Un montón de nenas juegan con tiras de colores. Afuera los pibes le dan con furia a la pelota. Es domingo por la tarde y la capilla del barrio Villa Unión es un alboroto de charlas y juegos.

A mediados del año pasado, Liliana Catalano, junto a otros vecinos de la barriada se pusieron como meta trabajar por los chicos. Es que en el barrio, a no ser por la tarea de contención que hacen las escuelas, los fines de semana los chicos vagaban sin demasiado entusiasmo por nada por las calles de tierra.

Así, pusieron en funcionamiento lo que llaman la Escuelita barrial, donde no sólo se les da la leche, sino mucho más: contención y un lugar donde sentirse partícipes.

"Al principio notamos cierta resistencia, pero después se fueron sumando, y llegamos a tener entre 50 y 60 chicos todos los domingos", cuenta Liliana.

A esto se sumó la pastoral juvenil, que aportó material humano más que importante. Juan Carlos Henríquez, sostiene que el año pasado trabajaban en el lugar 4 ó 5 personas, y ahora son cerca de 15 y hasta se logró la participación de profesionales como una nutricionista.

Pero además se comenzó a contar con el apoyo de los padres, del municipio, etc. Los chicos plantaron los árboles que están en el predio, se arregló la entrada, se pintó con la ayuda de los padres, y el domingo pasado se inauguró el sistema de agua caliente con un termotanque nuevo donado. De a poco la escuelita ha ido creciendo. A las ayudas de los vecinos se sumaron comercios que donan leche, pan, facturas, etc.

No sólo se contempla al niño, sino también a jóvenes que participan de los encuentros de los domingos en lo que se ha convertido en un verdadero centro comunitario. "Nosotros veíamos que los chicos los domingos no tenían nada que hacer y nos preocupaba eso, por eso comenzamos de a poco, con lo que teníamos, a hacer algo", agrega.

Existe en estos lugares, esa alegría que se palpa en la piel. Esa que dispara la sonrisa de un pibe que juega con sus amigos a la pelota, mientras espera la leche. O la de las nenas que trenzan esas tiras de telas de colores.

"Vas además captando distintas problemáticas. El desapego de algunos padres hacia sus hijos, cuando hay separaciones. Chicos que sólo comen ese día lo que se les da en la escuelita. Un sinnúmero de problemas", comenta. Por eso, el sitio no es sólo el lugar donde los chicos se reúnen sino donde se sienten contenidos, donde sienten el afecto que les falta en otros lados. Así, esperan ávidos la llegada del domingo y cuidan el lugar, que en otros tiempos destrozaban a pedradas, porque sienten que ya les pertenece, porque son ellos los que han pintado, plantado, limpiado, es sin dudas un segundo hogar. "Ahora le agregamos dar la leche más días por semana", sostiene Henríquez.

"Nosotros somos nacidos y criados acá, en este mismo barrio, por eso lo queremos, por eso queremos que sea todos los días un poco mejor", agrega Liliana.

De este modo se van reflotando valores que, con los nuevos tiempos, se han ido perdiendo como es el sentido de pertenencia no sólo a la escuelita sino al propio barrio. Así, no sólo los chicos han ido tomando conciencia de la importancia de cuidar el lugar donde vivís sino también los padres.

"A las actividades recreativas, se les suman otras, como la formación de una pequeña biblioteca, el reciclado de diarios para la compra de pequeños elementos necesarios, juntar ropa y zapatillas. Y ahora la intención es sumarle talleres. Por eso queremos invitar a todos los que quieran participar", sostiene la joven con una sonrisa que le cubre el rostro.

Son, sin duda, estos actos del alma los que finalmente describen el carácter de una comunidad. Son a la vez los que forjan ese horizonte del que se habla, y que esta tan próximo.