| ||
Gobernar y ayudar | ||
En la década del setenta, el dirigente radical Ricardo Balbín solía decir que en una democracia "el que gana gobierna y el que pierde ayuda". Con tal que tanto el Poder Ejecutivo de turno como las facciones opositoras más importantes compartan ciertos principios, la vieja fórmula así expresada es muy atractiva, pero por desgracia no puede servir para mucho si a juicio de quienes dominan el gobierno dejarse ayudar por la oposición sería suicida. He aquí el motivo principal por el que la crisis política en que se ha sumido el país continuará profundizándose. Para la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y su marido, el poder que ejercen tiene que ser virtualmente absoluto, pero puesto que su capital político se ha agotado tendrán forzosamente que depender de la voluntad de cooperar de PRO, la UCR, Coalición Cívica-ARI y el peronismo disidente. Al complicarse innecesariamente el embrollo fenomenal ocasionado por la creación del Fondo del Bicentenario, muchos opositores tendieron la mano al gobierno ofreciéndole su ayuda para salir del berenjenal en que se había metido, pero el ex presidente Néstor Kirchner tomó su actitud por una provocación intolerable. Desde su punto de vista lo fue, ya que aceptarlo equivaldría a permitir que el Congreso cogobernara, alternativa que en su opinión sería "destituyente". Entre los problemas más urgentes del país, pues, está la falta de cultura democrática del hombre que sigue manejando el gobierno, relegando a su esposa, la presidenta formal, a un papel en buena medida protocolar. De no haber sido por su voluntad tenaz de aferrarse al poder que sí tenía tres años antes, el gobierno hubiera reaccionado frente al cambio de panorama que se vio reflejado en los resultados de las elecciones legislativas de junio del 2009 modificando radicalmente su propia forma de actuar. Huelga decir que no lo hizo. Presa de una cultura política tan maniquea como primitiva, Kirchner decidió que la mejor forma de defender las prerrogativas extraordinarias que creía suyas consistiría en atacar. Aunque en el corto plazo tal táctica le sirvió para anotarse algunos éxitos, las consecuencias estratégicas le fueron negativas. Debido a su propia torpeza, los Kirchner se las han arreglado para aislarse del grueso de la clase política nacional, además, claro está, de la mayor parte de la ciudadanía que mira azorada la lucha entre los santacruceños y quienes quieren que manifiesten más respeto por las formas jurídicas. Puede que pocos entiendan muy bien los detalles legales y económicos, para no hablar de las discrepancias filosóficas, que ha planteado la disputa en torno al uso de las reservas y al rol del Banco Central, pero a esta altura nadie ignora que en el fondo se trata de una cuestión de poder, o sea, de: ¿quién manda en la República Argentina? La respuesta a dicho interrogante nunca es tan sencilla como quisieran los Kirchner y otros comprometidos con el presidencialismo extremo. En una democracia cabal, aun cuando el presidente disfrutara del apoyo del cien por ciento de la población, tendría que acatar las reglas constitucionales. En la que efectivamente existe, empero, cualquier mandatario que haya tenido el respaldo de una proporción significante del electorado se siente tentado a creerse amo y señor del país. Los perjuicios ocasionados por tal propensión han sido enormes. A menos que los Kirchner modifiquen pronto su postura, los meses venideros traerán un sinfín de desgracias. A juzgar por su conducta frente a otros reveses, reaccionarán ante el sofocón tremendo que les ha supuesto el enfrentamiento con Martín Redrado emprendiendo un contraataque furioso destinado a mostrar que a pesar de todo han conservado todo su poder y autoridad, desatando así una nueva crisis que tal vez sea todavía más grave que la que aún dista de haberse resuelto. Conforme a la lógica política del kirchnerismo, sería la única manera concebible de impedir el desmoronamiento definitivo del poder que su jefe ha sabido construir. Puesto que la lógica inherente al sistema democrático tiene poco en común con la kirchnerista, los opositores se verán frente a un dilema muy desagradable, ya que sería absurdo pedirles que ayuden a los Kirchner a alcanzar su objetivo prioritario, que consiste en aplastar a la oposición. | ||
Use la opción de su browser para imprimir o haga clic aquí | ||