El discurso del estado de la Unión tiene un único objetivo, de corte casi ceremonial pero con profundas consecuencias para la vida política americana: que una vez al año el presidente pueda decir a sus compatriotas que, a pesar de las circunstancias, en guerra o en paz, durante una depresión o en mitad de una fase de bonanza, la salud de la Unión es buena. "The state of the union is strong" es la frase estereotipada que el primer magistrado de Estados Unidos debe pronunciar en un momento u otro de su discurso a las dos cámaras reunidas.
Este "estado de la Unión", sin embargo, era distinto. Para los norteamericanos y para quienes siguen atentamente la política washingtoniana, como es el caso de los 2.500 participantes de la Cumbre de Davos. Con la derrota electoral en Massachussets, después del atentado frustrado de Detroit y la sentencia del Supremo autorizando las inversiones de las compañías privadas sin límite en las campañas políticas, lo que a todos interesa primordialmente es el estado de Obama. Y más todavía tras su primera reacción contra Wall Street, observada como una insólita incursión en la senda populista por parte del hasta ahora frío presidente afroamericano.
Interesa, sobre todo, porque las encuestas no acompañan a Obama y crecen las dudas sobre las elecciones de mitad de mandato del próximo noviembre y las posibilidades de que el presidente pueda repetir victoria y mandato en el 2012. Aunque las mayores dudas han empezado a corroer al obamismo de dentro y de fuera, el discurso no permite muchos márgenes para la incertidumbre: el estado del presidente es fuerte. Obama no se rinde.
El suyo fue un discurso combativo y resistente, aunque ciertamente a la defensiva, después del varapalo para su reforma del sistema de salud propinado por los electores de Massachussets. Pero sin renunciar a nada. Ni a la reforma sanitaria ni a su entero programa legislativo. Pero con un énfasis distinto en cuanto a las prioridades: la economía y la creación de puestos de trabajo se convierten ahora en el centro sobre el que todo debe girar.
Uno de los resúmenes de prensa de la Casa Blanca, difundidos antes de que se pronunciara, lleva por título: "Rescatar, reconstruir, restaurar: una nueva base para la prosperidad". El eco de la fórmula en ´re´ consagrada este año en el Foro Económico Mundial es innegable: en Davos se declina como repensar, rediseñar, reconstruir. Entre esta pequeña localidad de los Alpes suizos y la capital americana circulan estos días las propuestas y fórmulas para regresar a los buenos tiempos: la llamada regla de Volcker ha sido el tema de discusión central de la primera jornada del Foro de Davos. Separar de nuevo la banca de negocios de la banca comercial y limitar el tamaño de las entidades son los propósitos del octogenario asesor de Obama, Paul Volcker, que ha dado nombre a esta nueva regla presidencial, bien aceptada, con contadas excepciones, por los gurús económicos de Davos y quizás no tanto por los banqueros.
Habrá que ver ahora cómo se encaja aquí, en este Davos constituido en plataforma de los países emergentes, la voluntad expresada por Obama de seguir liderando el mundo: "No aceptamos situarnos en el segundo lugar", ha dicho en referencia a la innovación, la educación y la economía verde. Y en términos más generales no ha dejado margen para la duda de que Estados Unidos quiera seguir siendo la nación que dirige la economía global. Y no sólo la economía: este Obama algo más modesto después del castigo sufrido se ha propuesto avanzar este mismo año en otro capítulo de gran dificultad como es el desarme nuclear. Que haya expresado esta voluntad en el discurso del estado de la Unión lo compromete especialmente en el año en que es obligada la renegociación del Tratado de No Proliferación que ahora caduca.
En resumen, el cambio de Obama, el cambio en el que podemos creer, no es fácil, nada fácil, incluso aparece con el aura de las quimeras por las que hay que luchar aunque nunca se alcancen. Ésta es la novedad expresada en el discurso, en la que se sintetiza el error cometido por todos, el propio presidente, su equipo e incluso quienes lo han votado y jaleado: las expectativas excesivas han erosionado inevitablemente la posibilidad de obtener resultados razonables y eficaces. Su fracaso actual, el del primer aniversario, es el durísimo precio pagado por las nubes de esperanzas levantadas no tan sólo por su primer año presidencial sino mucho antes, en la campaña de las primarias y en las presidenciales, que vistas desde ahora son todavía las más emocionantes de la reciente historia americana.
LLUIS BASSET