En mayor o menor medida los seres humanos comprometen parte de su físico al momento de trabajar. Es más, hay individuos que ponen diariamente toda su humanidad al servicio de la causa.
Si de poner el cuerpo se trata, ¿qué distingue la tarea de un profesional del deporte respecto de un levantabolsas portuario o de un limpiavidrios de altura? ¿Quién de ellos trabaja más duro? ¿Quién saca más provecho personal de su propio esfuerzo?
Invariablemente, la ecuación costo-beneficio favorecerá al deportista de elite.
Para justificar dicho distingo podrá decirse con razón que son personas especialmente diestras, con caracteres genéticos, físicos y mentales diferenciados. Que tienen una vida útil efímera y son pocos los que llegan. Que entrenan mucho y que son capaces de exhibir toda su virtuosidad aun en situaciones límites.
Ello tradicionalmente ha sido así y no es objeto del presente poner en discusión una justa y adecuada recompensa acorde con tan singulares méritos.
Mas lo que ha cambiado significativamente en las últimas décadas en relación a las grandes figuras del deporte es su sobrevaluación, su consideración social y su inserción mediática.
Hoy el jornal diario de Cristiano Ronaldo -quien fue adquirido por el Real Madrid en 95 millones de euros- equivale a la remuneración de dos meses de un primer mandatario europeo. La cláusula de rescisión de contrato de Lionel Messi asciende a 300 millones de euros. Por cada carrera ganada de Usain Bolt se abonan fortunas, las que aumentarán en caso de que éste mejore sus propios tiempos. Ni hablar entonces de los ingresos de megaestrellas tan taquilleras como las de la NBA o el fútbol americano.
Nadie exige de tales personalidades que hayan cursado estudios, que den respuestas eruditas en sus entrevistas o que demuestren virtudes ajenas a las de su inusual destreza deportiva. Tampoco se discute que puedan gozar de una vida de lujos o se pone en duda el origen de sus ingresos. Es natural y hasta legítimo en nuestra compleja sociedad actual que a edades tempranas los deportistas profesionales de elite resuelvan la problemática económica del resto de su existencia.
La destreza del negocio
Indudablemente hoy la ley de la oferta y la demanda pondera al rompe-récords y al jugador distinto como un bien escaso de extraordinario valor.
La cantidad importante de intereses que lucran alrededor del deporte espectáculo -ligas, federaciones, clubes, televisión, prensa escrita, juegos, radios, apues-tas, indumentaria y sponsors en general- llevan a que los valores en danza de las "joyas" deportivas estén sobrevaluados.
Al decir de Francisco Rubio Sánchez: "Vivimos un momento excepcionalmente frenético e intenso en torno al deporte, como lo demuestran los índices de audiencia y niveles de ingresos de los medios de comunicación, el volumen de asistencia a los estadios, las rivalidades locales, autonómicas e internacionales, la violencia deportiva y, en general, todo lo que rodea al deporte profesional".
La destreza del negocio radica así en haber creado y sostenido artificiosamente una necesidad vaciada en las expectativas y frustraciones del hombre común. El astro deportivo es, en definitiva, un depositario de las ilusiones de la gente.
Mientras más ganen los grandes deportistas, existirán buenas razones para que otros los emulen, se llenen estadios, se difundan y vean imágenes, se vendan las últimas camisetas, se hagan apuestas o se escuchen audiciones. Por ello es bueno para quienes alimentan tal negocio que siempre existan ídolos -reales o ficticios- que aglutinen los sueños colectivos del público consumidor.
No podrá soslayarse del presente análisis el activo rol que los representantes ocupan en esta historia. Estos intermediarios infaltables, que obtienen jugosas comisiones porcentuales por cada operación en la que intervienen, dinamizan con un excepcional poder oligopólico el constante flujo de deportistas de una institución a otra. Así, mientras los parámetros de referencia sean elevados, el valor del pase del resto de los deportistas -y obviamente sus propios ingresos- apuntarán al alza.
Por ello, parafraseando al aludido catedrático español: "Si el mundo del deporte espectáculo que se nos muestra ante nuestros ojos permanece en pie pese a sus enormes contradicciones, ello obedece básicamente a dos circunstancias tan atípicas como peligrosamente inestables: la primera de ellas es el complejo entramado de intereses que se desenvuelve y la segunda, el gigantesco volumen de negocios que han ido surgiendo en torno del deporte. En ambos casos, con aparente normalidad, se convive con una manifiesta anormalidad".
marceloangriman@ciudad.com.ar