Un hombre siempre al límite de sus sentimientos y sueños. Así se muestra Michael Jackson en las conversaciones privadas que tuvo con el rabino Shmuley Boteach, su confesor y guía espiritual entre los años 2000 y 2001. Éste lo desvela en el libro Las confesiones de Michael Jackson. La transcripción de esas sesiones de ayuda emocional fueron editadas en Estados Unidos tres meses después de la muerte del artista por sobredosis de calmantes, en medio de una polémica interminable.
El cantante tenía ínfulas de semidiós con poderes sanadores.
Uno de los aspectos más novedosos del libro es el retrato que deja Jackson a través de su relación con cinco mujeres clave en su vida: Elizabeth Taylor, Shirley Temple, Madonna, Lisa Marie Presley y Brooke Shields. Una encrucijada de admiración-culpa-deseo-amistad-amor-expiación.
Con Brooke Shields vivió una experiencia especial. Empezaban los años ochenta, ella era la mujer más linda y deseada mientras él iba camino de coronar el Olimpo musical con Thriller. Una noche se desveló de felicidad. Acababa de bailar con la actriz de El lago azul, su amor platónico. Así que cuando él regresó a casa y entró en su habitación tapizada con fotos de la estrella del cine se desbordó de dicha e improvisó en solitario un recital de baile en su habitación-capilla. Hasta que la magia se desvaneció cuando "ella hizo un acercamiento muy íntimo" y él entró en pánico... Después llegaría el arrepentimiento: "Debería haber sido más valiente".
Acorralado por sus propias necesidades afectivas, el artista enfrenta en los noventa su relación más turbia y turbulenta con otra estrella de la música, Madonna. Una amenaza latente que lo descoloca y lo confronta con su moral, inseguridades y prejuicios; además de creer que ella le tenía envidia y celos. Relata con cierto resentimiento la manera en que al comienzo de su relación ella estableció las condiciones de antemano advirtiéndole, entre otras cosas, que se negaba a ir a Disneylandia.
Ella lo escandaliza. "Creo que su amor por mí era sincero, pero yo no estaba enamorado. Eso sí, hacía muchas locuras: yo sabía que no teníamos nada en común". Y a Madonna le encantaba provocarle con juegos lascivos: "¿Qué te parecería si te llamara por teléfono para contarte que tiene los dedos entre las piernas? Yo le contestaba ´¡ay, Madonna, por Dios!´, y ella me salía con ´cuando colguemos, quiero que te toques pensando en mí´."
Las revelaciones de las sesiones privadas que ha hecho el rabino Boteach en el libro también confirman muchos de los rumores que siempre acompañaron al artista. Las palabras y anécdotas de Jackson corroboran aspectos como su síndrome de Peter Pan, su amor obsesivo-protector por los niños, su desencuentro con el mundo, sus excentricidades como salvavidas, la sensación de orfandad ante el éxito y la fama, su ambivalencia ante el sexo, su autoproclamada inocencia ante las acusaciones de abuso sexual a menores y su ansia por encontrar siempre el brillo del talento. Junto a esto ya sabido, hay otros laberintos de su personalidad como por ejemplo sus ínfulas de semidiós con poderes sanadores. (El País Internacional)