Como el conflicto con el campo que privó a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y su marido del grueso del capital político que se las habían arreglado para acumular entre mayo del 2003 y la segunda mitad del 2007, la batalla igualmente costosa en torno a las reservas del Banco Central que está librando el gobierno es una consecuencia directa de la voluntad oficial de conseguir más dinero para continuar financiando el inmenso aparato clientelista que ha sabido construir. Aún más que otros gobiernos, el de los Kirchner ha usado los recursos públicos para privilegiar sistemáticamente a sus amigos y castigar a sus adversarios e incluso a los vacilantes. Se trata de una forma de gobernar que por algunos años les resultó provechosa pero que no pueden aplicar indefinidamente porque tarde o temprano llegará el momento en que el gobierno nacional carezca del dinero preciso para mantener satisfechos a clientes que saben muy bien que en términos políticos no les conviene en absoluto quedar vinculados con una pareja que se ha vuelto sumamente impopular.
Cuando hace ya casi dos años los productores rurales, con la ayuda del vicepresidente Julio Cobos, lograron defenderse contra la rapacidad gubernamental, los Kirchner se apropiaron del dinero acumulado por los fondos jubilatorios privados e intensificaron la presión impositiva, lo que les permitió seguir gastando al ritmo al que se habían acostumbrado, pero parecería que ya se han agotado los aportes así supuestos y que por lo tanto están tratando desesperadamente de encontrar otros. Es natural, pues, que muchos estén preguntándose qué hará el matrimonio para mantener llena "la caja" de la que tanto depende. Aunque parecería que nadie, ni siquiera los Kirchner mismos, tiene ideas muy claras al respecto, la incertidumbre resultante ya está incidiendo en la conducta de los ahorristas. Según se informa, quienes están en condiciones de hacerlo están trasladando su dinero a países como Uruguay que suelen servir de refugios en tiempos de crisis. Todavía sería exagerado hablar de una huida de capitales, pero a menos que el gobierno modifique radicalmente la política económica podría desatarse una en los meses próximos.
La alternativa más benigna consistiría en la reivindicada por la presidenta Cristina y el ministro de Economía, Amado Boudou, toda vez que aluden a la necesidad de poner fin al aislamiento financiero. Si bien lo que se proponen es que el país se endeude más, el impacto no sería tan nocivo como el que tendría otro intento de sacar miles de millones de dólares de un sector presuntamente vulnerable. Sin embargo, gracias a la torpeza llamativa del gobierno, la posibilidad de que el país logre reconciliarse con los mercados de capitales internacionales se ha reducido mucho últimamente. Puede que a la larga la resistencia del presidente del Banco Central, de los dirigentes opositores y de la Justicia a permitir que los Kirchner se apoderen de las reservas sirva para mostrar que la institución es más independiente de lo que se creía, pero tendría que transcurrir cierto tiempo antes de que el resto del mundo se sintiera debidamente impresionado por lo ocurrido.
Otra alternativa sería que el gobierno, consciente de que no le será dado continuar aumentando el gasto público, optara por administrar el país con mayor frugalidad por entender que de estallar una gran crisis fiscal estaría entre los más perjudicados. Aunque es factible que Cristina haya pensado en dicha posibilidad, su poder real ha mermado tanto que le sería muy difícil hacer frente a las presiones de su marido y otros integrantes del gobierno que temen verse abandonados por aquellos piqueteros, sindicalistas, intendentes bonaerenses y gobernadores provinciales que se han habituado a vivir, la tristemente célebre caja mediante, a costillas de los contribuyentes. El ex presidente Kirchner tiene los ojos puestos en las elecciones del 2011. Por lo tanto, necesita contar con el dinero suficiente como para permitirle difundir la ilusión de que gracias a su presencia en las cercanías del poder el país esté disfrutando de una etapa de prosperidad insólita. ¿Qué hará para conseguirlo? La respuesta a este interrogante incidirá mucho en las fases próximas del rocambolesco drama político nacional.