Domingo 24 de Enero de 2010 22 > Carta de Lectores
Contra la patria financiera
Además de complacer a la gente indignada por el espectáculo brindado por banqueros ya ricos que, a pesar de ser subsidiados por los contribuyentes, siguen otorgándose premios multimillonarios, las reformas del sector financiero que acaba de anunciar el presidente norteamericano Barack Obama han merecido la aprobación de conservadores preocupados por el abandono del “riesgo moral”, o sea, de la convicción de que resulta necesario que quienes apuestan cantidades colosales de dinero entiendan que si pierden, ellos mismos estarán entre los más damnificados. Por lo demás, el que las medidas propuestas por Obama cuente con el aval de Paul Volcker, el muy respetado ex director de la Reserva Federal estadounidense durante las presidencias de Jimmy Carter y Ronald Reagan, puede considerarse una garantía de que no es cuestión de un manotazo improvisado por un político en apuros, sino de un proyecto reformista que fue cuidadosamente preparado. Con todo, el momento elegido por Obama para emprender una ofensiva contra Wall Street difícilmente pudo haber sido peor, ya que el día anterior los votantes del Estado tradicionalmente progresista de Massachusetts le dieron un cachetazo feroz al elegir al republicano Scott Brown para ocupar el escaño en el Senado que durante casi medio siglo fue de Edward Kennedy. Así las cosas, para muchos se trata de un intento desesperado de recuperar terreno con medidas demagógicas que acaso sirvan para entusiasmar a los convencidos de que los banqueros son culpables de haber provocado una recesión dolorosa, pero que podrían agravar todavía más la crisis en que se ha sumido la mayor economía del mundo. La reacción inicial de los mercados fue previsiblemente negativa, ya que tanto en Estados Unidos como en los demás países cayeron las acciones de los bancos grandes. Si sólo fuera cuestión de una baja pasajera, los perjuicios causados serán escasos, pero de prolongarse el malestar el impacto se hará sentir en todos los sectores económicos, lo que por cierto no ayudaría a reducir la tasa de desempleo que en Estados Unidos supera oficialmente el 10%, pero que conforme a los analistas es en realidad mucho más alta puesto que muchos desocupados han perdido toda esperanza de conseguir un trabajo estable, y también sería una mala noticia para los países emergentes.  Mal que bien, la salud de las economías modernas depende en buena medida del desempeño de las instituciones financieras. Tienen razón Obama y otros cuando insisten en que es esencial que los bancos presten más a los empresarios y a los consumidores, pero en vista del clima de incertidumbre imperante, y del impacto traumático que tuvo el derrumbe del 2008, su resistencia a hacerlo es comprensible. También lo sería que en una etapa de reformas drásticas optaran por seguir operando con cautela: huelga decir que lo que desde el punto de vista de cada banco sería sensato, tendría consecuencias muy negativas para la economía en el conjunto.En virtualmente todos los países se ha consolidado el consenso de que la debacle internacional se debió a la irresponsabilidad de financistas codiciosos. Que piensen así los políticos profesionales y los politizados congénitamente contrarios a la banca es sin duda lógico, pero sería un error pasar por alto el aporte de una serie de gobiernos norteamericanos que presionó, con leyes supuestamente antidiscriminatorias, a los banqueros a prestar dinero a personas insolventes para comprar viviendas costosas y de los europeos que festejaron la formación de burbujas inmobiliarias enormes. Entre los partidarios más decididos a inflar tales burbujas estaban Barack Obama, en su papel de organizador comunitario, y políticos europeos como el primer ministro británico Gordon Brown y el presidente del gobierno español José Luis Rodríguez Zapatero. No sorprende, pues, que tales dirigentes se hayan ensañado con las instituciones financieras, sobre todo con aquellas cuyos representantes han actuado con insensibilidad insolente, pero esto no quiere decir que sea una buena idea hacer de ellos los chivos expiatorios de una crisis penosa que en última instancia es fruto de la voluntad generalizada de norteamericanos y otros de anticipar el futuro viviendo por encima de los medios disponibles, de ahí el endeudamiento fabuloso no sólo de muchos gobiernos, sino también de decenas de millones de personas.
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