Rastrillada o huella, cercana al río Limay, sin apartarse mucho y como boceto vial de la actual ruta nacional n° 237. Hace cien años tránsito obligado para el convoy militar del C3 (Regimiento 3 de Caballería) conocido como el "3 de Fierro" que comandara Conrado E. Villegas. En forma permanente cumplió el recorrido entre "punta de rieles" (Neuquén) y su a siento militar en San Martín de los Andes. Durante varios años el convoy fue comandado por quién después sería coronel Julio Sosa. Dejó interesante escrito que tituló "Recuerdos de Frontera", publicado en la Revista Militar de 1910, cuando ostentaba grado muy inferior.
Cuenta Sosa que la preparación del convoy de carros en Neuquén era minuciosa para afrontar los 430 km de recorrido en aproximadamente quince jornadas, durante todo el año, en una ida y vuelta enfrentando frío, calor, nieve, lluvias, vientos y otras manifestaciones de la naturaleza, con marcha promedio de treinta kilómetros diarios. Veinte carros del "tipo cuyano" con doscientas mulas, cargaban 1500 kilos cada uno, transportando "víveres, munición, armamento, equipos, repuestos, medicamentos, ropa, etc." desde Neuquén y al regreso, "cueros de vacunos y yeguarizos pertenecientes al regimiento y a comerciantes de la zona", cobrando el correspondiente flete.
La mulada merecía muy especial atención y los "maruchos" arreaban, al frente, la de renovación. Herrada y alimentada era base principal para la buena marcha del convoy acampando en lugares pastosos, con agua, convenientes para el personal constituido por "más o menos treinta y tres hombres, tres o cuatro suboficiales y treinta soldados, al mando de un oficial". "Cada soldado consumía no menos de un kilo de carne y otro de galleta, a lo que agregaba los demás platos del menú criollo que se servía en el convoy... Las horas de las comidas variaban con la longitud de la jornada o la estación del año en que se marchaba. En invierno se almorzaba después de recorrer, entre las 7 y 14 horas, los 25 o 30 km de la jornada. Establecido el vivac y racionadas con avena las mulas, se repartía el humeante y sabroso rancho... En el verano, si eran muy fuertes los calores, se marchaba de noche o se dividía la jornada diurna en dos etapas: una, desde las 4 horas hasta las 9 horas; otras de 16 a 20 horas. En el intervalo, la tropa almorzaba y dormía la siesta". Por supuesto existía servicio de imaginaria y rondines para cuidar las mulas.
La lenta caravana costeaba el río Limay por la margen izquierda casi sesenta leguas, "Así sucede -escribió Sosa- que entre Arroyito y Chocón, (más o menos 7 leguas) existe -para los carros- una verdadera travesía. Era una fuerte jornada de marcha para el convoy, con sus pesados carros. Este sector de camino, de pendiente ascendente hacia Chocón, con tramos arenosos, debía franquearse al paso de las mulas". En verano se marchaba de noche y al "día siguiente se llegaba a la iniciación de la fuerte bajada de Chocón. Allí se hacía alto y, mientras la tropa tomaba mate cocido, se ultimaban los preparativos para salvar el obstáculo". Agregaba: "En el descenso del Chocón, se empleaba un medio día; luego el convoy ´vivaqueaba´ al pie de la sierra. Desde este punto, el río Limay quedaba próximo, lo que se aprovechaba para abrevar el ganado. A continuación la tropa almorzaba y tenía descanso hasta las 16 horas".
Antes de llegar a Cabo Alarcón se detenían en "el boliche-fonda de Mangrullo" atendido por "el viejo Muñoz, doña Diosma, su mujer y una hija feúcha no obstante sus 17 años". Ocurrió por 1909 y Chocón hace 100 años mostraba su presencia, aunque fuera de paso...
HÉCTOR PÉREZ MORANDO
(*) Periodista. Investigador de historia patagónica