Lunes 18 de Enero de 2010 > Sociedad
El amor en el 2010.
Sentenciado como impecable y perfecto solemos no mirarlo como lo que es. Perfecto en su imperfección

El amor solemos ligarlo a una expresión romántica. Asociado con flores, caricias y encuentros especiales.

Tiene una expresión popular en ocasiones basada en la locura, como la historia de Romeo y Julieta, atrapados en un amor imposible terminan sus días sin poder hacer una vida juntos.

El amor de madre y padre no están muy lejos de estas formas de publicidad. Observamos las mamás bonitas, arregladas, sonrientes todo el tiempo cuando están con sus hijos. Si les duele la panza un marido atento enseguida corre a darle una pastilla mágica y si no sabe qué cocinar un chef le aparece entre los autos ofreciéndole un manjar exquisito.

Las prendas lucen blancas, perfumadas y resplandecientes, al igual que los inodoros y los dientes.

No existen en lo que nos muestran dificultades económicas ni que la pastilla no hizo efecto, ni que el marido no está cerca para darle el “milagro”.

En las publicidades vemos pocos gritos de una madre desaforada porque encuentra la casa revuelta luego de un día agotador. ¡Menos aun nos muestra una cara de mal humor ante una nota de la maestra!  

 Los papás están dispuestos a disfrazarse en la noche para jugar en una plaza. Las relaciones son cordiales, fluidas, sin conflictos.

Tanta y tanta publicidad terminamos creyendo que la vida es eso. Y si no nos parecemos a esa imagen estamos fuera. Muchos terminan creyendo que son malas personas o malos padres.

Si se nos acaba la paciencia para jugar o no sabemos decirle la palabra justa a los hijos comenzamos a sentir que hacemos todo mal. Si luego existe una queja de algún tipo hacia ellos nos ayuda a corroborar nuestras sospechas. “Somos malos padres”.

¡Por favor: paremos la pelota! Examinemos un poco nuestras acciones y antes de dar una sentencia veamos cómo funciona un ser humano.

Las publicidades y algunas corrientes pseudos psicológicas nos hicieron creer que todo el tiempo y siempre se debía estar disponible para nuestros hijos. Que se debía dar una sonrisa constante acompañado con una caricia y que el “no” era una respuesta que los podía traumar ¡para siempre!

Y volvamos a nuestra palabra del comienzo: Amor. Esa palabra tan sublime, casi intocable se hace cotidiana con los hijos y por supuesto también con la pareja. En lo diario es casi insostenible mantener lo sublime como perfecto, porque es en ese sitio donde a veces lo colocamos. Amor=perfección.

En el día a día somos imperfectos, nos mandamos macanas, no sabemos qué hacer, dudamos, decimos cosas que no debíamos decir y hacemos cosas que no debíamos hacer.

Gritamos de más y reímos a destiempo. A veces reímos poco y sufrimos sin remedio.

La vida es así de imperfecta porque somos esa condición. Tal vez eso sea lo que pueda hacerla más atractiva.

Porque la posibilidad de error nos da inmediatamente la posibilidad de cambio basado en una reflexión. La posibilidad de pedir perdón y perdonar. De re hacer o simplemente disfrutar de vivir con aquello que no podemos cambiar.

Y que hay cosas que se modifican día a día.

El amor nos brinda la necesidad de mirar al ser amado. Pero no sólo con la dulzura y afecto. Mirar de verdad. Intentar ingresar a su esencia sin querer modificarlo. Respetando y acompañando. Respetar también se enseña cuando se muestra cómo es. Haciendo que nos respeten también a nosotros.

También tiene un poco de necesaria obediencia en la relación filial, pero podemos seguir conversándolo otro día.

Por el momento es una invitación a quién encuentre en estas palabras un reflejo de lo que pasa en casa poder sacarse mochilas pesadas de la espalda, abrirla y ver qué contiene. Tal vez se descubra que hay cosas que son de otros. Cuando esté limpia y sólo con lo propio veremos que nos sirve y qué no.

  

Lic. Laura Collavini

Psicopedagoga

Diseñadora de material didáctico

lauracollavini@hotmail.com

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