Sábado 23 de Enero de 2010 Edicion impresa pag. 20 > Opinion
La mediocracia

La dirigencia argentina sigue dando cátedra en la universidad del subdesarrollo, desde la tozudez, la furia y la impericia del gobierno hasta la negligencia, la desidia y la disgregación de la oposición.

La Argentina navega al garete. En medio de un mar más sereno luego de la tormenta mundial está dejando pasar una nueva oportunidad de recuperarse e insertarse en un ambiente de previsibilidad. Peor aún: la dirigencia está llevando al país a una nueva crisis.

Veamos. Cancelación de la visita de Estado a China. Fiel a su tradicional soberbia, la administración Kirchner dio una vez más muestras de su desprecio por la diplomacia y la importancia estratégica que significa. ¿Qué se perdió? "Apenas una gira", minimizan con desdén en la Casa Rosada.

Pero ¿qué significa China hoy? China se convirtió en el segundo socio comercial de la Argentina, detrás de Brasil y desplazando a Estados Unidos. A pesar de esto, las relaciones entre Buenos Aires y Beijing son aún muy débiles y la presencia mutua en ambos países es apenas una fotografía. China es hoy la segunda potencia económica mundial y su proyección, incalculable. La mayoría de los gobiernos del mundo pelea por estar dentro de la agenda de Beijing y muchos no lo consiguen a pesar de una ardua tarea diplomática de años. ¿Hay alguien en su sano juicio, en este gobierno, que tenga la menor idea de lo que cuesta llegar a conformar una reunión entre Cristina Fernández de Kirchner y Hu Jintao? La diplomacia oriental tiene otros parámetros y, si se quiere llegar a entablar una negociación seria, habrá que adaptarse a esas coordenadas. El valor de la prudencia que le brindan sus más de 50 siglos de vida caracteriza sus movimientos actuales. Si un oriental finalmente abre las puertas de su casa, es una muestra de honor, un valor supremo. El desprecio a ese convite hiere su honor y ése es un daño muy serio.

Esta visita revestía una oportunidad inmejorable para el país. La visita de Estado podría haber servido para consolidar acuerdos, negociaciones bilaterales y contratos multimillonarios y haber sido también una oportunidad para gestar otros nuevos.

China es un mercado de más de 1.300 millones de habitantes. De ellos, 800 millones viven bajo la línea de pobreza y el gobierno de Beijing debe mejorar sus dotes alimentarias; la Argentina tiene allí un nicho de mercado para lo que mejor sabe hacer.

En el año del bicentenario, esta visita podría haber servido para relanzar a la Argentina a una nueva era. La Exposición Universal de Shanghai era una plataforma ideal para instalar al país como uno de los principales productores de alimentos del mundo, al tiempo de potenciarlo como un previsible receptor de inversiones y poder poner en valor su capital turístico natural. Todo servido en bandeja y con alfombra roja...

Pero no. Una vez más, la ignorancia y la soberbia armaron un complot. Ganaron y dejaron al país con las manos vacías. La oposición deambula. Ningún sector hizo un llamado de atención sobre la oportunidad perdida para el país.

Al igual que el oficialismo, deliran y están enfrascados en sus propias miserias. Imaginan que los problemas se resuelven removiendo funcionarios molestos a sus microscópicos intereses.

Más allá de si Julio Cobos y Martín Redrado desempeñaron su rol correctamente, ¿qué cambia? Por caso, nadie de la oposición indagó cuáles fueron las objeciones que la Securities Exchange Commission de Estados Unidos efectuó sobre la propuesta del canje de la deuda. Quince tópicos planteó la SEC. Como si fuera un tema menor, pasó de largo. Para colmo, y como si fuera una gran operación de "recontraespionaje", al mejor estilo del Súper Agente 86, el embajador argentino en Washington denunció "lobbying" de los "fondos buitres" y grupos de inversores sobre la SEC para impedir el canje. Estados Unidos inventó el lobby, lo institucionalizó y lo legalizó. ¿Qué otra cosa podía esperar la embajada argentina de los fondos buitres en el país del lobby? ¿Una plegaria junto con un grupo de carmelitas descalzas? Impresentable.

Desde el dictado del polémico decreto 2010/09 del 14 de diciembre, el uso de las reservas para el pago de la deuda desvela a nuestros próceres del siglo XXI y la mayoría parece estar de acuerdo. ¿Alguien se preguntó qué esconde esta liquidación de las reservas y qué está en juego? Esta operación es la llave que abre la jaula del dragón inflacionario que amenaza con convertir al país en un holocausto.

Las reservas van a usarse para aumentar el gasto público y producen una aguda descapitalización del Banco Central. Como si el gasto no hubiese aumentado ya bastante. Según cifras oficiales, en el 2009 el gasto público se incrementó en más de 30.000 millones de pesos.

Subir aún más el gasto público significa aumentar la cantidad de dinero en circulación en momentos de derrumbe de la inversión. Esto equivale a alimentar la inflación. En otros términos, apagar el fuego con nafta.

Descapitalizar el BCRA implica bajar su activo, a la par de subir sus pasivos, colocando a la entidad al borde de la insolvencia. En profundidad, se le quitan activos de alta calidad (dólares), se le dejan los de baja calidad -letras del Tesoro, adelantos transitorios- y se le aumentan los pasivos monetarios (pesos). Así, el BCRA tambalea.

No es casual que los bancos hayan decidido bajar sus colocaciones en Lebac y Nobac -más pasivos del BCRA- aun cuando devenguen una buena tasa de interés. Detrás de estas colocaciones -que suman unos 14.000 millones de dólares- están los depósitos del público y, si bien no hay riesgos de incobrabilidad como con el "corralón", hay riesgo de licuación en términos reales, por el desborde de la inflación que ya no se puede maquillar más con las estadísticas oficiales.

Con la inflación, lo que está en juego es el valor de la moneda. Luego, la moneda buena desplaza a la moneda mala y la historia ya es conocida: más pobreza, más marginalidad, más crimen, etcétera.

El dragón inflacionario, el monstruo medieval que la dirigencia argentina, está reviviendo. Medioevo y mediocridad gobiernan la Nación. ¿Estamos a tiempo?

 

MIGUEL ANGEL ROUCO

(*) Analista económico

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