi madre: yo quiero ser eso mamá. Y mi madre me dijo: eso es ser médico. Bueno, yo quiero ser médico", le contesté.

Y así fue. Al terminar el secundario se anotó en la Facultad de Ciencias Médicas y se recibió el 29 de diciembre de 1953. Toda su carrera hospitalaria la hizo en el hospital Ramos Mejía.

Llegó a uno de los rangos más altos al ser médico interno del servicio de emergencias y trabajó luego en la sala de cirugía general.

Ésa fue su especialidad inicial: cirujano general. "Un cirujano general abordaba un tórax, un abdomen, una fractura. No era fragmentado como es ahora", contó.

En 1957, fue además médico de sanidad escolar. Inspeccionaba los colegios, veía cómo estaban las instalaciones para los internados, el estado de las vacunas, la higiene de las habitaciones. Fue así como conoció a Emilio Gobi, un profesional que tenía un sanatorio en Cipolletti (en la calle Italia casi Fernández Oro), que lo entusiasmó para venir a la zona porque "necesitaban un cirujano".

Otro rumbo

Pidió licencia por seis meses, preparó las valijas y se vino. Llegó en octubre a Cipolletti, pero estuvo en ese sanatorio hasta enero o febrero y se apartó. Alquiló una casa en la calle Fernández Oro y se puso a trabajar solo, hasta que ingresó en el hospital de Allen, el más importante por entonces en la zona.

"Salía un colectivo de acá, paraba frente a la plaza. El chofer a veces me esperaba a las 5:20 de la mañana. Lo tomaba y me iba a Allen. Llegaba a las 6 y ya más o menos 6:15 ó 6:30 empezaba a programar todas las operaciones del día. Me quedaba a veces hasta las 18, 18:30 trabajando y operando. A veces había días de 9 ó 10 operaciones. Ahí centralizábamos la urgencia. Venía gente de Roca, Cipolletti, Cinco Saltos", recordó.

Trabajaba en Allen pero mantenía su espacio en Cipolletti, donde seguía viviendo. Cuando llegaba a las 19, "a veces tenía el consultorio lleno de gente. Como vivía solo, la gente entraba, estaba tomando mate. Me esperaba. Por ahí me invitaban a almorzar, me traían comida. Lo cuento como un testimonio hermoso de mi vida.

"La gente era muy solidaria, te acogía en una forma como si fueses un hijo o un ser querido. Uno se hacía querible porque estaba a disposición de la gente", relató Olavego.

A los tres años de estar en la zona conoció a su mujer, Gladis, su compañera de siempre. Tuvieron tres hijos: Mara (es ingeniera química), Pablo (médico) y Facundo (su gran dolor: murió en un accidente de tránsito hace pocos años).

El sanatorio

Cuando dejó el hospital de Allen pasó a hacer medicina privada. Apareció entonces el sanatorio Río Negro.

"Uno que fue muy bicho dijo: ´A éstos (por él y otros profesionales) es mejor tenerlos adentro que afuera´", menciona con picardía. Y apareció integrando la sociedad.

Allí desarrolló toda su capacidad quirúrgica como privado. Fue por el 64 o el 65, época en la que también se trasladó a la calle 9 de Julio, donde pudo construir su consultorio y su casa, donde sigue viviendo y atendiendo. En el 70, retornó a sus raíces. Entró como médico de guardia del hospital de Cipolletti, pero continuando con el sanatorio y su consultorio.

En el 80, empezó a perfilar la especialidad que tiene hoy. Se interesó por el tema de la sexualidad humana y comenzó a ir a cursos, congresos.

"Arranqué como sexólogo", afirma. Una rama de la medicina que aún hoy ejerce y que piensa mantener. "Voy a seguir trabajando", enfatiza Olavego, mientras la puerta se abre y entra su hija Mara con dos de sus nietos que no sabían que estaba en una entrevista.

Los presenta orgulloso y aclara: "No soy un abuelo babosete", aunque no logró demostrarlo en ese momento.

Entre sus tres hijos le regalaron nueve nietos, que vaya a saber por qué pero le dicen "Popón" y a su mujer "Popona". Otro apodo para la colección.