Últimamente, abundan las noticias acerca de las conductas violentas y agresivas entre los jóvenes. Pero ¿es lo mismo violencia que agresión? La violencia se define como el uso de una fuerza o poder oculto sobre otro más débil para vencer su resistencia con el fin de impedirle hacer algo que desea o a lo que tiene derecho.
Un hecho violento acontece en una situación de interacción, en una relación vincular donde puede haber inermidad, impotencia y, por otro lado, abuso de fuerza y poder; supone la desorganización de ese espacio vincular apoyado en la irracionalidad y la reorganización de un nuevo orden; prevalece el deseo de uno que ostenta el poder no admitiendo el deseo y la existencia singular del otro.
La violencia es una respuesta aprendida y transmitida que por manifestarse habitualmente termina naturalizándose; es el problema más grave entre países, entre grupos étnicos y en las calles de las ciudades. Los lazos familiares también pueden ser violentos y abusivos y estar fuera de la ley. Esto es una constante en las consultas que recibimos en Salud Activa.
La agresión sirve para definir el territorio de cada uno y hacer valer su derecho; es empuje, actividad ligada a la supervivencia y el crecimiento del yo (autoafirmación). En cambio, la violencia rompe los límites del propio territorio y los del otro, invade la relación y los vuelve confusos, accionando complejos de hostilidad, odio, furia, venganza y celos que destruyen al sí mismo y al otro.
¿Qué esperamos de los adolescentes?
La sociedad ha cambiado, y ellos son su espejo. ¿No es acaso moneda corriente que desde las figuras públicas (políticos, actores, deportistas, etcétera) se proponga un modo de relación que no tiene en cuenta la diferencia singular con el otro, el no reconocimiento en su dimensión de alteridad?
Se pone el acento en la violencia entre los jóvenes, sin tener en cuenta que ellos son la caja de resonancia de una sociedad donde si el otro me molesta lo tengo que eliminar. Entonces, ¿por qué nos asombramos al escuchar a un adolescente decir que le pegó a otro porque "lo miró mal"?
¿Qué quiere decir que lo miró mal? ¿Que está mal visto? ¿Que mira torcido?
No, quiere decir que la imagen que el otro me devuelve no me gusta, entonces, como eso no puede ser integrado, elaborado, incluido en tanto diferencia, lo tengo que eliminar.
¿No es acaso esto lo que la sociedad hace permanentemente? Lo feo, pobre, malo, sucio, etcétera, lo elimino, lo excluyo, lo obligo a pasar por interminables controles aduaneros, visas, lo ubico como el causal de todos los males, polarizando las sociedades y a los sujetos entre buenos y malos.
Para que los adolescentes puedan tolerar las frustraciones, los límites hay que ponerlos desde la infancia; esto les enseña a esperar, aprenden que no todo puede obtenerse en el momento en el que se lo desea. Esperar forma parte de la vida.
La sociedad, ¿pregona esto o, por el contrario, se busca el éxito fácil, rápido y sin rodeos?
La agresión forma parte del crecimiento; simbólicamente, crecer implica ocupar el lugar del padre, pero cuando esto pasa del plano simbólico al real y nos encontramos con la violencia del cuerpo a cuerpo ya no es lo mismo.
Los adolescentes deben experienciar, probar los límites, sentir que son capaces de hacer cosas por fuera de la mirada de los padres. Esto muchas veces puede incluir conductas de riesgo para ellos, pero si creemos que son el causal de todos los males les estamos dejando un presente muy complejo pues pretendemos que sean responsables cuando los adultos no lo son, no son capaces de replantearse su rol frente a ellos.
Todo adolescente necesita que se ocupen de él y, al mismo tiempo, necesita diferenciarse. Los padres y la sociedad en su conjunto deben poder encontrar una distancia apropiada. Ser padres es una tarea difícil, y ser adolescente no lo es menos.
DAVID MAZZITELLI
(*) Coordinador académico de Salud Activa. info@saludactiva.org.ar www.saludactiva.org.ar