El artista cordobés Antonio Seguí, residente en Francia desde hace más de 40 años, de reconocida trayectoria internacional y famoso por sus pinturas expresionistas de hombrecitos con sombreros, reflexiona sobre el arte y revela secretos de su vida en el libro "Antonio Seguí" del periodista Iván Schuliaquer.
En el libro (Capital Intelectual), Schuliaquer mantiene una larga charla con el entrevistado, que comienza en su paso por Buenos Aires y continúa en su taller de París, donde se anima a repasar su trayectoria -realizó cerca de 300 exposiciones y sus cuadros están en 89 colecciones públicas del mundo como el MOMA de Nueva York y el Pompidou de Francia- y su vida.
"El libro nació de una primera entrevista con Seguí en la que empecé a conocer quién era este hombre campechano, puteador y a la vez exitoso en la pintura parisina y mundial y con un recorrido envidiable: tanto en su carrera como en su vida", cuenta Schuliaquer en diálogo con Télam desde París, donde realiza un máster en Sociología de medios.
"Mi propuesta inicial era hablar con él de su vida, hacer una biografía relatada por él en la que la pintura estuviera, por supuesto, pero en la que se pudiera hablar de muchas otras cosas. Además, a él siempre le cuesta mucho menos hablar de su vida que de su pintura, se divierte más", relata el autor.
La obra va desde su infancia como miembro de la burguesía cordobesa, sus viajes por el mundo que le permitieron formarse como artista, su vida de bohemia en París, su activa participación en el Mayo del 68 hasta el acoso que sufrió por parte la dictadura argentina al punto de haber sido ametrallado en su casa parisina.
En el libro, Seguí evoca sus vínculos con Perón, Isabelita, Cooke, Alfonsín, Illia, Chirac y Mitterrand; su amistad con Rodolfo Walsh, Héctor Tizón y Copi, de la generosidad de Berni y de aquellos míticos asados en su quincho donde se juntaban Neruda, Carpentier, Asturias, Cortázar, Piazzolla, Jairo y Yupanqui, que acompañaba con su guitarra.
"Hablamos de pintura, pero sobre todo de su vida, de sus relaciones -admite el autor-. No me parece un personaje sencillo de sacar: creo que tiene sus recovecos, sus idas y vueltas, sus contradicciones, que en general no esconde. Digo, es un tipo con una parrilla en el medio de su taller de pintura en París", ejemplifica.
El artista, cuyo acento típico cordobés no sufrió ni una perturbación, pese a que hace 47 años que vive en Francia, habla también de las mujeres que amó en su vida y no faltan algunas fotografías en blanco y negro que acompañan el relato y una cronología desde su nacimiento hasta la actualidad.
-¿Te sorprendiste con algún aspecto de su personalidad?
-Muchas veces es difícil hacerlo hablar pero cuando cuenta, es espectacular, hay que ir tirándole anzuelos, y a veces surgen de la nada, pero cuando se anima, cuando esa modestia constante que tiene para hablar de su vida queda un poco de lado, es genial porque es un tipo muy gracioso que ha vivido una vida impresionante: con muchas cosas buenas, con algunas cosas malas, pero muy intensa. Y que sale con cosas graciosas como buen cordobés, que le interesa hacer reír.
-¿Cuáles son las anécdotas que más te llamaron la atención?
-Hubo varias. Las guitarreadas que se armaban en su taller parisino, los asados y el peso que tuvo su lugar para la comunidad artística parisina en la época de la bohemia. Y cuando yo, ingenuo, le pregunté quién tocaba la guitarra me dijo que a veces Piazzolla y a veces Atahualpa Yupanqui.. Por ahí pasaron entre tantos otros Duchamp, Neruda, Alejo Carpentier, Copi, Mercedes Sosa y John William Cooke. Y cuando iba a tomar un café a Montparnasse o a Saint Germain se cruzaba con Simone de Beauvoir, Sartre o Cortázar entre tantos otros.
Otra anécdota que me llamó la atención fue la película que él quería hacer y nunca hizo sobre Gatica, que se le hubiera adelantado a Leonardo Favio 20 años, y para la cual Paco Urondo estaba escribiendo un guión antes de que lo mataran. Y después, sus amistades con Héctor Tizón -con quien vivió en México-, con Rodolfo Walsh y con Berni.
(Télam)