Iris parece no tener tiempo para el descanso. Si un problema que aqueja a sus vecinos llega a sus oídos no espera la solución mágica. Inmediatamente pone manos a la obra.

De contextura física pequeña, aparenta poseer un espíritu indomable que no ceja ante las adversidades. Desde el 2000 -fecha importante en su vida- está al frente del comedor capacitador "Gotitas de Esfuerzo" ubicado en el barrio Islas Malvinas.

Iris Muñoz llegó a Bariloche hace quince años junto a su esposo y sus tres hijos, Leandro, Daniela y Oscar. Nacida en Bahía Blanca y criada en Buenos Aires, aprendió buena parte de los quehaceres cotidianos en el colegio de monjas al que asistía pupila porque su mamá debía criarla sola.

El comedor surgió por "un clic en mi vida. Fue en el 2000 cuando me diagnosticaron cáncer", aseguró.

"En realidad -señala- soy agradecida porque nunca me faltó trabajo, soy enfermera. Nunca me preocupó el vecino más allá de saludarlo. Nunca me fijé si tenía para comer. Pienso que es lo que hacemos normalmente".

"En el 2000, cuando me enfermé, estaba todo el tema de los paros en el hospital y mi salud empeoraba cada vez más. Viajé a Buenos Aires y en el hospital Durán me diagnosticaron cáncer. Estuve cuatro meses allá. Era salir de una operación y entrar en otra. A mis hijos se acercó la gente que menos tenía. No les faltó comida ni ropa limpia y nunca faltaron a la escuela. Al conocer esto y tener tiempo para pensar, empecé a involucrarme".

Además de enfermera, Iris es cocinera de comida natural y aprovechó su postoperatorio para hacer cursos de gastronomía. "Me fajé y salí a seguir formándome para empezar a pensar en el otro. Al ver desde allá la necesidad, que quizá aquí me costaba o no me interesaba ver, decidí involucrarme".

Ya de regreso comenzó a trabajar con "los nenes de bajo peso del barrio. Hacíamos todo en mi casa. En el día sacábamos los muebles afuera para que tuvieran espacio para comer. Eran veintidós con bajísimo peso, había muchos problemas de desnutrición y, atrás, las mamás que no sabían cocinar. Así es que organizamos cursos para ellas, para que aprendieran, y el lugar fue agrandándose".

Hoy su casa sigue albergando a quien necesite apoyo pero además lograron construir un salón detrás de la vivienda con cocina y baño -en construcción con la colaboración de internos del Penal III que realizan los trabajos de albañilería y carpintería-. Recientemente fue lanzada una campaña para reunir los materiales necesarios para ampliar el salón donde los niños concurren también a tomar clases de apoyo dictadas por voluntarios. En Casa Palm es posible realizar la donación de ladrillos realizando una compra de materiales o simplemente entregando el dinero. Cinco pesos representan cinco ladrillos para Gotitas de Esfuerzo.

También es posible colaborar como socio protector a través del Sistema de Cobranzas de Entidades Intermedias de la CEB (SICEI) o ingresando a la página de internet gotitasdeesfuerzo.blogspot.com.

Con las clases de cocina para madres "los nenes empezaron a salir del bajo peso pero también, las mamás a trabajar así es que necesitábamos hacer un seguimiento. Para eso, una vez por semana nos reuníamos y todas tenían que traer algo de lo que habían aprendido a cocinar durante la semana. Si enseñaba a hacer crema pastelera para las facturas, no podían sólo decir que la habían hecho, tenían que traer algunas para comprobarlo".

Actualmente son doscientas personas las que vienen a retirar la comida. "Intentamos que no se rompa el vínculo familiar. Si llevan la comida a sus casas pueden reunirse todos en torno a la mesa", explicó.

Reconoce que "en invierno se nos complica. La gente es muy coherente. Si tiene trabajo, avisa que van a dejar de venir al comedor porque tienen para comer. Pero en invierno se nos llena, vienen otra vez, pero por lo menos avisan cuando pueden y ahí te das cuenta que realmente lo necesitan".

Otra de las realizaciones de Gotitas de Esfuerzo es la adhesión al Banquito de la Buena Fe. "Hace un año y medio que estamos trabajando y hemos otorgado 130 préstamos sin ningún deudor. Te llena de satisfacción ver que la garantía es la palabra y se cumple. Los beneficiarios no firman ningún papel. La gente es tan consciente de que tiene que pagar esa platita que ahora estamos pensando en hacer un sistema similar para dotar al barrio de recipientes para basura, para que los perros no la desparramen. Los vamos a hacer nosotros y cobraremos una pequeña cuota mensual. El trabajo es muy familiar, nos juntamos y si alguno tiene un problema en la casa o no puede pagar algo, ayudamos entre todos", explicó.

Esas deudas pendientes

En tiempos en los que se discute si los escolares deben estar exceptuados de pagar el boleto en el transporte urbano de pasajeros, Iris hace su aporte. "Los chicos quieren ir a la escuela y no vemos contención de parte de quienes tendríamos -me involucro también como mayor, como ciudadana- que hacer algo al respecto". Una anécdota puede ilustrar cientos de casos. Hace unos años "teníamos tres chicos que no podían ir a la escuela por no contar con el dinero para pagar el boleto. Aunque no querían que se supiera, el diario El Cordillerano se hizo cargo del costo de los boletos para los tres". Un abanderado y dos escoltas de la Escuela de Oficios Nº 2 y otro establecimiento educativo.

En ese momento "me dolió cuando me llamó una señora y me dijo que era una vergüenza que saliera a pedir por tres pasajes de colectivo porque ella en La Plata caminaba mucho para ir a la escuela. Esa es la gente que quizá nunca vino al barrio, son distintas realidades. Acá, muy en el fondo del todo, no llega el colectivo. Los chicos no tienen calzado adecuado y están mal alimentados. No los culpo porque no palpan la realidad. Siempre digo que está bueno que vengan y vean las necesidades, cómo están vestidos, cómo se desesperan cuando toman la leche. Quizá hay gente que ni conoce este lado de la postal, no tiene ni idea de cómo se vive".

Aquellos niños "hubieran sido tres chicos más que hubiéramos dejado abandonados, tres chicos más en la esquina tomando. Tenemos muchos prejuicios. Tratamos de ver qué hacer con los delincuentes en lo legal pero no buscamos la solución". Hace poco los medios reflejaron dos casos de abandono de ancianas "pero todo el tiempo vemos casos de violencia hacia los abuelos. Que se les pague cincuenta pesos por mes por un plan de alimentación es violencia. Me gustaría saber qué funcionario puede comer con cincuenta pesos por mes. Más si tiene que comprarse la leña. Todo eso es violencia. No nos asustemos de una abuela que está durmiendo en el piso cuando en el barrio hay un montón. No me voy a olvidar a un abuelo a quien le pregunté como estaba su casita porque había llovido mucho, si se había mojado mucho, si necesitaba frazadas. Me contestó: no, se me mojó la mitad de la cama nada más, trate de ayudar a otro. Un abuelo. Se conformaba con eso, con la mitad podía arreglarse. Eso no es violencia? Es lo que decía de involucrarse o ver distintos panoramas".

mucho más que soluciones pasajeras

"¿Qué hacemos con los chicos?", pregunta Iris. Desde los planes de alimentación que no incluyen a adolescentes y jóvenes o la leche que es entregada sólo hasta los dos años, hasta el mero trámite de pasar un informe sobre la situación más desesperante, todo parece atentar contra los jóvenes.

"Cuesta mucho, vemos que todo es muy lento. El adolescente está excluido de todo, los planes de alimentación alcanzan a los niños hasta los diez años. Los jóvenes te dicen: no comemos, no estudiamos. Nadie los tiene en cuenta. Cómo vamos a pretender que no vayan a una esquina a tomar. Están enojados, enojados con los mayores. Veo que cambian los gobernantes y que nadie, nadie, los tiene en cuenta".

Ante tanta realización propia, la pregunta es obvia. ¿Reciben apoyo del municipio? "Recién ahora Norma Gómez tramitó una ayuda que consistió en la donación de algunas conservas durante tres meses y Nación, a través del programa Promenú, nos giró efectivo que tuvimos que rendir. Fue por única vez y dejamos de existir pero igual nos sirvió".

La relación con los internos del Penal III comenzó "porque se nos había caído el portón y pedí ayuda por radio. Llamó el jefe, el subcomisario Marcelo Ríos, y al otro día lo arreglaron. Desde entonces seguimos en contacto. No teníamos terminado el baño y la cocina del comedor y fueron construyendo. Han hecho un trabajo formidable. Nosotros también los tratamos bien para que no se vayan y dijimos: por qué no llevar el banquito al penal? Lo hicimos y ya hay chicos que están por salir en libertad y planean tomar un nuevo crédito para invertir en un emprendimiento productivo. O sea que ya tienen un panorama distinto, no piensan en delinquir sino en un futuro".

El trabajo conjunto incluye también la realización de ferias donde los internos exponen y venden los productos que realizan. Junto a la mesa donde mantenemos este diálogo descansan dos obras de María Monzón (un espejo de pie y una mesa esquinera realizados en madera) que envió desde el penal. "Aunque parezca mentira, allí adentro también hay gente que no está conforme con que se haga este trabajo conjunto porque dicen que son presos y tienen que estar ahí encerrados. Estamos igual que con los chicos, cómo los contenemos".

"Me parece bárbaro cómo trabaja el subcomisario, estamos en contacto todo el tiempo, nos pusimos de acuerdo respecto de la forma de trabajo. Se nos permite el tratamiento libre de temas, a veces vemos una película, lo mismo que hacemos acá. Le llamamos vida de centro. Es esto, nada más. Involucrarnos y trabajar en conjunto. Muchos dirán que hay quienes quieren recibir siempre de arriba pero veamos que cuando se trata de alguien de sesenta años o más es como un arbolito que nació así y es difícil de acomodar. Por eso debemos hacer más hincapié en la juventud para tratar de cambiarla".