Desde que Néstor Kirchner se instaló en la Casa Rosada en mayo del 2003, tanto él como su esposa han tratado de hacer creer que la eventual reinserción de la Argentina en el sistema financiero internacional se concretaría merced al reconocimiento por parte del resto del mundo de que le convendría reemplazar las pautas "neoliberales" hasta entonces vigentes por las propuestas por su gobierno. Aunque los voceros de los países más poderosos estaban dispuestos a criticar el desempeño del FMI y coincidir en que el orden económico mundial dejaba mucho que desear, nunca hubo ninguna posibilidad de que optaran por argentinizarlo, razón por la que la presidenta Cristina de Kirchner decidió que para poner fin a nuestro aislamiento sería necesario reabrir el canje. Sin embargo, por oportunismo en algunos casos y por romanticismo pueblerino en otros, el cambio de rumbo así supuesto fue atacado en seguida por voceros izquierdistas y populistas según los cuales buena parte de la deuda pública es ilegítima y por lo tanto hay que negarse a pagar a los acreedores. O sea: quieren que la Argentina asuma lo que a su entender sería una postura "ética" sin preocuparse en absoluto por los costos que, es innecesario decirlo, correrían a cuenta de las decenas de millones de personas que, de imponerse su tesis, tendrían que resignarse a vivir en un país descapitalizado que por falta de inversiones continuaría depauperándose cada vez más. Mal que les pese a quienes piensan de aquel modo, ser "campeones morales" cuando de las obligaciones financieras se trata sería sumamente costoso. Por lo demás, no se puede solucionar problemas negando su existencia.
Puede que sean cuestionables los motivos de la presidenta, pero así y todo es alentador que por fin haya entendido que para el país la alternativa a intentar respetar las reglas universales es condenarse a la marginación. En cambio, no lo es que sectores calificados de centroizquierda hayan elegido aprovechar el realismo tardío de Cristina para reiterar, una vez más, los planteos de veinte o treinta años atrás. En países como el nuestro, lo que para los contestatarios del Primer Mundo que dicen compartir sus opiniones en torno a la deuda pública son meros juegos intelectuales puede incidir de manera muy dolorosa en la vida de muchas personas. Por lo tanto, las declaraciones formuladas por "progresistas" como "Pino" Solanas, Martín Sabbatella y otros sólo sirven para confundir a la mayoría, cuyos puntos de vista ante tales temas suelen reflejar el clima político imperante. Como algunos ya han señalado, mientras que hace cuatro años más del 73% de los consultados por los encuestadores aprobaron el uso de reservas del Banco Central para pagar al FMI, en la actualidad casi el 80% está en contra de usarlas para garantizar el pago de la deuda. ¿Es que cree la mayoría que el dinero para tal fin debería provenir de los impuestos? Claro que no. Sucede que en diciembre del 2005 el en aquel entonces presidente Néstor Kirchner disfrutaba de un nivel envidiable de popularidad y se tomó la decisión de pagar al FMI por una manifestación de fortaleza, pero puesto que Cristina no es del todo popular, la iniciativa similar que acaba de ensayar ha sido considerada evidencia de debilidad.
Para que la Argentina tenga una posibilidad de romper con una historia de fracasos colectivos que ya ha durado mucho más de medio siglo, las elites políticas tendrán que aceptar que no nos será dado sentar cátedra al resto del género humano a menos que logremos poner nuestra propia casa en orden. Aun cuando no nos gusten para nada las reglas de juego, es mejor acatarlas que denunciarlas por perversas y, peor todavía, actuar en consecuencia, como en efecto hicieron hasta hace muy poco los Kirchner. Sus diatribas contra el FMI, el "neoliberalismo", los acreedores y aquellos inversores extranjeros que prosperaron aquí en los años noventa les supusieron popularidad y votos, ya que abundan los resueltos a convencerse de que todos los problemas nacionales se deben a la vileza y la codicia ajenas. Parecería que últimamente Cristina se ha dado cuenta de que seguir ensañándose con "el mundo" sólo serviría para consolidar la decadencia, pero todavía hay muchas personas que toman en serio variantes de lo que hasta hace algunos meses ella misma reivindicaba.