| ||
La inflación está de regreso | ||
Parecería que, a diferencia de sus equivalentes alemanes que, aleccionados por el desastre hiperinflacionario de 1923, siguen siendo fanáticos de la estabilidad monetaria, los integrantes de nuestra clase política están convencidos de que intentar convivir con el mal es mucho mejor que procurar combatirlo. Si bien es de suponer que algunos dirigentes políticos entienden que décadas de inflación crónica con esporádicos picos hiperinflacionarios nos impidieron crecer como muchos países, entre ellos Italia y España, que habían sido más pobres que el nuestro, la mayoría prefiere oponerse a cualquier esfuerzo por frenarla con medidas "ortodoxas" -o sea, con aquellas que a juzgar por la experiencia internacional son las únicas que funcionan-, con el resultado de que en la actualidad la Argentina ostenta una de las tasas de inflación más altas del planeta. El gobierno estima que en este año la inflación alcanzará el 6,1%, una cifra módica según las pautas locales, pero entre los economistas privados hay un consenso de que podría superar el 20% anual. Comparten su opinión los sindicalistas, que ya están reclamando aumentos salariales del 25% o más. Puesto que se estima que en enero el costo de vida, impulsado por el precio de la carne, subió por lo menos el 2%, las previsiones oficiales ya parecen desactualizadas en el mundo real aunque, claro está, podrían ser compatibles con la economía fantasiosa creada por el Indec. Todos los especialistas del sector privado y de varias provincias, además del ministro de Economía, Amado Boudou, reconocen que la inflación constituye una amenaza muy grave y que es necesario enfrentarla, pero tanto el gobierno de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner como las distintas agrupaciones opositoras tienen otras prioridades, razón por la que lo más probable es que la dejen cobrar fuerza hasta que les resulte imposible tratarla como un inconveniente menor. Su actitud se asemeja a la de todos aquellos gobiernos que en los años setenta y ochenta del siglo pasado se negaron a tomar la inflación realmente en serio porque, a su juicio, los costos políticos de luchar contra ella serían mayores que los supuestos por resignarse a permitirle continuar ocasionando estragos. Puede que desde su propio punto de vista hayan acertado, ya que el grueso de la población terminó aceptando como si fuera un fenómeno natural una tasa de inflación que en otras latitudes hubiera provocado pánico, pero para todos -salvo una minoría muy reducida- las consecuencias de la pasividad así supuesta fueron catastróficas. De no haber sido por décadas de inflación crónica, y por la debilidad política de la que siempre es síntoma, la Argentina pudo haberse mantenido entre los países más prósperos de la Tierra. Todo hace pensar que la inflación seguirá aumentando en los meses próximos hasta que el país se vea agitado por una crisis comparable con las que pusieron fin a otros proyectos populistas equiparables con el protagonizado por los Kirchner. Los presagios son alarmantes. De resultas del conflicto en torno a las reservas, el gobierno de Cristina se las ha arreglado para poner el Banco Central al servicio del proyecto reelectoral de su marido que, como es notorio, quiere instrumentar un boom de consumo por creer que lo ayudaría a mejorar su imagen personal. Por los mismos motivos, el gobierno estará aún menos dispuesto que antes a enfrentarse con los sindicatos que están pidiendo aumentos que serían exagerados en el país del Indec pero que en el que efectivamente existe pueden considerarse razonables. También es de prever que el gobierno utilice una parte de las reservas para apaciguar a los gobiernos provinciales que necesitan contar con dinero fresco. Dicho de otro modo, aunque por razones económicas patentes el gobierno debería haber decidido hace rato a ponerse a bajar el gasto público, es de prever que por razones políticas continúe aumentándolo a pesar de no estar en condiciones de financiarlo intensificando la presión impositiva, que ya ha alcanzado un nivel sin precedentes, o tomando créditos a tasas de interés soportables en el mercado de capitales internacional porque en el exterior escasean quienes confíen en la voluntad o la capacidad del país de honrar sus compromisos. | ||
Use la opción de su browser para imprimir o haga clic aquí | ||