En la versión de "Mucho ruido y pocas nueces" dirigida por Oscar Barney Finn, que se estrenó en el Sala Martín Coronado del Teatro General San Martín, Corrientes 1530, de Buenos Aires el viernes pasado, la acción no ocurre en la corte del gobernador de Messina sino en nuestro campo. Virginia Innocenti y "Río Negro" se encontraron en el bar de planta baja del TGSM. Afuera hervía Buenos Aires. "William Shakespeare es un clásico y tal es un autor que soporta el paso del tiempo, se mantiene vigente y soporta las traducciones y las transpolaciones, porque esta adaptación que hizo Oscar Barney Finn hace que lo que cuenta la obra suceda en una estancia argentina a fines del siglo XIX. Es una comedia muy aguda. Obviamente está quien se puede quedar con la primera lectura, pero Shakespeare no pone ninguna palabra de más y la adaptación, tampoco. Hay cantidad de subtextos en los momentos que viven los personajes y en el discurso mismo, en el doble sentido de muchos parlamentos. Las situaciones, incluso afectivas, se deciden entre tres grupos grandes de poder, el terrateniente, los militares y la Iglesia", relata la actriz.
Ella considera que "el destino de estas mujeres, donde está la Beatriz que yo hago, está determinado un poco por lo que los hombres deciden decir de ellas. Y también pone en evidencia cómo deben ser las cosas, las cuestiones del honor. Y de ello, Beatriz tiene una mirada bastante crítica o aguda, pero el corazón la traiciona y lo que podría haber sido un drama o una tragedia, se soluciona livianamente y todo tiene un final feliz. En realidad cuenta que hay gente que se deja llevar por las habladurías y está muy pendiente de lo que cada uno opina del otro".
"Shakespeare es un gran autor y si se ahonda en lo que propone, aun actualmente, en toda familia, aunque ya deberíamos estar bastante más avanzados en nuestra manera de vincularnos y en nuestro pensamiento, siguen ocurriendo situaciones como las que se dan en ´Rey Lear´ o en ´Mucho ruido y pocas nueces´. Hay un momento dramático relacionado con la duda de la honestidad y la castidad de Hero, personaje que hace Malena Figó. En esa época no existía el análisis de ADN y los hombres sufrían mucho por la duda sobre si sus hijos eran o no de ellos? Entonces, hay todo un tratamiento de los vínculos, de la sexualidad, cosas esenciales en los seres humanos."
-Usted elige trabajos que le permitan contar historias que le interesan también como persona.
-Sí y Beatriz es una mujer que trata de mantenerse firme con sus convicciones. En ese sentido, Shakespeare siempre pone personajes femeninos -creo que es un gran feminista- que intentan, más allá del precio que deban pagar o de la suerte que corran por ello, rebelarse a las conductas impuestas por la sociedad o por la época que les toca vivir.
-Como Cordelia, la hija menor del Rey Lear, por ejemplo.
-Claro, exactamente. Entonces, Beatriz, en el original es capaz de plantear duelos verbales y demuestra que la mujer es tan inteligente como cualquiera de los hombres. Incluso tiene un dominio del lenguaje y de su inteligencia, cosas que supuestamente estaban sólo?
-En manos de los hombres del poder.
-Tal cual. Mi personaje dice que no cederá a casarse, que prefiere quedarse sola si no encuentra un hombre que esté a su altura moral. Por suerte, después, en la trama se despiertan algunos hombres y toman otra actitud, y eso hace que Beatriz pueda caer vencida, digamos, en los brazos del amor.
Cómo se manejan los hombres, en esa sociedad, en ese momento que a ella le toca vivir, no le gusta nada y trata de sobrevivir con alegría y buen humor.
-¿Estas últimas frases se aplicarían a vos?
-Sí? Creo que soy bastante parecida a Beatriz. Por algo, a veces, nos dan los roles. Fundamentalmente con mi labor, podría estar con más presencia en la televisión, en el cine, en el teatro o en los medios, pero siempre prefiero esperar a que se dé un trabajo en el que pueda sentir, primero, que crezco, que me implica un desafío, que está a la misma altura o por encima de lo que ya he hecho. Y que me permita aportar a la gente un buen texto o belleza estética o conmoción.
En la obra de William Shakespeare "El Rey Lear" reestrenada el 9 de enero en Nuevo Teatro Apolo, Corrientes 1372, Buenos Aires, cuyo elenco encabeza Alfredo Alcón, Juan Gil Navarro tiene un papel justo a su medida. Junto a Joaquín Furriel y Roberto Carnaghi conforman un trío de excelentes actores, muy bien aprovechado por el director Rubén Szuchmacher. Juan es Edmund, hijo natural del Conde de Gloucester (Carnaghi), quien para heredar las posesiones de su padre, tiende una trampa y manda a matar a Edgar (Furriel), su hermano. Un ser detestable que no escatima artimañas para lograr su objetivo. Miente, traiciona, seduce, confabula, usa cuanta relación tiene a mano en beneficio propio. Cualquier semejanza con ciertos personajes de la política contemporánea es pura coincidencia. Todo ello mientras el viejo Rey Lear se debate entre la desazón y la locura, tras ceder el poder a dos de sus tres hijas.
Juan comenzó sus estudios teatrales a los dieciséis años y a los veintidós se inició profesionalmente. Dueño de una gestualidad y de un manejo corporal que establecen una relación poco frecuente, entre el personaje y el actor, su trabajo se constituye en una muy rica experiencia para el espectador.
"Cuando me encuentro con estas devoluciones, tengo la sensación de reconfortarme habiendo elegido bien. Frente a otras opciones que eran pavotas y simplemente daban dinero, ser considerado para estar a la altura de esta obra y de una ceremonia que tiene como gran metrónomo musical a Alcón, es algo fantástico. No creo que uno pueda divertirse, algo que he tardado buen tiempo en lograr, trabajando sobre el escenario, si no hay entrega. La condición es esa. Y el mayor exponente de ello es claramente Alfredo. Porque más allá de verlo entregarse a un rol, veo a un tipo, a un hombre, darse a su propio mundo sensible. Es él entregándose a sí mismo, a sus cosas más fantásticas y a sus miserias. Y lo que produce esa gran empatía con el público que lo ha seguido durante tanto tiempo, es ver a alguien que no tiene pudor y se da a lo maravilloso que tiene y a lo más mundano, a lo más criticable, a lo más falible. Alfredo se entrega. Está más allá del juicio de valor".
-Empecé hablando de vos y?
-Pasa que todos los caminos conducen a Alcón? Afortunadamente me ha tocado, me siento muy orgulloso de eso, caminar una gran cantidad de escalones sobre todo en el teatro. Lo televisivo fue una consecuencia azarosa, la tele siempre lo es. En teatro hay una arquitectura y un cálculo tal que si uno falla, no llega a poner el techo. Las pequeñas cosas que he hecho me permitieron saber que lo mejor que podía hacer era aprender la mayor cantidad de técnica posible y luego, al subir al escenario, olvidarme por completo de ella. Es, te diría, por lo que la gente paga una entrada. Si ahora tocara acá Daniel Baremboim el piano no pagaría por ver su virtuosismo técnico, sí para disfrutar cómo se entrega y le caen las gotas de sudor mientras se olvida de la partitura y tiene un romance con su instrumento. Quiero pensar, porque he visto gente de chico que hacía eso, que es una linda posta para tomar. Recuerdo con 16 años verlo a Danilo Devizia -una rata de teatro maravillosa- darse de una forma increíble; luego a Norma Aleandro, a Jorge Marrale. Todos le ponen una pizca de misterio que, creo, ni siquiera ellos pueden controlar.
-Estuviste grabando para televisión.
-El año pasado me ofrecieron un par de cosas que, luego de "Vidas robadas", me parecieron que no estaban a la altura de lo que tenía ganas de contar. Preferí dejarlas pasar. Hice un capítulo de una serie que sale a partir de abril en Canal 7 La Televisión Pública, se va a llamar "Cosas que importan", y la primera semana de enero grabé uno de "Impostores", que sale a fin de mes por FX. La tele es rara, es como un espejismo. Un desierto. Y de repente se puede creer que hay algo, a doscientos metros, que se parece a un oasis con palmeras, camellos y agua, pero eso no es real. Si uno se mantiene a distancia, puede jugar con esa ilusión. Pero hay que saber que es un truco, para quien mira y para el que ejecuta. Si creés que es cierto en la vida y en la ficción, y que hay algún tipo de consagración a través de la tele, o que los mejores trabajos se pueden mostrar sólo ahí, vas mal.
EDUARDO ROUILLET