Viernes 29 de Enero de 2010 Edicion impresa pag. 33 > Sociedad
Murió J. D. Salinger: Adiós al escritor oculto

Se terminó la ilusión de los devotos de Jerome D. Salinger. Ese hombre que vivía recluido, al que apenas veíamos alguna vez, en una de esas fotos desenfocadas que le robaban a la salida de un supermercado, con gesto malhumorado por interrumpir su retiro absoluto y voluntario, se esfumó ayer de verdad. Salinger, el creador de "El guardián en el centeno", o "El cazador oculto", según la traducción, la última leyenda de la literatura norteamericana, murió ayer, a los 91 años, en el lugar que había elegido para esconderse de este mundo que no le gustaba: su casa de New Hampshire.

Hace ya más de cuatro décadas que Salinger había elegido el silencio. En 1963, tras escribir y publicar el críptico "Levantad, carpinteros, la viga del tejado y Seymour: una introducción" (dos libros en uno, en verdad), Salinger hizo su último acto de magia: desapareció tras las paredes de su casa-búnker. Una muerte antes que la muerte, que hizo que crecieran decenas de historias a su alrededor, que se publicaran biografías poco convincentes (la de Ian Hamilton, que quedó castrada por el propio Salinger en los tribunales, la de su ex amante, Joyce Maynard, rencorosa; la de su hija Margaret, llena de recuerdos dolorosos de una educación traumatizante), y que se alimentaran, por supuesto, teorías sobre los supuestos libros que estaba escribiendo.

Salinger creó "El guardián en el centeno" cuando sólo tenía 32 años, en 1951. Y esa breve historia de un conflictuado adolescente que deja su casa y se aventura por una Nueva York realmente nueva para los ojos de los lectores, le valió la fama inmediata. Holden Caufield -el protagonista- se convirtió rápidamente en el Huckleberry Finn de la época. Más cínico, más tierno, más a la medida de Salinger. Un libro que vendió 60 millones de ejemplares; que aún hoy sigue vendiendo más de 250.000 ejemplares al año, y el que seguramente seguía alimentando la ilusión de existieran más historias.

En las pocas páginas de esa novela iniciática, Salinger sazonaba con partes iguales de tragedia y comedia, la irreparable pérdida de la inocencia, la imposibilidad de crecer sin dolor; mostraba el credo de Holden, esa convicción de que madurar era caer en la corrupción e insensibilidad de los adultos. Con ese lenguaje que, ni bien llegó a la imprenta se volvió controvertido por su modo desenfadado de ver el mundo, de hablar de las drogas, el alcohol y de reírse del "american way of life", Salinger creó la primera crónica del adolescente de posguerra. Y creó también el monstruo que lo devoró. "El cazador oculto" era el libro que llevaba en sus manos, como si fuera la Biblia, el afiebrado asesino de John Lennon, Mark Chapman, y el que recomendaba leer para encontrar la explicación de lo que había hecho.

Salinger ya se había ganado el respeto de sus pares en 1948, cuando apareció en "The New Yorker" su primer relato, y el que dejaría en claro que él era una clase distinta de escritor: "Un día perfecto para el pez banana". Fue el primer relato que escribió tras volver de la primera fila de la segunda guerra Mundial el hombre que participó del histórico desembarco aliado en Normandía.

Ernest Hemingway, a quien él consideraba un escritor de segunda categoría, decía que Salinger tenia un "talento endiablado". Y sus influencias se han dejado sentir en plumas como la de John Updike y Philip Roth; sus atmósferas creadas alrededor de familias disfuncionales están también en la más cercana "Las vírgenes suicidas", de Jeffrey Eugenides. Y casi nadie podría negar que los personajes de Wes Anderson de "Los excéntricos Tenembaum", también tienen su sello.

En 1953 apareció "Nueve cuentos", que incluye dos de sus más famosos relatos, "Un día perfecto para el pez banana", y "Para Esmé, con amor y sordidez", y en 1961 "Franny y Zooey". Dos años después publicó "Levantad, carpinteros, la viga del tejado y Seymour: una introducción". Luego, ya desde el exilio de su casa, el 19 de junio de 1965, "The New Yorker" publicó su nouvelle "Hapworth 16, 1924", un ciclo sobre la familia Glass (la misma de Seymour), que fue mal recibido por la crítica. Y luego, entonces sí, uno de los autores más respetados de la posguerra se llamó al silencio absoluto.

"Hay una paz maravillosa en no publicar. Es pacífico. Tranquilo. Publicar es una terrible invasión de mi vida privada. Me gusta escribir. Amo escribir. Pero escribo sólo para mí mismo y para mi propio placer", dijo Salinger la única vez que rompió el silencio Fue en 1974, cuando le dio una entrevista telefónica al "New York Times" sólo para decir que quería recluirse y que lo dejaran en paz. Él, como su Holden Caufield, elegía la soledad: "Me gustaría encontrar una cabaña en algún sitio y con el dinero que gane instalarme allí el resto de mi vida, lejos de cualquier conversación estúpida con la gente", decía su personaje en "El cazador...".

Es probable que ahora aparezcan esos montones de papeles que todos deseamos que haya escrito en su refugio. Pero jamás será "el" libro que él quería publicar, si es que lo quería.

Es el fin de la ilusión.

VERÓNICA BONACCI

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