Jueves 28 de Enero de 2010 Edicion impresa pag. 38 > Cultura y Espectaculos
Chejov, el gran observador
Mañana se cumplirán 150 años del nacimiento del genio de la literatura rusa, autor de clásicos como "El jardín de los cerezos", "La gaviota" y "Tío Vania", entre 600 obras.

El escritor ruso Antón Chejov ya era considerado una estrella en vida, al menos en su patria. Dramas como "Tío Vania", "Las tres hermanas", "La gaviota" o "El jardín de los cerezos" se han convertido en clásicos del teatro mundial. Las obras de este genio nacido hace 150 años, el 29 de enero de 1860, siguen dando qué pensar a quien las lee, igual que las de Henrik Ibsen o William Shakespeare. Y es que pocos dramaturgos supieron indagar en el dolor humano como Chejov.

A menudo, los críticos acusaban a Chejov, que falleció a los 44 años, de que sus textos reflejaban poca crítica social. Pero su famoso colega León Tolstoi alabó la precisa disección de la sociedad que realizó el artista. Y también Thomas Mann halagó su concisión narrativa y su inmensa fuerza. Pero fue su sensible conocimiento del género humano lo que le proporcionó más admiradores. Y es que una y otra vez, sobre las narraciones del escritor ruso planea la pregunta de por qué los hombres, pese a sus avances, no maduran ni son más felices.

Se considera que una de las habilidades de Chejov es incitar a la reflexión sin dar sermones morales. No se trata de proporcionar respuestas, sino de plantear preguntas. Y mientras indagaba en las vacías almas de los hombres, no dejaba de lado su vida social. Dicen que Chejov era una persona alegre, buen conversador y capaz de tomarse los asuntos más serios de la vida con humor. "La medicina es mi mujer legal y la literatura, mi amante", dijo una vez. No se casó hasta pocos años antes de morir, con la actriz Olga Knipper.

La tensión que respiran sus obras, escritas muchas veces en la península de Crimea, con vistas al Mar Negro, no responde en la mayoría de los casos a acontecimientos dramáticos, sino a los actores, cuyos sentimientos salen a la luz a través de diálogos indirectos. Pero además del templado clima mediterráneo, Chejov no era ajeno a la cara más oscura del régimen de los zares.

Chejov revolucionó la literatura y logró dar el salto a la modernidad. Hijo de una familia de comerciantes, comenzó escribiendo cuentos y relatos para diarios, a fin de pagarse sus estudios de medicina. Sus deslumbrantes disecciones socio-laborales, como en el caso de funcionarios y profesores, permiten obtener una profunda visión de los intelectuales de la época. Chejov mostró cómo esta clase social se hundía en su propia indiferencia.

Y es que el autor despojaba de todo a los héroes de sus historias: sus ilusiones, su belleza y su talento. Sólo les dejaba la esperanza. Enfermo de muerte, en su último viaje, él también esperaba mejorar en Badenweiler, en la soleada Selva Negra. El 15 de julio de 1904 bebió una copa de champán en la misma cama de su hotel y murió. Hoy, un museo le rinde homenaje. Y su tumba en Moscú, con una losa que recuerda a una iglesia, sigue atrayendo a turistas de todo el mundo al cementerio Novodevichi.

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