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  Viernes 28 de Enero de 2011  
 
 
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  El cowboy que vio un plesiosaurio
El norteamericano Martín Sheffield llegó en 1899 en busca de oro. En 1922 dijo que había observado a un gigantesco animal extinguido. .Armó un revuelo internacional que sacudió a la comunidad científica.
 
 
 
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Martín Sheffield era un robusto norteamericano que al llegar a nuestra zona, en 1899, se dedicó a buscar oro en los ríos y arroyos que descargan sus aguas en el Chubut.

En tal oficio le fue bastante bien y ya sea en pepitas o en polvo, fue lo que le permitió transformarse en protagonista principal de recordadas noches de juerga en El Bolsón, Ñorquinco o Esquel.

Además era un tirador excepcional, ya sea con revólver o con su viejo y famoso fusil. Las demostraciones de este personaje solían tener los escenarios más diversos: podía armar un espectáculo para una fiesta o podía despedirse de un boliche a la madrugada dejando atrás lámparas, vasos y botellas destruidos a balazos, con la habilidad que caracterizaba a aquellos recordados "cowboys" del Far West.

Su buen humor lo hacia animador principal de grandes fiestas y su mal humor lo llevó a protagonizar grescas descomunales, pero así y todo era una persona querida por la mayoría de la gente de la zona. Su fama de hombre rudo y al que no asustaban las inclemencias del tiempo, sumado a su baquía y conocimiento del campo patagónico hicieron que prácticamente no se realizara ningún viaje, ya sea científico o de cualquier índole, que no fuera guiado por Martín Sheffield.

Semejante personaje no podía dejar de estar, al igual que la tierra que lo acogió, rodeado de un halo de leyenda, desde decir que era el mejor cazador y tirador que había pisado la Patagonia, hasta que era contratado por bandidos para desorientar a las partidas policiales que los perseguían. Todo era posible si se hablaba de Sheffield.

Vaya a saber guiado por qué idea, un día se le ocurrió escribirle una carta a Clemente Onelli, quien en 1922 era el director del Zoológico de Buenos Aires y naturalista de bien ganada fama, conocedor e integrante de numerosas expediciones por la región.

En esa nota le informaba que "unas grandes huellas habían aplastado el pasto que rodeaba su puesto de cazador y que en algunas oportunidades había visto un gran animal que se sumergía en las aguas de una laguna, dejando una gran estela con su lomo".

Si bien no daba grandes precisiones en su descripción, lo narraba como de gran cuello y cabeza pequeña ("como de cisne"). Poco tardó Onelli en presumir que se trataba de un plesiosaurio y menos en hacer conocer la carta que había recibido y proporcional a lo fantástico de la historia fue el revuelo que se armó.

Los diarios de Buenos Aires tomaron la noticia de distintas maneras, pero no dejaron de publicarla. "La Prensa" y "La Nación" trataron de darle a la información rigor científico; los de oposición al presidente Yrigoyen decían que se trataba "de algún viejo político perdido por allí".

Diversos medios internacionales mostraron decidido interés en hacerse del plesiosaurio. El presidente Roosevelt mandó a decir que quería, por lo menos, un pedazo de él y anunciaba la partida a la Patagonia de su compañero de caza en África, míster Edmund Heller. También el museo de Historia Natural de Nueva York anunció que enviaría cinco comisiones a Sudamérica para dedicarse a capturar animales de especies extinguidas, a la vez que desde Filadelfia se decía que ya estaba a punto de partir una expedición de naturalistas y que, en caso de ser capturado, debía ser llevado a los Estados Unidos.

En Buenos Aires el revuelo no fue de menor dimensión. Una dama de la sociedad porteña aportó para la expedición la suma de 1.500 pesos de esa época y el resto de las donaciones superó los 5.000, aunque "las malas lenguas dicen que esa era la reacción esperada por Sheffield para poder cobrar una suculenta suma por guiar la expedición de Onelli".

Las oficinas del director del zoológico eran visitadas por los más raros personajes, desde diseñadores de aparejos de caza especiales para plesiosaurios, hasta quienes querían vender su estrategia infalible para la captura o describían al animal como guardián de los tesoros que buscaron los primeros exploradores de la Patagonia.

Dos jubilados escaparon del hospicio de Las Mercedes para luchar contra el monstruo.

El plesiosaurio inspiró asimismo el nombre de un tango y la marca de cigarrillos.

Era el año 1922, y este tema fue una cuestión de estado. Hubo al respecto documentos oficiales que llevaban el título de "instrucciones reservadas" (con membrete de la entonces Intendencia Municipal de la Capital) y que hace poco se dieron a conocer.

Decían que "...el objeto es constatar, por todos los medios posibles, y hasta con abnegación y sacrificios, la existencia posible de un animal desaparecido en los tiempos prehistóricos. El pesado trabajo de acechar y de la vigilia, debe ser hecho por turno y por dos personas de la expedición: los restantes descansaran, como suele decirse, con el arma al brazo listos para cualquier alerta y listas las pistolas de fuegos y reflectores".

"Los expedicionarios podrán entregarse tranquilos al sueño desde las 11 de la mañana hasta el anochecer, porque en esas horas jamás -dicen las versiones- se ha visto".

Es más fácil "cazarlo vivo que muerto y a este fin llevan lazos fuertes de cogote de guanaco y lazos flexibles de cables de acero para reforzar la primera pialada feliz".

"Su transporte será difícil pero no imposible, alargando atrás la caja de un camión y forrando este con la lona embutida de paja para evitar contusiones, equimosis y machucaduras" (...) se deben usar las armas sólo en caso extremo y siempre las de mayor calibre y de proyectiles especiales.

En este último caso "se debe por todos los medios evitar el tiro a la cabeza, pues esta es la pieza más importante del animal. Debe hacérsele dos, tres y más tiros en el pescuezo". Estas instrucciones iban acompañadas por un memorando firmado por Clemente Onelli, que decía: "Estas investigaciones hay que hacerlas de todas maneras, en el agua hasta con dinamita, en las cuevas y en el bosque".

Y así fue que "ya que estaban", hicieron rastrilladas por varios espejos de agua de la región, utilizando explosivos y cartuchos de gelinita.

Lo cierto es que poco a poco se fue diluyendo la historia. En los diarios de los Estados Unidos comenzaron a tomar el asunto en broma. Enterados de la enorme capacidad de los "farmer" de la Patagonia para beber ginebra y whisky, empezaron a decir que era moneda corriente que vieran cualquier cosa.

Onelli también fue perdiendo entusiasmo y comenzó a sospechar que había sido víctima de la frondosa imaginación de Martín Sheffield, quien sin saberlo se convirtió en el primer agente turístico de la cordillera andina.

 

 

Fuentes: Juan Domingo Matamala (varios libros y artículos publicados), Francisco Juárez ("Historias de la Patagonia"), Naco Sales y Oscar Catania ("El Bolsón de antes") y Marcelo Gavirati ("Patagonia histórica")

   
   
 
 
 
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