Casi en simultáneo con el nuevo aniversario barilochense faltan pocas horas para los 75 años del ferrocarril tocando casi el Nahuel Huapi. Desde San Antonio (1908, Ley 5559) con el ingeniero italiano Guido Jacobacci y las tardías etapas para que el camino de hierro -como nos gusta nombrarlo- llegara a Pilcaniyeu en 1929, cubriendo los kilómetros restantes en automotor para llegar al "gran lago", el de mayor trascendencia histórica en la Patagonia. Era evidente la necesidad de construir el tramo faltante de rieles y en 1932 comenzaron a moverse personalidades porteñas con intereses en San Carlos de Bariloche y también parte de su comunidad ligada al incipiente turismo.
Los Ferrocarriles del Estado construyeron y explotaron la línea y para terminar el tramo hubo asociación con la empresa inglesa del Ferro Carril Sur, tramo técnica y topográficamente, sin duda, el más difícil de todo el trazado. Por la parte argentina se recuerda en la jefatura de obra al ingeniero Miguel Sanguinetti y de la empresa inglesa al ingeniero Henry Stevens. Trabajo duro: "Gran parte del movimiento de tierra se hizo a mano. Mayoritariamente el personal estaba compuesto por europeos que trabajaban simplemente para ganar dinero y enviarlo a sus familiares. Esa gente trabajó muy fuerte, cobraban por metro cúbico, no por hora. Sus casas tenían techo de chapa galvanizada, cerradas a ambos lados con madera, con una puerta, sin calefacción".
En publicación periodística se expresa: "Los obreros realizaban el traslado de la tierra en vagonetas, carretillas y, en algún caso, utilizando una cinta sin fin. La piedra era quitada por gente muy fuerte. Entonces no había equipos neumáticos ni se utilizaba dinamita, sino que un hombre sostenía una barra de hierro con un par de pinzas grandes mientras otros tres la golpeaban con martillos girando el hierro constantemente para desclavarlo". Como técnico del Ferro Carril Sur, el ingeniero Dudley Godfrey en visita a Bariloche hace unos años narró aspectos de aquella obra: "Vivía en un vagón revestido de madera y calefaccionado con una estufa, dos camas, una pequeña mesa, un balde con agua y nada más". Graficó el baño personal: "Para bañarse, habiendo afuera cinco centímetros de nieve, abrían la puerta, tiraban un trozo de madera sobre la nieve, el compañero echaba el agua caliente, el bañista se enjabonaba rápidamente, otro poco de agua y adentro". Por supuesto no se bañaban todos los días. Para bañarse "bien" tenía que ir a Bariloche, muchas veces a pie.
Pasaron poco más de veinte años y con ellos el recuerdo de Ezequiel Ramos Mexía impulsor de los ferrocarriles patagónicos y del geólogo norteamericano Bailey Willis que recorriera la línea sur rionegrina entusiasmado con la obra dejaron sus aportes escritos, hasta que se terminó la estación ferroviaria y Primo Capraro contratista para la construcción del terraplén estuvo satisfecho con el trabajo de sus peones y en imaginada fría mañana otoñal de mayo de 1934 -hace 75 años- un descendiente de docente y escritor expresaría en libro sobre el Nahuel Huapi: "Eran las doce y cuarto del día 5 de mayo de 1934 cuando del público ansioso surgió una voz, ¡allá viene!, y, en medio de los acordes del Himno Nacional y de los toques de las sirenas de los barcos que se habían aproximado a la vía que bordea el lago, avanzaba lentamente la máquina 4199, cubierta su delantera con una gran bandera argentina. El regocijo, mezclado con la emoción y la alegría -agregaba- no tuvo límites. No faltó quienes acariciaron la locomotora como si se tratara de un ser querido. Del convoy descendieron el ingeniero constructor Miguel V. Sanguinetti y numeroso personal...". Hablaron el farmacéutico Federico Molinelli y Sanguinetti. "El gran lago ya no era más tierra de confín".
Bibliografía y fuentes principales: Biedma, J.M.: "Crónica", 1987; Vallmitjana, R.: "Bariloche", 1995; Guerreño, R. M.: "Ley 5559" (Rev. JIEH-RN, 1972); Méndez, T.: "Ansiedades", RN, 1992; Pérez Morando, H.: "Caminos" y "El ingeniero", RN, 1992-1993. Archivo diario Río Negro. Biblioteca Patagónica (VECh) y otros.