Una de las tantas señales de la ausencia de calidad cívica en el país se da en la confrontación de ideas. Difamar, en vez de argumentar para rebatir argumentos, suele ser el recurso más "práctico" y demagógico que se frecuenta.
Hay una forma de descalificación: el empleo de la denominada "falacia ad hóminem" como táctica de comunicación. Consiste en sostener que la tesis del adversario no es válida por "algo" cuestionable que se conoce sobre esa persona, no por la tesis en sí misma. Así, se desacredita al autor del argumento que no gusta, apelando a características, antecedentes, vínculos o antepasados familiares o defectos, en vez de refutar el argumento con lógica.
Ésta es la estructura de la "falacia ad hóminem":
1. A afirma B
2. Hay "alguna cosa" criticable sobre A
3. Por lo tanto B es falso
Veamos tres ejemplos recientes:
? La presidenta Cristina Kirchner la emprendió contra el diputado macrista Federico Pinedo por haber recusado a uno de los jueces que debían entender en el juicio ordinario por el uso de reservas del Banco Central. Recordó que "el abuelito" de este legislador "fue, allá por 1936, el autor de la ley del BCRA y en aquel momento había puesto entre las cláusulas una por la cual no se podía cambiar la carta orgánica sin la autorización de los accionistas privados. Y éstos eran los bancos ingleses. Cambia el perro, pero el collar sigue siendo el mismo". Pinedo, además, fue denunciado penalmente por el gobierno, que lo acusó de "fraude procesal".
? El órgano del kirchnerismo "Página 12" le dedicó una tapa el domingo a María José Sarmiento, la jueza que frenó el uso de las reservas para el Fondo del Bicentenario y repuso a Redrado. "En el nombre del padre", titula y desarrolla: "El padre de la jueza María José Sarmiento, el coronel Luis Alberto Sarmiento, fue uno de los jefes de la represión en las últimas dos dictaduras. Sus propios colegas lo consideraban ´el mago de la picana´. Está imputado por crímenes de lesa humanidad por su paso como jefe de Inteligencia y ministro en Misiones. También integró la SIDE".
? Otro ejemplo, fuera del entuerto del Banco Central: en una carta de lectores de "Río Negro", la luchadora por los derechos humanos Noemí Labrune ataca a Isidoro Ruiz Moreno -quien llama "Isidorito"-, miembro de la Academia Nacional de la Historia y vicepresidente de la Academia Nacional de Ciencias Políticas, por un artículo publicado en este diario sobre la cuestión mapuche. Labrune recuerda con desdén al padre del articulista y a la "dinastía de los Ruiz Moreno", los cinco volúmenes de "Campañas militares argentinas" que escribió el autor, su condición de abogar del "búnker comunicacional de los dueños de la tierra" y condecoraciones del Ejército y de la Orden de los Caballeros del Santo Sepulcro que recibió.
Estas tres descalificaciones tienen una característica común: la referencia despectiva a la ascendencia del oponente. Cristina alude al "abuelito" de Pinedo, "Página" al padre de la jueza Sarmiento y Labrune a la "dinastía" de los Ruiz Moreno. No hay, en cambio, refutación de posiciones sobre el tema en cuestión con razonamientos amparados sólo en objetividad, lógica y verdad. Se deslegitima vía el ataque personal para poner en duda la integridad del adversario.
En una dictadura, la opinión diferente es suprimida, sea por la censura, el exilio, la cárcel o la agresión personal.
En cambio, en una democracia, el debate de cuestiones de interés público parte de la premisa de que existen opiniones diversas y -aun así- legítimas. Esto supone el desafío de respetar la discusión, aun cuando en lo personal no se respete al antagonista, que puede estar incluso en las antípodas del pensamiento propio.
A nadie asombra que son precisamente los debates que en modo más fuerte involucran concepciones ideológicas aquellos en que menos argumentos y datos objetivos se aportan, a la vez que incluyen la mayor cantidad de insultos personales o acusaciones tipo falacias "ad hóminem".
Una discusión ideológica busca ganar, pero no persuadir. Quien desde una visión ideológica se suma a un debate, no dirige su mensaje al supuesto destinatario sino a los receptores pasivos, al público. No es un diálogo, sino un monólogo, que no busca enriquecer el conocimiento sobre un tema sino aplastar al diferente. Aun cuando sea con palabras.