A quienes creen que la mejor forma de solucionar los problemas económicos de un país subdesarrollado, trátese de Haití o cualquier otro, consistiría en beneficiarlo con un "plan Marshall" equiparable con los que tanto ayudaron a Europa occidental a recuperarse luego de la Segunda Guerra Mundial, les convendría echar un vistazo a la historia reciente de Venezuela. Si sólo fuera una cuestión de dinero, Venezuela sería un auténtico paraíso, ya que merced al petróleo, en las décadas últimas ha recibido el equivalente de docenas de "planes Marshall" pero así y todo sigue tambaleando de crisis en crisis y una proporción muy elevada de sus habitantes vive en la miseria más absoluta. Aunque desde hace mucho tiempo el precio del petróleo se ha mantenido relativamente elevado -en la actualidad el barril cuesta aproximadamente 72 dólares-, según el gobierno de Hugo Chávez tendría que alcanzar 85 para garantizar los 75.000 millones de dólares que su país necesitaría para salir de la recesión en que ha caído. Dicho de otro modo, sin el subsidio colosal supuesto por la exportación de un producto natural de explotación fácil, Venezuela no tardaría en hundirse.
Chávez no es el único responsable de esta situación aberrante, ya que antes de su llegada al poder su país se había acostumbrado a depender casi por completo de los ingresos supuestos por el petróleo, pero no ha hecho nada para modificarla. Por el contrario, la ha agravado atentando contra sectores agroganaderos que por lo menos aseguraban el autoabastecimiento, con el resultado de que Venezuela tiene que importar no sólo bienes industriales sino también alimentos básicos. Que sea así es más que suficiente como para descalificar lo que Chávez llama "el socialismo del siglo XXI", ya que es claramente absurdo un esquema "anticapitalista" que sea incapaz de funcionar sin aportes colosales procedentes de los países capitalistas, entre ellos China. Si no fuera por ellos, el precio del petróleo no llegaría a los 10 dólares por barril, lo que para países como Venezuela, Arabia Saudita e Irán sería un desastre sin atenuantes puesto que en tal caso las economías que han construido en base del crudo dejarían de ser viables. He aquí el motivo por el que, lejos de festejar la crisis financiera que estalló hace un año y medio y que hizo pensar a algunos que el orden capitalista estaba por derrumbarse, "revolucionarios" como Chávez rezaron para que la recuperación fuera rápida y se quejan amargamente cuando los gobiernos de los países desarrollados se afirman resueltos a luchar contra la contaminación ambiental consumiendo menos petróleo, gas y carbón.
Parecerían que los admiradores del "modelo" chavista no se sienten preocupados por el hecho de que el desempeño económico de Venezuela sea el peor de toda América Latina, acaso porque les importan mucho más los hipotéticos logros propagandísticos que los meramente concretos. Sin embargo, conforme a los datos oficiales, el año pasado el Producto Bruto Interno se achicó el 2,9% y la tasa de inflación oficial superó el 25%, aunque, como ocurre en nuestro país, los analistas privados creen que la cifra real fue decididamente mayor. De todos modos, en un esfuerzo desesperado por impedir el colapso, el gobierno chavista acaba de devaluar drásticamente el bolívar, encargar al ejército controlar los precios en los supermercados y aliviar medidas destinadas a obligar a los venezolanos a usar menos agua y electricidad. También, claro está, ha intentado amordazar a sus críticos cerrando en efecto el canal televisivo más popular del país, Radio Caracas Televisión Internacional, y movilizando a sus simpatizantes para que ataquen a opositores. Y como si todo esto no bastara, Caracas se ha convertido en una de las ciudades más peligrosas del mundo entero, con un nivel de delincuencia casi tan alto como el de Ciudad Juárez en México, que es un campo de batalla entre bandas de narcotraficantes extraordinariamente brutales. Con todo, si bien a juicio de algunos observadores el régimen de Chávez está en vías de desintegrarse, ya que en los días últimos lo abandonaron tres ministros, por ser cuestión de uno caudillista convencido de su propia legitimidad sería un error subestimar su capacidad para sobrevivir a dificultades que en una democracia auténtica presagiarían su caída.