Para no caer en un régimen arbitrario, autoritario, abusivo o despótico es necesaria la democracia política, es decir, poder elegir libremente a nuestros gobernantes en cada período determinado. Pero la mera existencia de esta democracia política no es suficiente, ya que toda decisión política siempre está condicionada, e incluso determinada, por todo lo que ocurre en la sociedad y, de una forma o de otra, somos todos nosotros, como sujetos sociales, los que de diferentes maneras nos manifestamos siempre. Este libre disenso es el que consolida el sistema democrático, y son los espacios públicos de comunicación y urbano-ambientales los nos dan la oportunidad de exteriorizarlos. "Solamente allí donde el disenso es libre de manifestarse el consenso es real y solamente allí donde el consenso es real el sistema puede llamarse justamente democrático". (Bobbio, 1996)
Actualmente estos espacios están dominados por intereses sectoriales que responden a la franja dirigencial política, económica, gremial, deportiva, social e inclusive religiosa. Muy probablemente éste sea uno de los motivos por los cuales las políticas de gobierno se transforman en más importantes que las políticas de Estado, satisfaciendo las exigencias de estos sectores y no las de la comunidad.
Sin dudas, el primer espacio social de participación está dado en la escuela y especialmente en la escuela pública. Esta participación es fundamental para determinar una política de Estado educativa que trascienda las políticas de gobierno de cada período de gestión gubernamental. Mientras las gestiones de gobierno y sus políticas se desarrollan dentro de un período de tiempo acotado (lo que dure cada mandato), las políticas de Estado trascienden dichos tiempos con una proyección que debe ser fijada por la comunidad en su conjunto. Por ello es fundamental el aprendizaje democrático desde la escuela.
Freire se refiere a esta situación cuando expresa: "Es preciso y hasta urgente que la escuela se vaya transformando en un espacio acogedor y multiplicador de ciertos gustos democráticos como el de escuchar a los otros, ya no por puro favor sino por el deber de respetarlos, así como el de la tolerancia, el del acatamiento de las decisiones tomadas por la mayoría, en el cual no debe faltar sin embargo el derecho del divergente a expresar su contrariedad. El gusto por la pregunta, por la crítica, por el debate. El gusto del respeto hacia la cosa pública que entre nosotros es tratada como algo privado, que se desprecia". (Freire, 1994)
Este primer espacio público de discusión debe basarse en una libertad de pensamiento y expresión que permita tener una mirada crítica del "mundo de vida" del que formamos parte. Daniel Prieto Castillo aborda esta temática a través del pensamiento de Celestine Freinet determinando como uno de los fundamentos para la existencia de una "escuela del pueblo en una sociedad popular" el criterio de que "la escuela moderna se inscribe en la transformación social, la pedagogía se une a la práctica social y a la política".
A partir de estos conceptos se consolida el pensamiento que define la relación entre los medios de comunicación y los educadores y que expresa que "...la conciencia es necesaria para la libertad y por lo tanto nuestro papel como educadores consiste en ayudar a los alumnos a ser conscientes de los mensajes de valores incluidos en los documentos de los medios. Si son capaces de expresar esos valores, entonces estarán en situación de emitir juicios con respecto a ellos. También podrán de manera consciente encuadrar una lectura crítica del documento". (Shepherd, 1996)
El análisis crítico realizado por Jesús Martín Barbero observando que la escuela "fabrica" un hombre-serie como resultado de que "la cultura escolar prolonga la cultura del silencio. Asfixiada o domesticada la palabra del pueblo, la palabra pública sigue siendo marginal o es hecha funcional" (Barbero, 2002) nos remite a un estado de alerta que, incorporando los conceptos sobre la generación del espacio ocupado y su transformación en "lugares", pueden estar vacíos de sentido o no, adquiriendo trascendencia el método de la "palabra generadora" como una práctica de comunicación educativa. La educación como praxis conlleva que "las palabras salidas del universo existencial del hombre vuelven a él transformadas en modo de acción sobre el mundo" (Barbero, 2002), es decir que cada sujeto emerge a través del lenguaje cuando el propio sujeto concreta la acción. Así Freire vinculó el sentido de la comunicación con la generación de un lenguaje capaz de nombrar el mundo propio, por ende también capaz de cambiarlo en forma consciente.
Recordemos que los nuevos espacios públicos, monopolizados desde los medios de comunicación, responden a los intereses de pequeños sectores de poder más que a los intereses generales de la sociedad y que, si bien estos intereses sectoriales no son formadores de opinión, sí determinan la agenda pública formadora de opinión.
Uno de los tópicos importantes a tener presentes es el referido a la intervención de la sociedad en los espacios e instituciones públicas, su decadencia participativa y el descreimiento general existente, por lo que pueden buscarse algunas respuestas a partir de reconocer la existencia de "no lugares" antropológicos como nuevos espacios de la sociedad actual.
Si bien la escuela es parte de un escenario social que permanentemente condiciona su existencia, es ella la que debe ser la principal generadora de cambio de dicho escenario y de hecho lo es, aunque no siempre en beneficio del bien común y del desarrollo humano y del de sus potencialidades.
Nada es absoluto, por lo que nada puede ser absolutamente apocalíptico, pero debemos estar muy atentos ante la actual organización del espacio, la visión del espacio público como mercancía a ser ostentada, los estereotipos negativos a los que somos sometidos constantemente y la función de una escuela pública como primer espacio público con el que los miembros de una comunidad toman contacto conscientemente. Esta mirada crítica nos permite vislumbrar la génesis de la actual actitud social, que se encamina hacia una paulatina desvalorización y posterior pérdida del propio patrimonio cultural, individual y social de la comunidad. Conscientes de ello es que recién podemos generar otra historia donde los intereses comunes estén por sobre los sectoriales y donde la vida del ser humano sea el valor más preciado.