| Mal que nos pese, a través de los años la Argentina ha conseguido adquirir la reputación de ser el deudor más refractario del planeta. Aunque la trayectoria de otros en este ámbito desagradable puede considerarse peor, se trata de países paupérrimos que por motivos caritativos suelen verse beneficiados periódicamente por amnistías financieras. Nuestro caso es diferente. Virtualmente todos concuerdan en que la Argentina posee los recursos materiales y humanos necesarios para ser una nación relativamente rica, de suerte que fronteras afuera pocos se sienten moralmente obligados a perdonarle las deudas que los gobiernos sucesivos se las han ingeniado para acumular, de ahí la reacción negativa frente al default unilateral que declaró el gobierno fugaz del presidente interino Adolfo Rodríguez Saá y el escepticismo con el que fue recibido el canje draconiano dispuesto por el entonces presidente Néstor Kirchner. Aunque los mandatarios responsables de dichas medidas procuraron asegurarnos que habían cortado el nudo gordiano supuesto por la deuda, pretensión que muchos tomaron en serio, resulta que la deuda sigue siendo un problema mayúsculo, razón por la que la presidenta Cristina Fernández de Kirchner insiste en que es imprescindible salir del default del que, según su marido y el ex ministro de Economía Roberto Lavagna, ya salió algunos años atrás. Para complicar todavía más el asunto, sectores no oficialistas izquierdistas y populistas han reavivado el debate en torno a la legitimidad de la deuda, dando a entender que, si logran probar que es -parcial o totalmente- de origen espurio, los acreedores se darán cuenta de que sus reclamos no tienen asidero y por lo tanto dejarán de molestarnos. Es una manifestación más del pensamiento mágico al que con cierta frecuencia se entregan muchos integrantes de la clase política nacional que quieren creer que la mejor forma de solucionar problemas muy difíciles consiste en negar su existencia o, cuando menos, en transformarlos en algo distinto mediante artilugios verbales. Incluso, si a esta altura resultara posible investigar con objetividad y rigor la evolución de la deuda pública y de resultas de la pesquisa se descubrieran que individuos determinados sí cometieron actos fraudulentos, lo único que se lograría sería poner a algunos, tal vez muchos, políticos, funcionarios y empresarios locales o extranjeros en el banquillo de los acusados, lo que, además de desatar un revuelo tremendo que no nos beneficiaría, a lo sumo permitiría la recuperación de una parte reducida del dinero involucrado. En cuanto a la idea de que sea injusto que un gobierno civil herede las deudas contraídas por antecesores militares, contradice el principio de la continuidad jurídica que, por motivos prácticos, rige en un mundo en que, por desgracia, abundan los gobiernos dictatoriales. En la fase inicial de la gestión kirchnerista, el gobierno hizo de "desendeudarse" una de sus prioridades, pero en la etapa actual le preocupan mucho más las barreras que le impiden conseguir créditos a tasas soportables en el mercado de capitales internacionales, o sea endeudarse todavía más. Dadas las circunstancias, el cambio así supuesto puede entenderse, pero tanto el conflicto esperpéntico entre los Kirchner y el presidente del Banco Central, Martín Redrado, como el resurgimiento del movimiento en contra del pago de una deuda calificada de fraudulenta han servido para postergar la eventual reinserción del país en el sistema financiero mundial. Desde el punto de vista de los interesados en ver reducida la magnitud de la deuda pública, el que los acreedores en potencia tengan buenos motivos para seguir boicoteándonos acarrea ciertas ventajas; pero es de prever que, como siempre ha sucedido, los encargados de pagar los costos enormes atribuibles a la impericia realmente extraordinaria del gobierno kirchnerista -y la propensión de sectores opositores influyentes a actuar como si les fuera dado reemplazar el mundo que efectivamente existe por otro fantasioso en que descalificar una deuda por inmoral sea más que suficiente para anularla- serán las decenas de millones de personas que ya viven en la pobreza a causa de la irresponsabilidad de quienes, con convicción conmovedora, se afirman resueltos a ayudarlas. | |