Ayer ella habrá rememorado aquel día, hace ya treinta y cuatro años. El 2 de mayo de 1975 Eva Martínez de Maldonado dio a luz a trillizos por parto natural en la Clínica Cruz Azul. Hoy parecen lejanos los recuerdos de las múltiples mamaderas y el cuidadoso preparativo previo, el lavado de pañales y chiripás (de tela, entonces no había descartables), el cuidado especial que debió brindar a uno de ellos y la sorpresa propia, familiar y de los médicos al descubrir, después del séptimo mes de embarazo, que debían esperar más de un bebé.

"Ni yo sabía que eran tres. Hasta los siete meses llevaba un embarazo normal. Para mí era uno. Me atendía la doctora Teresa Hurry y Chela (Griselda Domínguez de Mesa, obstetra). Después del séptimo mes, por los movimientos (presumieron) que había dos. Después, uno más".

Casada en 1974 con Aldo Sebastián Maldonado, fue su primer parto. "Cuando me dijeron que eran mellizos me asusté. Después pensé qué lindo porque por ahí son gemelos pero cuando me dijeron que podían ser tres ya no quería llegar a mi casa. Iba sola a los controles porque mi marido trabajaba. Ahí me asusté pero después dije: Dios dirá, mientras venga todo bien..."

"Hasta los ocho meses anduve, después me mandaron a reposo porque no sabían cómo iban a nacer. No había ecografía entonces me hicieron una radiografía. Muchas veces pensé que era el problema de él (Carlos) porque a los dos días de nacido empezó a inflamársele un ojo y al otro día a sangrar. Lo vio el único oftalmólogo que había aquí y fue derivado a Buenos Aires".

El 2 de mayo llegaron Juan José, Paula Verónica (ambos con más de dos kilogramos de peso) y Carlos Javier (1 kilo 700 gramos que a la semana había descendido doscientos gramos). "Debí sacar al más chiquito de la incubadora y llevarlo a Buenos Aires. Los atendía el doctor (José) Pefaure quien me decía que tenía que pensar en él que era el que más me necesitaba porque los otros dos nenes iban a quedar muy bien atendidos por mi mamá (Victorina Velázquez), mi hermana (María Angélica Martínez).

"Somos una familia humilde y en esa época estaba difícil. Hacía menos de seis meses que mi marido estaba trabajando en una empresa y cuando nacieron mis hijos, en vez de asegurarle un trabajo, lo dejaron cesante. Recibimos ayuda de toda la familia pero costó. Eran muchas mamaderas, lavar y secar pañales en invierno. La leche era cara y no se conseguía, toda la familia hacía cola y se turnaban para ir a las farmacias a comprarla. Era especial, Matervit primero y S26 después".

"La familia de mi marido era de Junín y había habido un nacimiento de gemelos. Cuando fui a Buenos Aires con Carlos estuve en la maternidad Sardá donde me hicieron estudios". No encontraron otra razón que la naturaleza para el embarazo múltiple.

Una lucha posterior

Carlos fue operado por primera vez de su ojo derecho a los diecisiete días y tras veinte de permanecer junto a sus hermanitos y familia en su hogar, debió regresar a Buenos Aires.

"En la primera operación extrajeron la parte que tenía el tumor en el ojo derecho, había que sacarlo. Me aseguraron que el otro estaba sano pero como a los veinte días de estar aquí descubrí que en el ojito tenía algo que brillaba. Al otro día a la mañana fuimos al médico y me dijo que tenía que viajar urgente. Siempre era urgente y tenía que ir. No en colectivo, en avión. El primer pasaje me lo consiguió Juana Reinoso y me mandó con una enfermera para que lo cuide".

El segundo de los traslados fue posible merced a los trámites realizados en el Hospital Zonal ante el gobierno provincial. "Viajamos, me dijeron que se trataba de cataratas y ahí estuvimos como tres meses porque subía la presión en la vista y no podían normalizarla, tenía glaucoma".

"La primera vez no me querían dar el pasaje porque no había nacido en el hospital sino en una clínica, porque mi marido tenía la obra social de Uocra en ese momento". Posteriormente los controles en Buenos Aires fueron espaciándose de seis meses a un año casi hasta los catorce años de Carlos. "Pero mi esposo ya estaba trabajando en el Centro Atómico y todo era muy distinto".

Ya en la pubertad los médicos anticiparon que "al desarrollarse iba a perder la visión. No podía controlarse ni operar ni hacer transplante, nada, porque es un problema del nervio óptico. Había quedado con un 40% de visión en uno de sus ojos. Usaba lentes de contacto, lentes para leer, para ver televisión. Todo lo tuvo pero cuando Dios dijo basta él estaba preparado porque lo habíamos preparado. Iba a la Escuela Hospitalaria, siempre estuvo Chela que trabajaba ahí".

Carlos, hoy estudiante de Comunicación Social en Roca, aprendió el sistema Braille antes de perder la visión. "Hacía doble turno. A la mañana iba a la escuela común y a la tarde realizaba la integración con la maestra".

Una vez concluido el primario "no lo aceptaban en ninguna escuela secundaria. Quería ir a una de oficios. Tuve que pelear con el director en la Escuela 273 diciéndole que era el primero pero no sabía cuántos venían detrás con problemas similares".

Aunque el paso del tiempo y la distancia parezcan amortiguar el sacrificio, Eva recuerda que todo costó muchísimo. "Mi otro hijo, Juan José, estuvo más con mi mamá y mi hermana. Todos estudiaron. Él terminó la secundaria en la Escuela Industrial y desde hace muchos años trabaja en La Anónima; tiene una hija, Iara Valentina, y está esperando el varón que viene en camino. Paula Verónica tiene a Gustavo Daniel y Dalma Nerea (nombre escogido por el papá, hincha de Boca).

Después del nacimiento de los trillizos, Eva tuvo a Aldo Sebastián (28 años). Es Perito Mercantil especializado en Administración de Empresas y trabaja en una empresa de seguridad.

Eva trabaja como mucama en el Sanatorio del Sol desde hace dieciséis años y recuerda que sus hijos asistieron al jardín en el colegio Dante Alighieri. Luego pasaron a la Escuela 273. "A Carlos no podían enseñarle y me dijeron que dependía mucho de la hermana. Siempre tuve que andar peleando porque es un chico normal pero no ve. Ahí me dijeron de la Escuela Especial y gracias a eso salió y puede hacer lo que quiere. Anda solo, ha recorrido parte del país asistiendo a encuentros y reuniones. Le dimos las herramientas y él sólo fue haciéndose".

El ejemplo de Carlos

Estudiante avanzado de Comunicación Social, Carlos sabe desde muy pequeño lo que significa el esfuerzo. Contrariamente a lo que uno podría suponer sin conocerlo, no está atado a la ausencia de uno de los cinco sentidos sino que aprovecha al máximo sus posesiones.

Llegan los recuerdos de la niñez. "Lo que yo hacía era realizar las mismas tareas que mis compañeros de aula en Braille. Después la maestra integradora los transcribía tal como yo los había hecho para fueran corregidos en la escuela".

Su paso por la Escuela de Oficios llegó hasta donde debía realizar los trámites necesarios para cobrar con una tarjeta de crédito. "No podía llenar cupones o dar boletas en un comercio y otras funciones administrativas. Hice el secundario en el Cem N°5. No tuve problemas y los profesores fueron muy buenos, muy atentos. Siempre buscaron la manera de que pudiera estudiar".

Parado junto a la ventana, parece pensar muy bien las palabras que deja aflorar. Al decir: "Me cuesta conseguir material y pasarlo al Braille" no hay una pizca de queja. Inmediatamente agrega: "ahora tengo la computadora con el programa que habla gracias a mis hermanos. Vamos avanzando. Allá (en Roca) hay un grupo que colabora conmigo. Somos personas con discapacidad que hacemos otro tipo de actividades paralelas: talleres de integración y encuentros".

Reconoce: "Es difícil trabajar con una discapacidad. Las empresas no te toman porque es una carga, lo ven como algo extra, no terminan de conocer ni informarse. Uno sale con ganas de trabajar pero depende de muchos aspectos. Depende del medio, pasás por un colador. Lo que intenta mi voz es vender. Esa es la vocación del locutor".