Al festejar ahora los 200 años de la Revolución de Mayo resulta inevitable comparar el país de 1810 con el de 1910 y el del 2010 tratando de no caer en anacronismos y juzgar el ayer con los criterios de hoy. Aún estamos poseídos por muchos mitos históricos; ahora el revisionismo histórico transforma los héroes de bronce de la historia que nos contaron en gente del siglo XX. Ése es el anacronismo de que hablamos.
También es costumbre preguntarse cómo fue que, si en 1910 éramos una de las primeras economías del mundo, ahora estemos donde estamos. Nos solemos comparar con Australia y Canadá, y hay quien lamenta el triunfo criollo en las Invasiones Inglesas. Pero tal vez en ese caso nos hubiésemos parecido más a Nigeria que a los países anglosajones con que nos solemos comparar, y cuya historia es enteramente diferente de la nuestra. Gran parte del mundo subdesarrollado fue explotado por los ingleses aún más de lo que fuimos nosotros... y aún hoy somos explotados.
La historia contrafactual es una actividad divertida. ¿Qué hubiera sido el país si en 1810 Moreno hubiese llevado a la práctica el jacobinismo de su Plan de Operaciones? Probablemente hubiera conducido a otras guerras civiles, diferentes a las que ocurrieron, pero también en Francia a Robespierre sucedió el Directorio, Bonaparte y Luis XVIII. ¿O si Lavalle -"el sable sin cabeza"- no hubiese asesinado a Manuel Dorrego? Ésas son preguntas que quedarán sin respuestas para siempre.
Los revolucionarios de Mayo -la burguesía comercial portuaria, enemiga del monopolio español y acostumbrada a vivir del contrabando y aliada del librecambio inglés- no conocían el país. Recién la necesidad de las guerras los condujo al "interior" gaucho, pseudofeudal y mucho menos liberal y antiespañol de lo que era la burguesía comerciante porteña que hizo 1810. Por algo casi no admitieron a los delegados del "interior" en la Junta Grande. Sin embargo, el monopolio español estaba perimido y la independencia de América era inevitable y saludable.
Las guerras de independencia destruyeron el corazón económico -a diferencia del comercial- del país. Esto rara vez se pone en evidencia: el centro del país real era el NOA, vinculado al Alto Perú, así como el del país ficticio era Buenos Aires. Ese NOA nunca más logró levantar cabeza.
El mito máximo de nuestra Historia Oficial es el de José de San Martín como Libertador de la Argentina. Ahora San Martín es uno de los pocos próceres admirados igualmente por todos los sectores políticos, pero Buenos Aires quiso que San Martín -después de dirigir el primer golpe de Estado, el de 1812- les sacara de enci-ma a Artigas, quien tal vez fuera el más genuino líder popular que tuvo América Latina. Al negarse, San Martín fue relegado a Mendoza y nunca más pudo regresar a Buenos Aires sin peligro de su vida. Dio la vuelta por Chile y Perú: una acción más importante para estos países que para la Argentina. Si San Martín hubiese podido ponerse de acuerdo con Bolívar, ¿hubiésemos tenido una Unasur desde 1822?
Los 40 años centrales del siglo XIX estuvieron signados por las guerras civiles. Pero la lucha entre unitarios y federales fue una lucha a tres bandas y no a dos como nos cuenta la Historia Oficial: los intereses del Litoral no coincidían ni con los burgueses unitarios de Buenos Aires ni con los caudillos federales: para ellos, la apertura de la navegación de los ríos -violación máxima de nuestra soberanía para Rosas- era necesaria para quebrar el monopolio porteño: una explicación de la "traición" de Urquiza y una relativización de la gesta de la Vuelta de Obligado.
Antes de esa gesta, Rosas, derrotado en 1832 al negársele los plenos poderes, se fue al Sur a matar más indios que el general Roca, mientras su mujer, Encarnación Ezcurra, organizaba la "Revolución de los Restauradores".
La historia que nos contaron también esconde villanos desconocidos: uno de ellos fue el Cavallo de los años 1820-1830, don Manuel José García, que fue ministro de hacienda desde Martín Rodríguez hasta Rosas inclusive, y que entregó a los brasileños (o a los ingleses, que en esa época eran lo mismo) la Banda Oriental que habíamos ganado en la guerra de 1827 contra Brasil. El relato mítico desfigura a ese país, el verdadero vencedor de Rosas y del Paraguay. Urquiza nunca hubiera derrocado al Restaurador sin su ayuda, así como Mitre tuvo que dejar en manos de ellos la infame guerra que destruyó al Paraguay porque todo el "interior" se levantaba a favor de los paraguayos.
Otro traidor anglófilo fue el enemigo, compañero y tal vez primo de San Martín, Carlos María de Alvear, que llegó a escribir al embajador inglés en Brasil con todas las letras que estas provincias querían formar parte del Imperio británico. Él decidía?
Tampoco se suele mencionar las empresas mineras para explotar el Aconquija que formaron con capitales ingleses -cada uno por su lado, con capitalistas distintos- el unitario Bernardino Rivadavia (subsuelo de la Nación) y el federal Facundo Quiroga (subsuelo de las provincias, en especial, La Rioja). ¿Tuvo esto algo que ver con las guerras civiles? ¿Quién lo puede afirmar o negar?
TOMAS BUCH (*)
(*) Físico y químico