A diferencia de su marido, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner parece sentirse a sus anchas en las reuniones internacionales pero, a juzgar por su conducta reciente, comparte con él la convicción de que la política exterior debería estar al servicio de sus propias prioridades, razón por la que no vaciló en cancelar una visita largamente planeada a China so pretexto de que el vicepresidente Julio Cobos podría sacar provecho de su ausencia. Si bien es poco probable que el gobierno chino guarde rencor por lo que según algunos fue un desaire gratuito a una potencia clave que pronto tendrá la segunda economía del planeta, no cabe duda de que el episodio ha tenido un efecto negativo sobre la relación de la Argentina con el resto del mundo, al hacer pensar que está experimentando una crisis política tan explosiva que la presidenta, rodeada por conspiradores y con el capital político casi agotado, teme verse destituida en cualquier momento. Las repercusiones internas de la decisión también están haciéndose sentir. Cristina y Néstor Kirchner saben mejor que nadie que les es fundamental brindar una impresión de fortaleza, pero para muchos la resistencia de la presidenta a alejarse por algunos días del escenario político local refleja un grado alarmante de debilidad. Asimismo, la negativa de Cristina a arriesgarse viajando a China brindó a los jefes opositores una oportunidad inmejorable para criticarla por protagonizar un "papelón internacional" imputable, según el peronista disidente bonaerense Felipe Solá, a su propensión a gobernar "de manera impulsiva" sin preocuparse por las consecuencias de la improvisación constante que la caracteriza.
Aunque resulta perfectamente normal en todas partes que los gobernantes subordinen la política exterior a sus propios intereses internos, no lo es que éstos les provoquen tanta angustia que terminen encerrándose en su propio país. Cuando Néstor Kirchner fue el presidente formal, el aislacionismo causado no sólo por el default sino también por su propia agresividad pudo atribuirse a su incapacidad para entender que al país le convendría mejorar su reputación internacional y que por lo tanto le correspondía hacer un esfuerzo por congraciarse con los gobernantes extranjeros, pero Cristina parece entender muy bien lo importante que sería para la Argentina reincorporarse plenamente al sistema internacional. En efecto, el conflicto entre el Poder Ejecutivo y el titular del Banco Central, Martín Redrado, seguido por la reanudación de la campaña kirchnerista contra Cobos, se originó en una medida que según los voceros oficiales tuvo como objetivo poner fin al aislamiento financiero. Por desgracia, el intento así supuesto ha resultado ser contraproducente. Aun cuando, para sorpresa de muchos, fuera exitoso el canje impulsado por el ministro de Economía, Amado Boudou, con el apoyo de Cristina, los perjuicios ocasionados por las reyertas políticas de las semanas últimas han sido tan graves que, a ojos de los inversores en potencia, trátese de argentinos o extranjeros, el país parece todavía menos confiable de lo que era antes.
Lo mismo que Estados Unidos y los miembros de la Unión Europea, China ya está acostumbrada a tratar con los gobiernos de países inestables, de suerte que sus líderes no se sentirán demasiado apenados por la decisión de último momento de Cristina. Lo que sí harán será tachar la Argentina de la lista de socios previsibles en la que figuran Chile y Brasil, lo que nos supondrá la pérdida de muchas oportunidades comerciales. Por motivos evidentes, todos los gobiernos y empresas importadoras privilegian a quienes suelen cumplir con los acuerdos alcanzados, aun cuando hacerlo les resulte muy difícil, pero, para disgusto de los rusos, chilenos, chinos y muchos otros, el gobierno kirchnerista se ha especializado en romper los contratos a fin de complacer a uno que otro sector local que podría resultarles políticamente importante. Los costos de tanta miopía ya han sido muy elevados, pero parecería que los Kirchner están resueltos a continuar aumentándolos, lo que es una mala noticia no sólo para los empresarios que creían que, en China, Cristina firmaría acuerdos que les supondrían beneficios, sino también para millones de personas cuyo destino personal dependerá casi por completo de la evolución de la economía nacional.